PARA NO OLVIDAR

Cuarenta años de historia de los derechos humanos

Hoy llegué a través de Twitter a una efeméride que ignoraba: se cumplen 40 años de la fundación de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos.

María Esperanza Casullo
Crédito fotográfico: APDH Neuquén
La Asamblea Permanente de los Derechos Humanos fue fundada en el año 1975, luego de que Italo Lúder firmara junto a María Estela Martínez de Perón el nefasto decreto que ordenaba “el aniquilamiento de la subversión”. En un país que ya estaba sumido en la violencia política paraestatal luego de la creación por parte del gobierno de la Triple A, un grupo de preclaros dirigentes sociales, religiosos y políticos decidieron formar un espacio en el cual avanzar en la defensa de los derechos humanos y el valor de la ley. Participaron en la APDH en los años de su fundación y posteriores obispos católicos como Jaime de Nevares, pastores evangélicos como Aldo Etchegoyen, dirigentes judíos como Marshall Meyer y políticos como Alicia Moreau de Justo, Alfredo Bravo, Raúl Alfonsín y Simón Lázara. Si bien la mayoría de los dirigentes políticos que se acercaron eran radicales y socialistas, también fue uno de sus fundadores el peronista Jorge Vázquez, luego embajador.

La historiografía posterior sobre la historia de la lucha por los derechos humanos en Argentina se enfatiza el rol jugado por las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo. Esta preponderancia es comprensible dado el carácter inmediato y personal de su posicionamiento, lo tremendo de la represión a la cual fueron sometidas (recordemos que el primer grupo  de fundadoras de Madres fue secuestrado en una operación de infiltración llevada a cabo por Alfredo Astiz) y su infatigable militancia en la democracia buscando a sus nietos apropiados.

Si bien la mayoría de los dirigentes políticos que se acercaron eran radicales y socialistas, también fue uno de sus fundadores el peronista Jorge Vázquez, luego embajador.

Pero las Madres y las Abuelas no fueron las únicas organizaciones de derechos humanos activas en el período. El movimiento entre el año 76 y el 83 era vital  y plural e incluía también a la APDH, el CELS fundado por Emilio Mignone (también participante en la APDH) y José De Luca, el Movimiento Ecuménico de Derechos Humanos iniciado por varios pastores metodistas, Familiares y Amigos de Detenidos y Desaparecidos, el Servicio de Paz y Justicia de Adolfo Pérez Esquivel, entre otros: todas estas organizaciones aportaron una visión propia y una forma particular de activismo en los años de la lucha contra la Dictadura.

Esta pluralidad se pone de manifiesto en las diversas trayectorias de politización que marcan estas organizaciones. Si las Madres y las Abuelas marcan un camino peculiar y propio que fue el de la politización de un grupo de personas que hasta entonces se veían a sí mismas como parte de un mundo privado (como dicen muchas madres y abuelas, ellas hasta el momento de la desaparición de sus hijos no habían hecho política activamente), el MEDH o la APDH marcaron la politización de personas que en muchos casos no advinieron a lo público por una injusticia personal sino como consecuencia de su compromiso religioso o político.

Esta pluralidad se tradujo no en una uniformidad monocorde, sino en apoyo mutuo solidario en circunstancias de una represión y un peligro que hoy nos parecerían increíbles. (El hijo de una de las fundadoras de la APDH del Alto Valle me decía “íbamos en colectivo a Neuquén, cada vez que cruzábamos el puente temblábamos que no revisara el colectivo la policía y nos detuviera”.) Cada organización hablaba con su lenguaje particular: las Madres convirtiendo lo personal en político, los líderes cristianos desde la ética de la paz o la opción por los pobres y los desprotegidos, los dirigentes políticos desde la tradición liberal o la Constitución. La pluralidad no implicaba uniformidad y los debates internos eran feroces: sobre cómo acercarse al estado, si aceptar las políticas de identificación de los restos de los detenidos asesinados, si eran positivas las reparaciones a los familiares. Esta polifonía, sin embargo, sentó las bases de la posibilidad de fundar la democracia en 1983 en el discurso y el ideal inclusivo de los derechos humanos, una frase y una idea que había estado ausente de la tradición política argentina hasta la década del setenta.

La pluralidad no implicaba uniformidad y los debates internos eran feroces: sobre cómo acercarse al estado, si aceptar las políticas de identificación de los restos de los detenidos asesinados, si eran positivas las reparaciones a los familiares.

El año 1983 la elección de Raúl Alfonsín marcaron  menos una recuperación que una refundación democrática: nunca antes nuestro país había tenido un consenso comparable, aspiracional al menos, sobre el estado de derecho y los derechos humanos. En este sentido, y sin negar en absoluto el mérito de los dirigentes políticos más lúcidos del momento como Alfredo Bravo, Raúl Alfonsín, Alicia Moreau de Justo y Simón Lázara que asumieron como propios los derechos humanos (y el demérito de aquellos como Italo Luder, Jorge Triaca, Carlos Menem que nunca lo hicieron), puede decirse que la sociedad civil argentina marcó el camino. La clase política (cuyos partidos mayoritarios habían tenido ambos actitudes profundamente antidemocráticas como aceptar 18 años de proscripción del adversario o alentar la represión paramilitar desde el gobierno) tuvo que aprender de la sociedad o fue castigada electoralmente por ello, como le sucedió al PJ luego de su derrota en el año 1983. Desde 1983 hasta hoy pasamos muchos altos y bajos, pero el compromiso de la sociedad civil con la aspiración de los derechos humanos continúa; haría bien en no olvidarlo el gobierno actual, cuya política de derechos humanos es una incógnita todavía)

Desde el 81 hasta fines de los 80 debo haber participado en cada marcha, en la movilización por la insurrección de Semana Santa, en protestas multitudinarias contra el Punto Final y Obediencia Debida.

Una nota personal. La filial Neuquén de la APDH fue la primera en existir fuera de Buenos Aires, nucleada alrededor de la figura de Jaime de Nevares. No porque no hubiera en Neuquén víctimas de la Dictadura o militantes (había, muchos) sino porque Don Jaime era intocable y podía ofrecer algo que pocos otros podían: refugio y visibilidad. (Además, el líder del MPN Felipe Sapag, con dos hijos asesinados por la dictadura, era una figura cercana.) La APDH de Neuquén junto con las Madres y otras organizaciones construyeron un movimiento que llegó a ser uno de los más importantes del país y que se expresó en marchas, sentadas, huelgas de hambre, en muchas misas solemnes con gente parada en los pasillos de la Catedral donde Don Jaime pedía juicio y castigo en la cara del gobernador de facto que hacía lo posible por parecer imperturbable. Mis viejos, Celia Destéfano y Carlos Casullo, participaron en la APDH en esos años; mi primer recuerdo político es asistir a la conferencia que dio Adolfo Pérez Esquivel en la catedral vieja en 1981, cuando yo tenía 9 años; a esta charla tuvimos que entrar entre un doble cordón de policías militares que se quedaron ahí todo el rato. Desde el 81 hasta fines de los 90 debo haber participado en cada marcha, en la movilización por la insurrección de Semana Santa, en protestas multitudinarias contra el Punto Final y Obediencia Debida. Hoy el gran editor de estas columnas Sebastián De Toma me mandó esta foto de una marcha de Derechos Humanos en Neuquén en 1985 y resulta que me ví a mí misma junto con mi hermano, mi viejo y mi mamá, marchando. Es la primera foto que tengo de esa época. Gracias totales, Sebastián.

Nota del editor: María Esperanza descubrió, cuando le enviamos la imagen que íbamos a utilizar, que estaba en ella. Es la nena de blanco que aparece en el margen derecho de la imagen, aplaudiendo. Una bella y movilizadora coincidencia que habla de la consecuencia intelectual de quien escribe esta columna semanal.  

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