OPINIÓN

"El desahogo sexual y la masculinidad", por Matías Segreti

Esta semana se conoció que el fiscal Fernando Rivarola, avanzó en el cierre de la causa por la violación en manada ocurrida en la provincia de Chubut, modificando la calificación, con el argumento público del “desahogo sexual”. ¿Qué pasa cuando un hombre, que además de ejercer su masculinidad en el universo simbólico, instrumenta acciones que jerarquizan esta posición?

Las teclas son un murmullo casi imperceptible. Es un aliento de avance de lo que escribo desde mi condición de varón, hetero, cis, clase media. Las categorías ayudan a comprender parte de la realidad y al mismo tiempo nominan, producen significado sobre las subjetividades.

La masculinidad es una norma, un dispositivo, una tecnología de poder asociado a la lógica de un sistema que pretende presentarse como natural. La masculinidad ofrece la disposición del uso del tiempo, de los discursos y la arrogancia de la representación sobre los cuerpos, sostenido en un paradigma de lo normal.

Esta semana se conoció que el fiscal Fernando Rivarola, avanzó en el cierre de la causa por la violación en manada ocurrida en la provincia de Chubut, modificando la calificación, con el argumento público del “desahogo sexual”.  ¿Qué pasa cuando un hombre, que además de ejercer su masculinidad en el universo simbólico, instrumenta acciones que jerarquizan esta posición? 

El ejercicio político de las mujeres, los colectivos feministas y las funcionarias de gobierno desarrollaron respuestas inmediatas de repudio. ¿Y los varones, dónde nos ubicamos frente a este (y muchos otros) escenario?

¿Masculinidades y qué más?

Hablar de masculinidades quiebra en parte la lógica de un dispositivo dominante en el mundo simbólico y concreto. Decir en plural implica asumir la existencia de múltiples expresiones que cruzan las acciones individuales y colectivas, con las situaciones socioeconómicas, las pertenencias de clase, las identidades étnicas y de orientación sexual, entre otras.  

En la medida que se incorpora la diversidad de expresiones, se politiza el debate en términos de integración. Pero el hecho de nombrar la heterogeneidad de masculinidades, no necesariamente socava las estructuras de poder que permiten el ejercicio de injusticias de varones hacia mujeres. 

¿Qué hacemos entonces como varones?

Ensayar una respuesta rápida es un error. Luciano Fabbri señala que existe una complicidad y que consiste en “los silencios en los grupos entre varones ante prácticas machistas. Cuando ya las identificamos, ser neutros, pararse por afuera del conflicto y no decir nada es complicidad machista. Es importante, porque delegamos todo el tiempo a las compañeras la tarea de denunciar y alzar la voz. Los varones escuchamos más a otros varones. Por eso la complicidad machista es el gran nudo y la responsabilidad que tenemos los varones en este contexto, más allá de ir a la marcha y de usar el pañuelo, es desatarlo.”

La tarea necesaria empieza por identificar las prácticas machistas, y las dimensiones para trabajarlas siempre serán del orden cultural y político. El desafío es enorme pero ejemplos abundan en la medida que afinamos levemente la mirada. La militancia sobre la implementación de la Educación Sexual Integral que vienen sosteniendo los colectivos de femeneidades, es un ejemplo de compromiso con una política pública que no puede pasarnos por el costado. Así como existe el sujeto del patriarcado, también debemos ser esos varones los actores que trabajemos en la transformación del problema. 

Una mirada arriesgada y personal, que me animo afirmar, es que la mayoría de los varones que hoy trabajan este problema, lo han podido hacer porque estuvieron o están acompañados por el conjunto de mujeres, que han colaborado en estos procesos y construido herramientas públicas para pensar y actuar. Retomando a Fabbri, acordamos en que “la cuestión es no exigírselo y no delegárselo, sino en todo caso escucharlas y formarnos con todo lo que vienen construyendo para poder replicarlo de alguna forma”.

¿Qué hacer entonces? No existe la guía para la transformación de un sistema cruel, existen acciones y discursos hechos por personas que  transforman el mundo donde vivimos. La libertad de elección de la posición política que decidamos nos sitúa frente al conflicto. Ese lugar implica una responsabilidad ética para nuestro presente y las próximas generaciones. Empecemos por no ser cómplices, después siguen muchas tareas.

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