OPINIÓN

Superfinal masculina de fútbol por TV

Fue un espectáculo lamentable, indignante, como decían el domingo sin falta todos los titulares: vergonzoso. Pero nadie pareció sorprenderse. Quizas ahí están algunos de los límites de una masculinidad cuya única respuesta es la violencia.

Ariel Martínez Herrera


Nos juntamos con familia a ver “la superfinal” entre River y Boca. La transmisión resultó ser una película de acción, bastante predestinada y con un mensaje muy concreto: justificar el maltrato y la violencia sistemática sobre miles de personas.

Fue un espectáculo lamentable, indignante, como decían el domingo sin falta todos los titulares: vergonzoso. Pero yo no creo que nadie diga hoy ni ayer, ni que nadie siquiera piense que fue inesperado, nadie pareció sorprenderse. De lo que se deduce fácilmente que tiene que haber anunciadores en algún lado, anunciadores, gestores y planeadores de esta desgracia primero totalmente esperada y segundo totalmente teatralizada. Y esto no es una opinión tampoco, hoy vi por whatsapp:

- La toma desde el hombro del policía motorizado cuyo ángulo de visión mejor cubrió la escena de la tragedia

- La toma desde el celular en el interior del micro que mejor cubrió la tragedia

- y la toma de un hincha que grabó todo desde la esquina desde donde volaban las piedras que luego corre de la policia

Y el agente de esta organización, no digo el organizador, pero el agente vivo no está para nada lejos tampoco, está durante todo este tiempo en el marco de la accion, comentándola en vivo, tutelando el discurso, en los programas tándem que como ellos mismos declaran, “cubren” maratonicamente la larguísima hasta el tedio secuencia de violencia sobre miles de personas.

Muestran la violencia, y resaltan algunas líneas narrativas principales: en primer y dramático plano, con gesto de cosa seria, nostálgicas sesiones de odas al fútbol que era o podría ser, algo familiar e idílico, que es evocado sin mucho análisis estructural.

Recomendaciones autorizadas de todo tipo y sobre absolutamente cualquier cosa, incluso discusiones sobre hipótesis que inventan en el momento. Una circunvalación bastante hueca de cínica preocupación frente a la violencia mientras es mostrada: que el hincha merece o no, ademas, eso también se debate, aparentemente hay un grupo que sí y otro que no.

Y por otro lado una justificación por goteo de la violencia en forma de sentido común: culpan al operativo de seguridad y a las mafias del fútbol como si ellos no fueran parte del sistema, o como si fuera normal que alguien odie a otra persona porque tiene una remera roja y blanca en vez de azul y amarilla (que es de un infantilismo casi barbárico) en nombre de supuestos apasionamientos y viejas rivalidades deportivas que como son las gestas heroicas de nuestro tiempo, han alcanzado entonces, un épico nivel de violencia.

Hay que empezar a llamarlo por su nombre, es una psicosis colectiva que normaliza un sistema de violencia sobre miles de personas que lo único que quieren es ver un partido de fútbol. No nos olvidemos de eso, es gente que quiere ver un partido de fútbol, un espectáculo deportivo de escala internacional.

Y hacen sus campañas en contra de la violencia mientras la legitiman. Hay que empezar a hablar de amor en el vínculo de rivalidad deportiva, no puede ser tan difícil, quizás el problema resida en lo difícil que resulta hablar de amor entre hombres.

Quizas ahí están algunos de los límites de una masculinidad cuya única respuesta es la violencia, de un relato nostálgico hasta para justificarla, de cada día más incómodo sostenimiento, y cada día menos verosímil. Yo el sábado vi esa película en la tele durante cinco horas, y todavía falta que se juegue el partido.

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