OPINIÓN

Una ministra con banca

La ministra de Educación se habló encima: calificó a los docentes de pobres, viejos, fracasados e ideologizados. Luego mandó una carta en la que no pidió perdón. Un exabrupto le permitió cosechar el apoyo de todo el PRO.

Werner Pertot


El modus operandi del Ministerio de Educación durante la gestión de Soledad Acuña ha sido el ir al choque, sin consensuar las medidas. Esto tiene un motivo: la ministra considera que la autoridad política debe resolver las cuestiones educativas y que ni los sindicatos ni ningún otro factor debe intervenir en esa área de autoridad. Así se ha manejado y también así le ha ido: cada proyecto de reforma que encaró chocó de frente con la resistencia de docentes, estudiantes y hasta padres y madres, dado que nunca fueron ni siquiera consultados. La articulación de consensos y la negociación política –que Acuña conoce bien, dado que tiene una extensa carrera política que comenzó en la Legislatura-  no han estado a la orden del día en estos años, lo que nos ha traído más problemas que soluciones. Por eso no debería sorprender lo que Acuña dijo, ni que siga sin pedir ni unas disculpas impostadas (su carta de aclaración no incluye un pedido de perdón), ni mucho menos que la reacción de la mayoría haya sido reclamar que Horacio Rodríguez Larreta se busque otra funcionaria para el cargo. No obstante, la tapa de Página/12 le permitió a la ministra cosechar los apoyos que no había recibido en toda la semana.

Bueno, repasemos los hechos. Hace ya más de una semana, Acuña participó de un ciclo que tiene el profesor de vóley Fernando Iglesias en el que se turnaron para escupir sobre la carrera docente. Iglesias ya es inimputable a esta altura. Pero Acuña es la ministra que –se supone- debe conducir a maestra y maestros, lo que implicaría alguna mínima dosis de respeto. Dijo la funcionaria a la que Larreta le confía la educación porteña desde hace cinco años que los docentes “son personas cada vez más grandes de edad que eligen la carrera docente como tercera o cuarta opción luego de haber fracasado en otras carreras. Y si uno mira el nivel socioeconómico, o en términos de capital cultural, al momento de aportar para el aula, la verdad es que son de los sectores más bajos socioeconómicos los que eligen estudiar la carrera docente”. Pero no se detuvo ahí. Dijo también que están ideologizados, y que esto es culpa de los Institutos de Formación docente (a los que quiso borrar de un plumazo y no pudo, con la UNICABA). También dijo que gracias a que las clases son virtuales se enteraron más cosas de cómo se dictan, porque no se podían meter en las aulas. (¿Desde el ministerio están pinchando los Zooms entre docentes y alumnes?) Y reclamó romper la confianza entre docentes y padres y madres: les pidió a estos últimos que denuncien los casos de bajadas de línea. “Eligen militar en lugar de hacer docencia. Si no denuncian, no podemos hacer nada”, reclamó.

El Gobierno PRO ya tuvo antecedentes de esto: Esteban Bullrich como ministro de Educación lanzó el luego llamado “0800 buchón”. Era una línea para denunciar actividad política en las escuelas, que nunca sirvió para nada. Se lanzó luego de que se diera un taller sobre El Eternauta, la historieta del guionista desaparecido Héctor Oesterheld.  La medida, en ese caso, apuntaba a los estudiantes. Ahora, Acuña le apunta a los docentes. De hecho, se pudo ver el esfuerzo de algunos medios y funcionarios PRO para instalar que “el adoctrinamiento en las escuelas” es un problema real y que debería estar en el tope de las preocupaciones de la población.

Las palabras de Acuña generaron un in crescendo de cuestionamientos y repudios. Además de los gremios docentes, rechazaron lo que dijo todos los organismos de derechos humanos. El bloque del Frente de Todos en la Legislatura presentó una declaración de repudio y también un pedido de interpelación, que fue bloqueado por la mayoría larretista.

En el Gobierno porteño, se sumieron en un silencio espeso que duró largos días. Se pudo saber que en una reunión en la que discutieron qué hacer, Acuña dijo: "Si tengo que pedir perdón, pido perdón". Con lo que quedó en claro su nivel de furia hacia los sectores que la critican. Y de desprecio. Cerca de Larreta, antes de que Acuña sacara su carta, me dijeron que las frases agraviantes de Acuña forman parte "más o menos lo que ella suele decir", pero que "hubo algunas palabras de más y tal vez tendría que salir a aclarar algunas cosas". Otro funcionario del Gobierno porteño me la comparó con el ministro de Salud, Fernán Quirós: “Dio 250 entrevistas en todo el año y nunca patinó así”.

Acuña, finalmente, escribió una carta en la que no pidió perdón. Al contrario, en su misiva del viernes escaló en su confrontación e intentó instalar que hay “adoctrinamiento en las escuelas”. "Sabemos que algunos dirigentes abusan de su rol docente y eligen adoctrinar antes que enseñar a pensar. Por si hiciera falta aclararlo, voy a mantenerme firme: con los chicos, no", escribió. No sé si fue adrede, pero usó palabras similares a los grupos antiderechos que se oponen a la aplicación de la ESI. Aunque dijo que sus palabras causaron “dolor e incomodidad en muchos de ustedes", no hubo ni siquiera un pedido de disculpas. Solo dijo que no fue su intención. Y que se “merecían” una “aclaración”.

Hasta el sábado, había cosechado solo los apoyos de dos dirigentes: Patricia Bullrich y Mauricio Macri. No la ayudaban demasiado. Lo del ex presidente tiene sentido y guarda coherencia con su base electoral del PRO: recordemos que Macri, cuando ganó en 2007 la jefatura de Gobierno, en su discurso de victoria fustigó a los docentes y luego, como presidente, le dio sus condolencias a los que “cayeron en la educación pública”. Pero es muy difícil sostener esa posición siendo la ministra a cargo del área. ¿Se imaginan a Quirós diciendo cosas análogas sobre médicos y médicas?

No obstante, una tapa de un diario en el que se recordó que en el secundario al que fue Acuña estuvo un jerarca nazi le sirvió a la ministra para cosechar todos los apoyos que no había recibido en la semana. Fue realmente un regalo para una funcionaria que no terminaba de ponerle fin a la polémica. Todo Juntos por el Cambio salió a respaldarla, incluido el jefe de Gobierno que hasta ese momento no había dicho nada. ¿Un exabrupto, entonces, borra al otro?

Más allá del escándalo y la indignación pasajera, lo que muestra esta secuencia es una falta de cintura política para conducir políticamente al sistema educativo. Que implica dialogar y negociar con distintos sectores de la comunidad educativa. Me resultó interesante, entre las cosas que se dijeron al respecto, una reflexión que hicieron los especialistas en educación Manuel Becerra e Ivan Stoikoff. Para ellos, por más que no renuncie, Acuña ya renunció a cambiar algo: “Acuña declama, indirectamente, su renuncia a gobernar el sistema educativo, trabajo para el cual fue elegida por Horacio Rodríguez Larreta en 2015. Si un funcionario diagnostica ´vicio´ en el ámbito que le toca gobernar y su intervención de gobierno es lanzar una catarata pública de agresiones sobre sus componentes, es un acto de renuncia a la tarea. Una renuncia premeditada y agravada por la planificación, donde el ´otro´ es un agente monstruoso y culpable”. Esto es clave: Acuña se coloca en el lugar de espectadora y describe la situación que no es otra cosa que fruto de su gestión, de sus decisiones como funcionaria que está en ese cargo hace ya cinco años.

Y ahí Becerra y Stoikoff hacen un repaso de cómo le fue a Acuña en cada intento que emprendió de reforma, desde la Secundaria del Futuro (donde iban a mandar a hacer pasantías en quinto año a los y las estudiantes), la UNICABA, el intento de cierre de las nocturnas, todo esto –según ellos- muestra “la intención de borrar de un plumazo lo existente sin tener en cuenta su existencia”. Pero, ¿cómo le fue? “La Secundaria del Futuro se redujo a una reformulación del trabajo colaborativo, la UniCABA no pudo eliminar de un saque a los institutos de formación docente -aunque se haya puesto en marcha- y no hubo cierre de las nocturnas”.  Quizás sus palabras esconden la frustración por semejante acumulación de fracasos en tan poco tiempo.

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