INFORME ESPECIAL

Un Zoológico del siglo pasado

La historia del Zoológico porteño desde 1888 hasta nuestro días. Desde la idea de Domingo F. Sarmiento hasta la desastrosa privatización.

Werner Pertot
El Zoológico de Buenos Aires fue inaugurado en 1888.  Abrió con un dromedario, un oso pardo, un avestruz, dos cisnes y dos llamas. Fue ideado por Domingo Faustino Sarmiento años antes,  el 11 de noviembre de 1875. Se basó en una idea de Juan Manuel de Rosas, que había creado en la misma zona un “Jardín de las Fieras”. Su primer director, Eduardo Ladislao Holmberg, asumió unos días después de la muerte de Sarmiento. Fue quien se ocupó de conseguir el terreno de 18 hectáreas.  El proyecto sarmientino tomó el estilo británico victoriano, que exhibía a los animales como trofeos dedicados a la reina y como muestra de la extensión del imperio británico. El presidente Carlos Pellegrini afirmaba que toda ciudad que se precie debía tener un zoológico. Y Buenos Aires, que se creía la París de América Latina, no podía ser menos.

Entre 1888 y 1904 las construcciones buscaban trasladar al visitante al habitat de cada animal: se hicieron 52 edificios, que en 1997 fueron declarados Monumento Histórico Nacional. Muchos remedan templos romanos o indios. Para celebrar el nuevo siglo, en 1900 el director del zoo invitó a los ciudadanos a pasear montados en elefante. En 1912, llegó una jirafa y la llevaron caminando hasta el Zoológico.  El sobrino de Holmberg fue director entre 1924 y 1944. Escribió un decálogo para el visitante del parque, que decía "compadecete de las pobres bestias cautivas". En 1944, asumió Mario Perón -hermano de Juan Domingo- que hizo construir una leonera al aire libre.

Ya en la década del sesenta comenzó a dejar de mantenerse las instalaciones. En la dictadura, en 1977, el brigadier Osvaldo Cacciatore proyectó enviar el Zoo al sur de la Ciudad para aprovechar el valor inmobiliario de los terrenos en Palermo. Una idea que resurgiría con el macrismo

En 1989, Carlos Menem designó a Gerardo Sofovich como su interventor. El deterioro en el que estaba se acrecentó hasta que lograron privatizarlo. Ganó la concesión el 1 de febrero de 1991 la empresa  JZBA S.A., que tenía como accionista al propio Sofovich. Fue otro de los escándalos menemistas que tuvo como protagonista al intendente Carlos Grosso. El concesionario luego mutó en Zoo Botanico 2000 S.A. y, en 1998, pasó a llamarse Jardin Zoologico S.A.. Allí cambió su composición accionaria: entró la mexicana Corporación Interamericana de Entretenimientos (CIE)  y Rock & Pop, de Daniel Grinbank. El paquete accionario fue luego adquirido por Nestor Otero (el mismo empresario condenado por dádivas durante el kirchnerismo y que consiguió gracias al macrismo privatizar terrenos del sur para hacer una terminal de micros privada), Marcos Dabbad, Sergio Manni y Alberto Konik. Los dos últimos provienen del Grupo Botánico, del que era socio Sofovich, quien luego le vendió su parte a Otero y a Dabbad.

Cuando se venció la concesión en 2011, Macri optó por intentar renovarla por otros veinte años. Fue  cuestión de tiempo hasta que el desastre que había dejado el concesionario privado terminara con la reestatización. Ahora el Estado, como socio bobo, será el que pondrá el dinero para restaurar los edificios históricos, venidos a menos. El privado, que se llevó la recaudación durante dos décadas, no fue ni siquiera multado. Hay cosas que ya no se recuperaran: de los 12 mil libros que había en la biblioteca del Zoo, algunos del siglo XIX, quedaban menos de 300 al final de la concesión. Había incunables, obras de Darwin y de Perito Moreno, textos de Lucio V. Mansilla con firmas de puño y letra de su propio autor. Algunos ejemplares aparecieron arrumbados en el Museo de la Ciudad, completamente deteriorados. Otros nunca aparecieron. Siempre quedó la sospecha de que los más valiosos fueron subastados en Nueva York. 

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