EDUCACIÓN

El Dorita, el profesorado de la Villa 31

El profesorado Dora Acosta, abrió sus puertas en 2014 y el año próximo tendrá el primer grupo de egresados. En la Villa 31 no había instituciones donde estudiar después del secundario.


El profesorado de enseñanza primaria Dora Acosta abrió en 2014 en la Villa 31, hasta ese momento no había institutos de educación terciaria para continuar los estudios después del secundario. El año que viene contará con la primera camada de egresados.
 
En este espacio de resistencia también plantan bandera las mujeres del barrio, las vecinas, que se cansaron de estar relegadas en el espacio privado en su rol de madres y amas de casa. El Dorita, como se lo conoce en el barrio, fue construido por la organización social y política El Hormiguero “con la idea de garantizar que la educación terciaria llegue al barrio, dado que hay más de 40.000 personas en la Villa 31 y no hay una institución donde se puedan seguir los estudios después de terminar el secundario”, contó a Página 12 María Bielli, rectora del Dorita.
 
“El proyecto nació en 2013 y en ese momento hicimos una encuesta entre los vecinos para saber qué les interesaba estudiar. Surgieron dos cosas, que para nosotros tiene mucho que ver con la falta de garantía de derechos que tiene el barrio. Por un lado, enfermería, porque muchas vecinas suelen hacer de enfermeras ante la falta de un sistema de salud adecuado. Y, por otro, surgió la carrera de maestro. Elegimos esa profesión porque creemos que la educación popular tiene un rol fundamental en la construcción de sociedades críticas y transformadoras”, explicó Bielli.
 
La sede que El Hormiguero tenía en la Villa 31 se transformó en el profesorado Dora Acosta. “Comenzamos a construirlo en 2014. Lo hicimos a pulmón, con fondos que recaudábamos de distintas actividades y con aportes de compañeros militantes. Así fuimos tirando los primeros ladrillos”, recordó Bielli. Lleva el nombre de Dora Acosta en homenaje a la maestra detenida desaparecida por la última dictadura cívico militar.
 
En 2015, el Ministerio de Educación de la Ciudad les otorgó el reconocimiento oficial y en 2016 lograron un convenio con la Universidad de Buenos Aires (UBA). “El reconocimiento salarial, sin embargo, llegó más tarde. Recién el año pasado empezaron a reconocernos las horas docentes”, explicó Bielli. Y agregó: “Para el Ministerio somos un profesorado de gestión privada, pero para nosotros esto es una contradicción, porque entendemos que lo que hacemos es disputar el sentido de la educación pública y ampliarla: hacer que llegue a los lugares donde por la propia iniciativa del Gobierno no llega”.
 

La mayoría de los estudiantes que asisten al Dorita son vecinas del barrio. “Tenemos aproximadamente 60 alumnos y solo 4 son varones. Hay muchas mujeres que vinieron de distintos países y muchas dejaron los estudios hace varios años. Seguir estudiando, para muchas compañeras, no era una posibilidad. La mayoría son madres y trabajan desde chicas. Les resulta muy difícil sostener el estudio. Últimamente muchas tuvieron que empezar a trabajar más horas por la situación económica y dejaron el Dorita. Creo que si la deserción no es tan alta es porque construyen lazos muy fuertes entre ellas y se sostienen colectivamente”, dijo la rectora.
 
Algo que suele generarse, explicó a Página 12 Florencia Martín, coordinadora del Dorita, es una cierta resistencia familiar: “Ellas salen del ámbito privado al que están acostumbradas, entonces al principio toda la familia se mueve. Hay veces que los maridos no las dejan venir. Pero suelen volver, porque el proceso de empoderamiento de reconocerse en un ámbito público es súper fuerte”.
 
Sandra, de 33 años, vino de Paraguay a los 4 años, terminó de cursar la secundaria en 2005 y tuvo dificultades para seguir estudiando porque debía una materia. “Acá en el profesorado me aceptaron. Me di cuenta que es un lugar en el que importo, en el que no soy una más”. Elba, también de Paraguay, llegó a Argentina hace 20 años: “Me anoté en este profesorado en 2016 y acá aprendí lo que es la educación popular. Antes era una más en el sistema. Acá uno entra y cambia, no es la misma persona que era cuando entró”.
 
Palmira, de 25 años, empezó el profesorado siguiendo los pasos de su mamá. “La veía hacer los trabajos y me re entusiasmé. Me di cuenta que quería ser maestra porque a los chicos los docentes los marcamos mucho”. Rose, de 29, agregó: “La mayoría somos mamás y creo que esa es una de las principales dificultades. Se supone que según la sociedad te tenés que quedar en tu casa con tus chicos. Pero creo que estar acá es una clara evidencia de que ya no nos quedamos más en casa, de que estamos venciendo al patriarcado”.


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