CIUDAD

La natalidad en caída libre: un fenómeno global que se siente en Buenos Aires

Mientras el mundo enfrenta una disminución sostenida de nacimientos, la Ciudad de Buenos Aires marca cifras históricamente bajas: las mujeres son madres más tarde y cada vez son menos las que eligen tener hijos. Economías inestables, falta de apoyo estatal y nuevas formas de vida son algunos de los principales motivos que reconfiguran el mapa demográfico.


Un cambio demográfico sin precedentes

El fenómeno de la baja natalidad atraviesa fronteras. Desde Tokio hasta Nueva York, de París a Santiago de Chile, la tendencia es la misma: nacen menos niños. Los motivos son variados pero también se repiten alrededor del globo, desde la falta de estabilidad económica y la preocupación por la situación ambiental hasta los cambios en las aspiraciones personales.

Acorde a un informe realizado por el Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud (IHME), publicado en marzo del 2024, las tasas de fertilidad globales están en mínimos históricos, con una media mundial de 2,1 hijos por mujer. Entre 1950 y 2021 la tasa de fecundidad se redujo de 4,84 a 2,1, hoy más de la mitad de los países tienen una tasa por debajo del “nivel de reemplazo” requerido para mantener la actual población, según las Naciones Unidas.

En la Ciudad de Buenos Aires el panorama se replica, de acuerdo a datos del Registro Civil y la Dirección General de Estadística y Censos de la Ciudad (DGECBA) la cantidad de nacimientos se redujo casi a la mitad en los últimos ocho años: de 76.298 en 2016 a 43.075 en 2023, lo que representa una caída del 43,54 por ciento.

El Instituto de Estadística y Censo porteño (IDECBA) presentó en febrero de este año un informe que muestra que no sólo nacen menos niños, sino que las mujeres deciden tener hijos a edades más avanzadas. La mayor concentración de nacimientos se da en el rango etario de 30 a 39 años y la edad promedio es de 32,4. Esta tendencia preocupa al Gobierno de la Ciudad que advierte sobre las posibles consecuencias demográficas y económicas a largo y mediano plazo.

Contexto mundial

En su investigación “Por qué la gente alrededor del mundo está teniendo menos hijos, incluso cuando los quieren”, TIME señala que el descenso no se debe tanto a una falta de deseo de formar familias, sino a las condiciones que lo impiden: los costos de vivienda, la inestabilidad laboral y la falta de políticas de cuidado infantil hacen que muchas parejas renuncien a la idea de tener hijos o la posterguen indefinidamente.

Otra nota del mismo medio, “La crisis del cuidado infantil”, describe cómo el sistema de cuidado infantil colapsa incluso en países ricos: en Estados Unidos los costos del cuidado de un bebé superan en promedio los 16 mil dólares anuales. A nivel global, el dilema se repite: criar es caro y el Estado no siempre acompaña con políticas públicas que garanticen el acceso a servicios de cuidado, licencias parentales equitativas y sistemas de apoyo que permitan conciliar la vida laboral y familiar, especialmente para las mujeres. El resultado es una generación que, frente a la precariedad económica y la sobrecarga de responsabilidades, redefine qué significa ser familia.

Motivos principales

Entre las causas más señaladas por las personas están la desigualdad económica, la falta de políticas públicas de conciliación familiar, el cambio en las aspiraciones personales y la creciente inestabilidad social y ambiental. En muchos casos, las mujeres no rechazan la maternidad, sino que buscan estabilidad antes de tener hijos, pero esa estabilidad llega cada vez más tarde o no llega.

La edad promedio de maternidad crece no sólo en Buenos Aires sino en todo el mundo. En países como Corea del Sur o Italia la mayoría de las mujeres tienen su primer hijo después de los 33 años, una edad que también se repite en grandes ciudades de América Latina. La postergación, unida a la falta de tiempo y recursos, termina reduciendo las posibilidades de tener más de un hijo.

La crisis de natalidad no es sólo un indicador demográfico, es el reflejo de una crisis estructural que combina economía, género y cultura.

CABA: en primera persona

En la Ciudad de Buenos Aires la tendencia se repite, gente que quiere tener hijos pero decide esperar hasta lograr cierta estabilidad económica y laboral, mujeres que lo postergan por priorizar su carrera, mujeres que no tienen el deseo de ser madres y algunas otras que no lo tienen decidido.

“Con el contexto económico tan difícil, se vuelve una decisión complicada porque no podes saber si vas a seguir teniendo trabajo, si te va a alcanzar, se pone difícil proyectar. Pero creo que no es algo solo de esta época”, asegura Maia de 32 años, “el deseo siempre está presente pero muchas veces el contexto vuelve difícil que las decisiones sean más guiadas por eso. Intento encontrar un equilibrio pero actualmente es más el contexto lo que guía”.

Michelle, de 30 años, también está segura de su deseo de ser madre pero “aún no ha llegado el momento indicado”. “Estoy en un momento dedicado a mi carrera profesional y se sabe que tener un hijo implica muchos gastos y el contexto económico no ayuda”.
En todos los casos tanto el deseo como el contexto económico están presentes a la hora de la decisión, en algunos pesa más el primero, como en el de Malena: “La maternidad es un proyecto por el que me pregunto pero no podría decir exactamente si me interesa o no está en mis planes, con 31 años es algo que me cuestiono, que me pregunto y me hace reflexionar. Lo que más influye tiene que ver con el deseo. Creo que sin duda el contexto económico y laboral influyen en esa decisión pero en mi caso particular como estoy en un buen momento en ese sentido siento que tengo muchas más libertad para pensar en el deseo sin ese condicionamiento. Me siento y me considero una privilegiada en que no sea un factor decisivo”.

Como expresó Malena, en la mayoría el miedo a quedarse sin trabajo o no poder afrontar los gastos que conlleva la maternidad, o la maternidad de la forma en la que se imaginaron, tiende a ganar. Pero, ¿qué pasa con las mujeres que ya son madres?
Lucía tenía 29 años cuando quedó embarazada de su primer y único hijo, y 30 cuando lo tuvo: “Antes de esa edad sabía que era un deseo pero no había sentido que era el momento ni había encontrado a la persona indicada con la que quería atravesarlo”. Para ella también el costo económico de criar a un hijo es un factor que desalienta a muchas mujeres: “Lo veo en muchas amigas que tienen el deseo pero están esperando a poder tener una situación económica más estable para tomar la decisión”.

En relación a las políticas públicas afirma que son “insuficientes” partiendo de la base que “el padre/madre no gestante no cuenta con licencias dignas para poder acompañar”. En este sentido expresa: “Por más que se tenga la voluntad, la realidad económica y las exigencias laborales impiden que se pueda tener una paridad real. También estaría bueno contemplar los casos de madres solteras, para poder acompañar con más días de licencia y políticas públicas más contenedoras”.

Por su parte, Ana tiene 41 años, es docente y tiene una hija de 10: “Tenía 31 años cuando nació en el 2015. Quedar embarazada fue una decisión, no había tenido el deseo de ser madre hasta ese momento. Yo creo que el costo puede desalentar pero no fue mi caso. Para no tener más hijos no fue por una cuestión de costos más allá de que obviamente es un factor que influye, sino de deseo y de poder repartir la vida en múltiples pedacitos”. Cuenta también que recibe la asignación por hijo que son $15 mil al mes dentro de su salario. “Lo que sí tuve cuando ella nació fue una licencia un poco más amplia que lo habitual porque la licencia en docencia es un poco más grande. Sin embargo creo que el acceso sigue siendo insuficiente al cuidado”.

Una de las cosas que remarca Ana como docente y madre es la situación de las vacantes en nivel inicial: “Cuando mi hija nació era muy difícil conseguir vacante, hoy no está pasando eso, de hecho al contrario, están cerrando salas por falta de inscripción. Sin embargo creo que en vez de cerrar salas lo que yo haría es poner parejas pedagógicas y ampliar horarios por ejemplo”.
Al igual que Lucía, también cree que son necesarias “licencias más largas, incluso más largas que las que tenemos los docentes, tanto para la persona gestante como para la persona no gestante”, además de “reducción de la jornada laboral, lactarios, más acceso a jardines de infante y maternales con diversos horarios, y salitas de cuidado en los lugares de trabajo y estudio para que no sea incompatible la vida laboral o la vida de estudio con la maternidad”.

En este sentido, Lucía cuenta que su trabajo “no cuenta con lactario” pero que por ese motivo pudo acordar “irse antes para sostener la lactancia sin problemas ya que era una falencia suya”, aunque asegura que no fue lo más cómodo.

Para Julieta, de 30 años, la maternidad no es un deseo ni un proyecto a futuro: “La realidad es que creo que el deseo nunca lo tuve, cuanto más me acercaba a los 30 más me lo preguntaba, pero hasta hoy la respuesta siempre es la misma, y es que el deseo no lo tengo, y creo que si en algún surgiera en mí ese deseo, elegiría adoptar”. Más allá del deseo, para ella, los factores que influyen en la decisión son múltiples: “Si quisiera ser madre creo que hoy no podría. No cuento con la estabilidad laboral y económica necesaria. No tengo un trabajo en blanco, alquiló un monoambiente en el cual se va el 25 % de mi salario, trabajo más de 12 horas al día y mis ahorros son prácticamente inexistentes. Está muy complicada la situación general y no pareciera mejorar pronto bajo ningún punto de vista, porque más allá de lo personal, el contexto general político, social y económico del país no acompaña a pensar en proyectos a futuro”.

En relación a su decisión de adoptar si más adelante quisiera ser madre y se encontrará con las condiciones necesarias, aseveró: “Siento que el futuro del planeta es muy incierto, cada vez que pienso en la maternidad automáticamente pienso en las condiciones en las que se encuentra nuestro planeta en términos ambientales y ecológicos. Es muy complejo pensar en traer nuevas vidas a un mundo que no sabemos cuánto ni cómo va a subsistir. A su vez, creo que existen muchos niños y niñas en este mundo que no tienen quién los cuide, quién les de amor y quien los acompañe a transitar esta vida de una manera un poco más amable. Entonces siento que si surgiera en mí el deseo de maternar, podría hacerlo con cualquier niño o niña aunque no sea biológicamente mi hijo o hija, porque para mí la maternidad y la paternidad no se juegan necesariamente ahí, pasan por otro lado”.

Entre el deseo, la incertidumbre y el costo de criar, las decisiones sobre la maternidad y la paternidad hoy se mueven en terreno movedizo. En una ciudad donde el futuro se percibe cada vez más incierto, tener hijos dejó de ser una certeza para convertirse en una posibilidad entre muchas otras, y a veces hasta dejar de ser una posibilidad. Buenos Aires, como tantas metrópolis del mundo, parece escribir una nueva historia demográfica, una en la que el reloj biológico ya no marca el ritmo: lo hace el contexto.

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