OPINIÓN

Martín Fierro, entre los anarquistas y la oligarquía

Es el clásico argentino. Desde que fue publicado fue un éxito de ventas, pero ese público masivo no incluía a la clase letrada. En 1913 Leopoldo Lugones dio una serie de conferencias sobre el poema gauchesco y cambió todo.

Daniel Molina
Tapa original del Martín Fierro.


Por Daniel Molina. 

“Un clásico es un libro que cuando se lo lee por primera vez ya es la segunda” dijo Borges. Aun los que nunca leyeron la Illíada saben que existen Aquiles y Ulises. Millones no han leído una página del Quijote, pero casi todo el mundo sabe que el personaje que imaginó Cervantes se enfrentó con los molinos de viento. Los clásicos son libros que todos conocemos aunque nunca los hayamos siquiera tenido en las manos.

El “Martín Fierro” es el clásico argentino. Cualquiera sabe, aunque jamás haya leído el libro, los consejos del Viejo Vizcacha: “Hacéte amigo del Juez / no le des de qué quejarse; / y cuando quiera enojarse / vos te debes encojer, / pues siempre es güeno tener / palenque ande ir a rascarse”. Desde el analfabeto al erudito en literatura argentina del siglo XIX todos se saben de memoria los versos con los que comienza el poema de José Hernández: “Aquí me pongo a cantar / al compás de la vihuela / que el hombre que lo desvela / una pena extraordinaria / como el ave solitaria / con el cantar se consuela.”

Hay muchas culturas que no tiene clásicos. En América latina no hay clásicos. Estados Unidos tampoco tiene un clásico. Que un texto alcance la estatura de clásico requiere de una operación histórica muy compleja, que mezcla el inconsciente social con la calidad literaria, es parte de una guerra cultural y se apoya en una construcción política muy poderosa. Como es un texto relativamente reciente y todo en torno a él está muy documentado es que podemos conocer cómo fue que el “Martín Fierro” se convirtió en nuestro clásico.

José Hernández (1834-1886) era un opositor al grupo que tenía el poder político y cultural en su época. No tenía el más mínimo lugar en el Parnaso de la Generación del 80. Era un outsider total. Es más, si no hubiera escrito el “Martín Fierro” sería hoy completamente desconocido. Más aún: hasta que murió (a 14 años de publicar la primera parte de su libro glorioso y a 6 años de la segunda parte) no obtuvo el más insignificante de los reconocimientos.

Desde que fue publicado, el “Martín Fierro” fue un éxito de ventas. Algo rarísimo en el siglo XIX argentino. Pero ese público masivo no incluía a la clase letrada. Nadie culto, poderoso y rico valoraba el Martín Fierro. El libro vendía miles y miles de ejemplares entre los pobres, incluso lo conocían los analfabetos porque se lo leía en grupo. Hay muchos testimonios que los ejemplares del poema gauchesco llegaban a la zafra tucumana o a la recolección de fruta en Mendoza y los trabajadores se reunían, luego de agotadoras jornadas de 12 o más horas, en torno a un fogón para que el que sabía les leyera algunos versos del “Martín Fierro” mientras comían en silencio. Fue el bestseller de los oprimidos.

La primera reivindicación erudita del poema gauchesco de Hernández sucedió entre 1904 y 1905, por parte de los anarquistas. El periódico La Protesta, dirigido por Alberto Ghiraldo, publicó durante esos dos años una revista cultural (que, a partir de octubre de 1904, fue suplemento semanal del periódico) titulada Martín Fierro. Allí escribieron, entre muchos otros, Roberto Payró, Manuel Ugarte, José Ingenieros, Eduardo Schiaffino, Evaristo Carriego, Alfredo Palacios, Rubén Darío, Macedonio Fernández y Leopoldo Lugones.

Son los últimos años del Lugones contestario. Entre fines del siglo XIX y 1905, Leopoldo Lugones apoyó el socialismo y el anarquismo. Luego apoyará el nacionalismo oligárquico y finalmente terminará fascista. En el pasaje del anarquismo al nacionalismo, Lugones comienza a leer al “Martín Fierro” como la gran epopeya argentina. Fue la reivindicación de los anarquistas en 1904 la que le permitió a Lugones ver en el libro de Hernández la obra maestra que nadie en el mundo cultural oficial había siquiera imaginado.

En la cultura oficial argentina de 1910 se consideraban textos fundamentales al “Facundo”, de Sarmiento, y “El matadero”, de Echeverría. Si se hubiera hecho una encuesta en 1913, preguntando a la intelectualidad de la época cuál era el más grande libro argentino, ninguno hubiera dicho que era el Martín Fierro. Pero Lugones intervino y cambió todo.

En 1913 Lugones (que ya era considerado el gran poeta nacional) dio una serie de conferencias en el Teatro Odeón (en Esmeralda y Corrientes, el primer sitio en América en el que, 15 años antes, se había proyectado cine, mostrando las primeras películas que habían filmado los hermanos Lumiere). Esas conferencias de Lugones fueron seguidas desde la platea por toda la clase dominante de la época. Senadores, diputados, expresidentes (como Julio Roca) y los hombres más ricos del país iban al Odeón a escucharlo. Fue tal el éxito de esas conferencias que se las reunió en libro y en 1916 fueron editadas bajo el título de “El payador”.

En esas charlas Lugones analiza el Martín Fierro como el más importante libro argentino y, además, lo considera el más grande que dio el castellano desde el siglo de oro español. Para Lugones, el libro de Hernández es una epopeya, como el “Cantar de Mío Cid”, “La Eneida” o “La Illíada”. Es un libro que funda una nación, la argentina.

Lugones opone el gaucho al inmigrante, al que considera el peligro que debe enfrentar la patria. El gaucho, dice, felizmente ha muerto. Ya no existe. Felizmente ha muerto porque tenía algo de sangre india. Y lo indio es lo que debe superarse para poder hacer un país civilizado. Pero en camino a la civilización, agrega Lugones, el gaucho fue el punto intermedio, necesario en el camino a la civilización. Sin embargo, al ser mestizo, el gaucho debía sucumbir ante el progreso y sucumbió. Para Lugones el “Martín Fierro” recoge lo mejor de la cultura del gaucho en el momento mismo en el que el gaucho desaparece; es su canto del cisne.

El gaucho contra el inmigrante. Del anarquismo a la oligarquía. El “Martín Fierro”, al pasar por estas operaciones culturales, se transforma en el clásico argentino. Comenzó siendo el bestseller de los pobres y terminó como la Biblia Nacional. En el proceso sumó sentidos complejos, relecturas que lo enriquecieron y lo transformaron. De mero libro arrojado al azar de los lectores anónimos pasó a ser la base cultural de un país y de una forma de hablar el castellano.

La primera parte del “Martín Fierro”, La Ida, es la historia de un personaje que sufre todas las ignominias por parte de los poderosos y huye de la civilización porque lo oprime. Pero terminó siendo (con los consejos de Vizcacha, que son el núcleo de La Vuelta, la segunda parte) el manual de uso para sobrevivir entre vivillos y aprovechados.

Porque es una obra maestra, el “Martín Fierro” ha sobrevivido a todas las interpretaciones. Porque ha podido ser reinterpretado de distintas formas (y desde lugares políticamente antagónicos) es que el “Martín Fierro” logró convertirse en un clásico. Como el Espíritu, que inspiró la Biblia, el gaucho de Hernández ha terminado convertido en Todo para todos.  

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