CULTURA

El fantasma de la libertad

La Ley Seca fue el primer paso para ceder parte de nuestra libertad. El debate actual sobre las drogas nos enfrenta a una disyuntiva: ¿debemos recuperar esa libertad perdida o nos parece bien permitirle al Estado que nos proteja de nosotros mismos?

Daniel Molina


Estamos tan acostumbrados a vivir en “libertad” que nos olvidamos que esa situación es algo excepcional en la Historia y que es el fruto de una larga lucha política y cultural. La organización de la vida comunitaria en la era paleolítica no solo era elemental sino que ese igualitarismo radical surgía de una austeridad extrema y de un sometimiento extremo a la tribu. La prosperidad (y la desigualdad) comenzaron con la Revolución Neolítica hace unos 12.000 años. Pero ese salto material y cultural trajo aparejadas formas de organización social extremadamente violentas y fuertemente coercitivas.

Las únicas dos excepciones históricas son el muy limitado experimento ateniense de democracia radical (por otro lado, limitado solo a una parte pequeña de la población: los varones libres que tenían ciudadanía ateniense, que eran menos de un sexto del total de la población de la ciudad) y la república romana (también limitada a los varones libres, pero incluso mucho menos participativa y “democrática” que el experimento griego). La libertad, tal como la conocemos y la disfrutamos nosotros (en constante proceso de ampliación y mejoramiento, por lo demás) es hija de las revoluciones de fines del siglo XVIII.

Las nuevas repúblicas democráticas modernas también excluían a los pobres (al menos hasta fines del siglo XIX), a los esclavos (hasta la misma época) y a las mujeres (que recién comenzaron masivamente a tener derechos políticos plenos a partir de la segunda década del siglo XX). Pero el camino de la libertad no se desarrolló sin idas y vueltas: en pleno siglo XX, después del predominio intelectual de los gobiernos liberales burgueses aparecieron las dictaduras (por golpes militares en América latina, África y Asia; y por el triunfo de movimientos totalitarios -fascismo, comunismo, nazismo- en Europa y Japón). Además, las democracias burguesas también encontraron formas de limitar la libertad de sus ciudadanos permitiendo una fuerte intervención del Estado en las vidas privadas de los ciudadanos.

Así como nos resulta “natural” vivir en una sociedad democrática liberal también nos resulta “normal” que la mayoría de las drogas recreativas estén prohibidas. Pero durante milenios (y hasta hace apenas un siglo) las drogas eran completamente legales (incluso en los regímenes más represivos). Fue precisamente en el país en el que nació la libertad moderna (los Estados Unidos) aquel en que también se inició el movimiento para declarar ilegal el consumo de drogas. Y justamente sucedió allí porque al sector más conservador le parecía intolerable la vida en libertad (y querían excluir de ese derecho a aquellos sectores sociales que consideraban “peligrosos”).

El movimiento por la prohibición de las drogas surgió en el siglo XIX y estuvo integrado casi exclusivamente por mujeres. Los varones norteamericanos de los siglos XVIII y XIX eran enormes consumidores de alcohol. Consumían un promedio de cuatro a cinco veces más alcohol per cápita que en la actualidad: es decir, la mayoría de los varones vivían borrachos. Y ese estado de ebriedad era visto como el disparador de la violencia contra las mujeres.

Tanto en los pequeños pueblos como en las zonas pobres de las grandes ciudades, la vida de la mayoría de los hombres estaba dedicada a trabajar de manera agotadora y no tenía otros atractivos que algo de comida y muy poco sexo (por lo general logrado de manera brutal y de muy corta duración -analizadas con los parámetros actuales, la inmensa mayoría de las relaciones sexuales de entonces se considerarían violaciones-).

En ese contexto surgió un movimiento que se llamó “Por la decencia pública”, cuyo principal preocupación fue prohibir el consumo de alcohol. En pocos años alcanzó dimensión nacional: logró muy rápidamente el apoyo de instituciones religiosas y de políticos conservadores. Era un verdadero movimiento “moral”: oponerse a él dejaba al atrevido en el bando de “los licenciosos”, cuando no de “los pecadores”.

El movimiento por la Decencia Pública mezcló muchas causas que terminaron concordando en un amplio movimiento general: en el Sur sumó a los que querían volver a esclavizar a los negros (o, por lo menos, tenerlos lo más controlados posible); en el Oeste, se sumó el movimiento de los propietarios que desconfiaban de la liberalidad con que las autoridades trataban a los inmigrantes; en todas partes se sumaron los que querían la “reforma moral de la sociedad” para que los pecadores fueran apartados.

El éxodo de los varones a Europa para combatir en la Primera Guerra Mundial le dio un protagonismo político a las mujeres como nunca antes habían tenido y lo usaron para hacer aprobar la Enmienda Constitucional 18, que prohibió la producción, circulación y comercialización del alcohol. En menos de dos años se logró aprobar esa enmienda y también que la mayoría de los Estados la ratificasen. A comienzos de 1920 ya el alcohol estaba prohibido en los Estados Unidos: había surgido lo que se llamó la Era de la Ley Seca.

La Enmienda 18 es el modelo de todas las intromisiones del Estado democrático y liberal en la vida privada de los ciudadanos: permite que el Estado obligue al individuo a tomar “decisiones correctas para su vida”. De hecho es la única enmienda en toda la historia norteamericana que legaliza una prohibición y no una ampliación de la libertad (todas las otras enmiendas otorgan más poder a los individuos y limitan el poder del Estado). Durante 13 años el consumo de alcohol estuvo prohibido en los EEUU: recién en 1933 se derogó la Enmienda 18 (mediante la aprobación de una nueva enmienda: la 21).

Hay una enorme bibliografía sobre el tema de cómo las prohibiciones de drogas (alcohol o cualquier otra) limitan la libertad individual. Esa bibliografía va de las entrevistas de Milton Friedman (algunas han sido filmadas y están en Youtube) al libro de Thomas Szasz Nuestro derecho a las drogas (editado en castellano por Anagrama). Un buen resumen de todos esos debates se encuentra en un documental de Ken Burns (está en Netflix, son tres episodios de casi dos horas cada uno) que se titula The Prohibition y da cuenta de cómo se logró prohibir el alcohol, qué consecuencias tuvo y cómo se logró conformar luego un movimiento para “prohibir la prohibición” que permitiera dejar sin efecto la Ley Seca.

Lo más interesante del documental de Ken Burns sobre la prohibición del alcohol es que no hay la más mínima mención a la prohibición de las otras drogas, pero cada imagen del delirio histórico que llevó a la prohibición del alcohol y las terribles consecuencias que eso tuvo en la vida de los norteamericanos recuerda constantemente al espectador que lo mismo está sucediendo hoy con “La Guerra contra las Drogas”.

La Ley Seca fue el primer paso para ceder parte de nuestra libertad. El debate actual nos enfrenta a una disyuntiva: ¿debemos recuperar esa libertad perdida o nos parece bien permitirle al Estado que nos proteja de nosotros mismos?

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