INFANCIAS

Existen 55 calesitas en la Ciudad

Están en plazas y espacios verdes de casi todos los barrios, una ley regula la actividad y las protege. Se siguen abriendo nuevas.


Algunas tienen más de 80 años de historia y son referencia en sus barrios porque las usaron varias generaciones de vecinos y vecinas. Al mismo tiempo siguen abriendo nuevas. Las calesitas son un clásico de la Ciudad, que tiene 55 registradas en todas las comunas.
 
Los barrios de Saavedra y Palermo son las que más tienen: seis en cada caso. También se dividen en las más antiguas y las más nuevas. En el primer grupo está, por ejemplo, "La Calesita de Tito", en la plaza Arenales de Villa Devoto, su dueño desde 1978 es Adelino Luis Da Costa. A esa calesita, Claudia Maradona llevaba a sus hijas Dalma y Gianinna, cuando la familia del Diez vivía en Devoto.
 
"La sortija es el primer triunfo del ser humano después de su nacimiento", le dijo Tito a Clarín y agregó: "La calesita perdura por muchas circunstancias: primero, porque el chico tiene fantasías. La sortija se las genera. La ven y se creen súper héroes. Y segundo, por los padres. Muchos de los que vienen, están volviendo: los trajeron sus padres y hoy traen a sus hijos. Para ellos es transportarse a la niñez. Las primeras veces que vienen como papás se les pone la piel de gallina: sus hijos están frente al mismo tipo que les movía la sortija".
 
Algo parecido ocurre con la de Tatín, en el Parque Chacabuco que funciona desde 1960, o la del Parque Lezama, parte de las letras de las canciones de cancha, que "invitaban" a los equipos rivales a no quedarse con ganas y dar la vuelta, porque "hay una calesita en el Parque Lezama".
 
El año pasado abrió una nueva calesita, está en la Plaza Alberdi, en Crisólogo Larralde y Mariano Acha, en el barrio de Saavedra. Otras que se instalaron en los últimos años son las de las plazas Juan B. Terán, en Villa Real; Don Bosco, en Monte Castro; Martín Rodríguez, en Villa Pueyrredón; Plaza Noruega, en Belgrano; y Zapiola, en Villa Urquiza. También está entre las recientes la de Soldado de la Frontera 4999, en Lugano 1 y 2, un barrio en el que la calesita histórica había cerrado en 2019.
 
La pandemia cambió algunas costumbres. Estuvieron 150 días cerradas por la cuarentena y cuando abrieron lo hicieron con cupo y la sortija desinfectada entre vuelta y vuelta. Pero rápidamente recuperaron los clientes, la música y el movimiento se fue pareciendo al habitual.
 
El costo de la vuelta es de $ 55 en promedio. En algunas, por ejemplo, ofrecen combos con descuento, de 6 vueltas a $ 300. Por supuesto, el nene o la nena que se queda con la sortija tiene una vuelta gratis.
 
Desde 2015, una ley regula la instalación y el funcionamiento de los carruseles y calesitas en el espacio público de la Ciudad. Establece obligaciones y normas respecto de los permisos de uso y las características técnicas y condiciones de seguridad. Además, fija pautas de respeto a los valores históricos, culturales y estéticos, ya que muchas calesitas son Patrimonio Cultural de la Ciudad en el marco de la Ley 1227.
 
El precio de las vueltas, por su parte, no está regulado. Lo acuerdan los calesiteros desde la asociación que los nuclea. Según cuentan, tratan de acompañar la inflación, aunque también buscan que los costos sean accesibles para los clientes. "Y si viene un pibe que mira de afuera y no puede subir porque no tiene plata, no lo vamos a dejar abajo. Lo invitamos a que de unas vueltas gratis", afirma uno de los referentes.
 
La ley permitió la refacción de la calesita del Parque General Paz, que es de acceso gratuito y es gestionada por el Museo Saavedra.Allí hay juegos especiales y hasta copiamos piezas de fotos del Archivo General de la Nación que recuperan escenas de la época colonial", dice a Clarín Carlos Pometti, secretario de la Asociación Argentina de Calesiteros y Afines, creada en 2008.
 
El oficio, en muchos casos, también se hereda. Es el caso de Juan Pablo Couto, cuarta generación de una familia de calesiteros con actividad en la plaza Echeverría, de Villa Urquiza, que no duda en afirmar que la actividad es una mezcla herencia y vocación: “Para nosotros no es un trabajo, sino un estilo de vida, que en nuestro caso heredamos de nuestro bisabuelo”.


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