PATRIMONIO

Un palacio en el centro porteño que quedó detenido en el tiempo

En Marcelo T. de Alvear y Paraná, un empresario textil mandó construir un petit hôtel donde vivió con su esposa y sus siete hijos. Hoy se alquila para eventos y se puede visitar haciendo la recorrida guiada.


En el barrio de Recoleta, precisamente en la calle Marcelo T. de Alvear, a pocas cuadras de Santa Fe y Callao, hay un palacio. Este petit hôtel, fue mandado a construir a principios del siglo XX por el empresario textil Francisco Piccaluga, quien contrató al arquitecto suizo-italiano Domingo Donati para el proyecto, informa Clarín.
 
Piccaluga había llegado a Buenos Aires a fines del siglo XIX y después de un breve período en que se dedicó a la importación de telas, decidió montar una fábrica. Así se convirtió en uno de los impulsores del cultivo del algodón en la Argentina. Como sucedía en esa época, la familia Piccaluga residía en el campo, pero viajaba habitualmente a la ciudad para cumplir sus compromisos con los miembros de la alta sociedad porteña y necesitaba una vivienda donde alojarse.
 
El palacio, con dos suites, cinco habitaciones y otros tantos salones, tiene unos 2.000 metros cuadrados cubiertos y, acorde con la tipología, está conformado por tres plantas: el nivel de la calle se destinaba a los empleados de servicio y a la entrada para autos, en el primer piso o piano nobile se encuentran los salones para la vida social y en la última planta están los dormitorios. Además, hay un gran jardín posterior donde se construyó un pequeño chalet para los caseros. Como por entonces no era bien visto que los sirvientes se cruzaran con los propietarios, hay escaleras, puertas y espacios destinados a la circulación del servicio.
 
La familia Piccaluga y sus invitados ingresaban a la vivienda desde una escalera de mármol que lleva al primer piso, iluminada por un vitral con la cara de un ángel de la guarda, “Este es el primero de magníficos vitrales que tiene la casa y que la destacan por encima de otros petit hôtels de la ciudad”, cuenta a Clarín el arquitecto Alfonso Piantini, a cargo de las visitas guiadas.
 
Luego de desandar la escalera se llega al gran hall, que brilla con los distintos tonos de los vitrales. En los salones, brillan los espejos con detalles de dorado a la hoja, las chimeneas, la boiserie y las terminaciones de madera tallada artesanalmente, más los pisos de parquet con guardas en los extremos. “Hay que recordar que en aquella época todos los salones contaban con alfombras persas, por eso las guardas están en los lugares visibles”, apunta Piantini. Y agrega que había grandes cortinados y muchas de las paredes estaban enteladas con capitonés y rasos.
 
A pesar de haberse construido a principios del siglo XX, la vivienda tenía detalles de última tecnología y confort, como un ascensor. Las chimeneas de mármol daban marco a los radiadores alimentados por una caldera a gasoil, ya que no había por entonces en Buenos Aires red de gas.
 
La disposición de los ambientes permite reconstruir la vida de la alta sociedad porteña de principios del siglo XX. Después de cada banquete, los invitados salían a un segundo hall y allí se separaban hombres y mujeres. Ellos iban al fumoir (salón fumador) para hablar de negocios y ellas se retiraban al dresoir para tomar el té.
 
Hacia el contrafrente de la casa se disponía el salón que da al jardín, dotado de un pequeño estar y un comedor diario, donde la familia pasaba casi todo el día. El jardín estaba adornado por una gran fuente de mármol que había sido traída de París.
 
En el segundo piso se ubicaban las habitaciones. De cara al frente sobre Marcelo T. de Alvear, Francisco Piccaluga y su esposa contaban dos habitaciones en espejo, una para cada uno, unidas (o separadas) por un estar común. Luego de un pequeño hall se disponían las habitaciones para los hijos.
 
La historia cuenta que una vez fallecido Piccaluga padre, su hijo Pedro, el séptimo y el único varón, decidió comprarles sus partes a sus seis hermanas y se trasladó a vivir al palacio con su mujer y su única hija, Ofelia. En los años 90, los herederos de Piccaluga vendieron la casa y todo el mobiliario original fue catalogado y subastado en la casa Sotheby.
 
Más tarde, sus nuevos propietarios la alquilaron a una universidad. Con sus nuevos usos, se realizaron modificaciones en los ambientes y se agregaron luminarias y aparatos de aire acondicionado. Vencido el contrato, sus actuales dueños encararon la restauración de la casa, que aún está en proceso. Hoy se la utiliza para eventos y fiestas.
 
 


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