COMUNA 8

El Parque de la Ciudad se encuentra en estado de abandono

El ex parque de diversiones ubicado en Villa Soldati está habilitado al público como un espacio verde desde el que se pueden observar los restos de las atracciones mecánicas que funcionaron allí entre 1982 y 2003.


El Parque de la Ciudad, ubicado en el barrio Villa Soldati, está devastado. Allí funcionó entre 1982 y 2003 el parque de diversiones Interama, pero ahora los juegos están abandonados, se pueden ver esqueletos de hierro oxidados, trencitos abandonados, las estructuras de las montañas rusas corroídas y con los carritos amontonados, restaurantes que solo queda una carcasa edilicia y boleterías sin uso completan un panorama desolador. La Torre Espacial, ese mirador que se observa desde gran parte de la Ciudad y sus alrededores, es un vigía imponente que se destaca en el medio del vacío.
 
A lo largo de las décadas, varios proyectos pusieron su foco en el lugar, como Ciudad del Rock que funcionó precariamente y hasta se barajó la posible concesión por parte de los antiguos dueños del Parque de la Costa, pero no llegó a concretarse.
 
El ex Interama se llama Parque de la Ciudad y está abierto al público los sábados y domingos, pero ya no ofrece juegos abiertos, sino la posibilidad de recorrer algunos senderos rodeados de vegetación y espejos de agua, y con el marco de los esqueletos de algunos juegos abandonados. La visita solo contempla un sector del inmenso predio ubicado en la intersección de las avenidas Cruz y Escalada.
 
El parque de diversiones Interama fue un proyecto sobredimensionado que se gestó para distraer a la población en medio de las atrocidades cometidas durante la última dictadura cívico militar de 1976 a 1983. 
 
“El parque se inauguró el 21 de septiembre de 1982, post Guerra de Malvinas y cerró en noviembre del 2003, cuando ya estaban listos varios juegos y atracciones que se habían recuperado para ser habilitados durante la temporada 2004″, explica a La Nación Hernán Rodríguez, responsable del grupo Torre Espacial OK, dedicado a preservar la memoria colectiva sobre el parque, acopiar material documental y apoyar diversas iniciativas en torno a una posible recuperación. “Arranqué como visitante y, a medida que fui creciendo, me interesé por la historia del lugar y el origen de los juegos, por eso conformamos una organización sin fines de lucro, donde había desde ingenieros a gente con todo tipo de profesiones y oficios, con el objetivo de ayudar al parque”, remarca Rodríguez, quien hoy organiza visitas guiadas al lugar.
 
En el parque se abrían distintos caminos que conducían a los cinco espacios en los que estaba diferenciado el predio: Carnaval, Latino, Fantasía, Internacional y Futuro. Cada sector tenía su ambientación especial tematizada, lo cual hacía que desde las farolas de iluminación hasta los cercos tuvieran diseños específicos. Aún se puede observar el mobiliario.
 
En el Sector Fantasía funcionó durante poco tiempo la “Ciudad del Rock”, donde se ofrecían recitales en un tablado desmontable y donde el público se ubicaba en un inmenso playón de cemento que se generó al tirar abajo juegos, baños, boleterías y restaurantes. “Se levantaron juegos a soplete y fueron convertidos en chatarra, Querían hacer Rock in Río, pero nosotros objetamos un montón de cosas y el proyecto se cayó”, afirma Rodríguez.
 
También se puede percibir la silueta del gigante Gulliver, una obra realizada en 1981 por el artista plástico J. J. Militich. Entre los árboles se ve un edificio de gran altura a medio terminar donde iba a funcionar el primer cine Imax del país, pero la construcción nunca llegó a su fin.
 
Hidrovértigo era la montaña rusa de agua, una de las atracciones preferidas por el público más chico. Hernán Rodríguez cuenta que “los cubículos inferiores donde estacionaban los carritos fueron convertidos en una piscina utilizada por la colonia infantil Escuela abierta del Gobierno de la Ciudad, que funciona durante los veranos”.
 
A lo lejos se ve la vía muerta de los cuatro trencitos que recorrían una extensión de 4 kilómetros y se detenían en varias estaciones. Sobre el límite con la avenida Roca están apilados los vagones y algunas locomotoras, llenos de óxido y con los colores desteñidos. Las columnas de la Aerogóndola ya no sostienen a las 120 naves que salían del Sector Latino, tenían una parada en el Futuro y llegaban hasta el Internacional. Se dice que los carritos están arrumbados en un rincón del predio.
 
Luego de pasar por “Techos Azules”, el edificio donde iba a funcionar uno de los tantos restaurantes y hoy está habilitado como sede de una milonga, se puede acceder a la base de la estructura que fuera sostén de la montaña rusa de doble carril llamada Vertigorama. De origen suizo, era un modelo único en el mundo, tenía 38 metros de altura, contaba con seis trenes que albergaban a 28 pasajeros cada uno, que lograban una velocidad máxima de 90 kilómetros por hora a lo largo de nada menos que 1200 metros de extensión. Lo insólito es que jamás fue habilitada. Hoy, se ven esos carros depositados en el nivel inferior.
 
De la montaña rusa Aconcagua no hay vestigios. Tenía una estación cuyos muros eran de trencadís al estilo Gaudí, era única en el mundo. Había sido diseñada y fabricada exclusivamente para el parque por Stengel/Schwarzkopf y fue totalmente desmontada, ya que, en su lugar, fue emplazado parte del barrio Olímpico. Es que las 79 hectáreas originales sufrieron algunas mutilaciones y en parte del predio se levantó la urbanización, un hospital y una dependencia policial. “La Aconcagua se cortó a soplete, cuando se podía haber desarmado. Quien inventó esa montaña la creó con un sistema de arme y desarme muy fácil, lo que permitía venderla o armarla en otro lugar, pero se vendió como chatarra”, se lamenta Hernán Rodríguez.
 
Las ruinas del juego Escorpión quedan dos brazos gigantes con tentáculos. Del Sky Diver solo queda en pie la estructura de cemento que lo sostenía y el letrero de su ingreso. A pocos metros, aparece un lago con muelle corroído donde se accedía a los hidropedales, las embarcaciones para pasear navegando.
 
Donde se llevaban a cabo los shows de aguas danzantes, solo se puede ver una pileta seca llena de cables. El Skywheel, una especie de rueda doble de acero cuyas silletas se movían en diversas direcciones, está intacto y su letrero conserva las bombitas de colores. Cuando algunas de las atracciones fueron vendidas, se les exigía a los compradores que dejaran el sector habitado por ese juego absolutamente libre, pero eso no sucedió.
 
“Los juegos fueron creados por los mejores fabricantes del mundo, así que tenían un gran valor de reventa. Sin embargo, muchos se convirtieron en chatarra y otros se vendieron a precios irrisorios a parques itinerantes del interior. Hoy, en diversos lugares del país están el Pulpo, las Sillas Voladoras, el Matterhorn, y muchas atracciones infantiles”, explica el responsable de la ONG Torre Espacial OK.
 
“El parque fue un capricho de Cacciatore, llegaba en helicóptero y si no le gustaba algo, lo hacía demoler. Así sucedió con las boleterías que, según su gusto, eran muy pequeñas, y mando a construir otras que eran más grandes que las de Disney. Lo mismo pasó con los restaurantes, hizo triplicar la altura de sus techos y los convirtió en edificaciones impactantes”, sostiene Rodríguez sobre las decisiones del brigadier que ocupaba el cargo de intendente de la Ciudad de Buenos Aires y responsable supremo de la creación de Interama.
 
Interama llegó a tener 60 juegos funcionando, pero el proyecto contemplaba un total de 100, cifra que nunca se alcanzó y, de los 12 restaurantes previstos, solo se habilitaron dos. La aspiración de máxima era recibir a 70.000 personas por día, algo que jamás sucedió. Se generaron dos playas de estacionamiento, pero como todo el mundo debía ingresar por el acceso principal, quienes estacionaban sobre la avenida Roca eran traídos hasta las boleterías por los Sunliners, unos micros de varios cuerpos que circulaban detrás de unas especies de bermas o montículos de césped que no permitían mirar hacia el interior.
 
El parque llegó a contar con 1000 empleados contratados, al momento de su fundación en manos de la empresa Parques Interama S.A., una organización privada que había ganado la concesión y que estaba conformada por civiles y militares. Cuando en el país se reinstauró la democracia, se le quitó la concesión a Parques Interama S.A. y el predio pasa a ser administrado por el Estado porteño bajo la denominación de Parque de la Ciudad.
 
En 2001, un accidente le costó la vida a un empleado. Hernán Rodríguez recuerda que “se llamaba Hernán Fischetti, operador del juego Huracán”. “Hay dos versiones: una dice que falló la seguridad del juego, pero la que más circula acá adentro es que se sentó sin la seguridad colocada y otro operador, que estaba probando el juego, lo puso en marcha, y Fischetti salió despedido”, cuenta.
 
En 2003, un juez hizo una inspección y de los 58 juegos funcionando, clausuró 12. “La orden era que hasta que se pusieran en condiciones, no podrían funcionar, aunque el parque podía seguir abierto. En ese entonces, Aníbal Ibarra, que era el Jefe de Gobierno de la Ciudad, cerró el parque completo, prometiendo que, en menos de dos meses, se arreglarían esos juegos y todos los demás serían puestos a punto. Ese mes se transformó en cuatro años, sin que se hiciera nada. Hubo juegos que se pararon en 2003 y nunca más funcionaron. Es más, fueron desarmados”, sostiene Rodríguez. “A mediados del 2006 comienza a crecer el rumor de que el parque iba a abrir. En ese momento, y a raíz de un foro, nos conocimos los amantes del parque”, recuerda el apasionado documentalista.
 
En febrero de 2007, el parque reabrió por iniciativa de la gestión de Jorge Telerman, entonces Jefe de Gobierno. De todos modos, solo funcionaban algunos juegos infantiles. “En el 2009, ya con Mauricio Macri como Jefe de Gobierno, se cerró el predio y nunca más abrió”, recuerda Rodríguez. 12 años después, la mayoría de los juegos fueron desmantelados y el Parque de la Ciudad fue convertido en un espacio verde.
 
 


COMENTARIOS