OPINION

Centro Cultural Almirante Rojas (CCAR)

Como la “desperonización” de antaño, la “deskirchnerización” actual no se presenta como un fin en sí mismo, sino como un paso necesario para terminar con el populismo. De esta forma se lograría la unidad de los argentinos, un viejo anhelo de nuestros conservadores que proponen ponernos todos de acuerdo eliminando las opiniones que no coincidan con las de ellos.

Sebastián Fernández
 Luego de disolver el Partido Justicialista en 1956 "en virtud de su vocación liberticida, el gobierno del general Aramburu lanzó el decreto-ley 4161 que con valentía ampliaba la prohibición a ´la utilización de la fotografía, retrato o escultura de los funcionarios peronistas o sus parientes, el escudo y la bandera peronista, el nombre propio del presidente depuesto el de sus parientes, las expresiones "peronismo", "peronista", " justicialismo", "justicialista", "tercera posición", la abreviatura PP, las fechas exaltadas por el régimen depuesto, las composiciones musicales "Marcha de los Muchachos Peronista" y "Evita Capitana" o fragmentos de las mismas, y los discursos del presidente depuesto o su esposa o fragmentos de los mismos.´
Nótese que al tirano prófugo se lo cita como “presidente depuesto”, un loable gesto de respeto hacia las instituciones democráticas y de pacificación nacional.
 
Sesenta años más tarde el titular del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos (SIC) Hernán Lombardi propone, con menos ambición pero similar ahínco, eliminar el nombre de Néstor Kirchner de todos los lugares públicos. Como él mismo explicó, "durante 18 años se prohibió en la Argentina el nombre de Perón, y la verdad es que fue una actitud antidemocrática que alimentó el mito. Al parecer, para el funcionario del gobierno del diálogo y el consenso, la crítica hacia el decreto-ley de Aramburu no pasaría por su ilegitimidad sino más bien por su ineficacia.
 
Como la “desperonización” de antaño, la “deskirchnerización” actual no se presenta como un fin en sí mismo, sino como un paso necesario para terminar con el populismo que, según Lombardi, es “una patología en las sociedades modernas”. De esta forma se lograría la unidad de los argentinos, un viejo anhelo de nuestros conservadores que proponen ponernos todos de acuerdo eliminando las opiniones que no coincidan con las de ellos.
Por supuesto, el proyecto de ley no menciona la proscripción del apellido Kirchner o la abolición de la letra K, tan sólo “prohibir que los lugares públicos lleven el nombre de personas que hayan fallecido hace menos de 20 años”. Como señaló Lombardi, “hay que esperar por lo menos 20 o 30 años para analizar a quienes homenajeamos. En un populismo del cual estamos tratando de salir todos los argentinos, los valores simbólicos son muy importantes”.
 
Es extraño,  el tiempo prudencial que propone el funcionario no parece preocupar a los gobiernos de esos países serios que el mismo funcionario suele poner como ejemplo a imitar. El Centro Pompidou, sin ir más lejos, fue inaugurado en Paris apenas tres años después de la muerte del presidente Georges Pompidou y el presidente Francois Mitterrand murió el mismo año en el que se inauguró la magnífica biblioteca que lleva su nombre. 
 
Ese virtuoso tiempo prudencial tampoco fue respetado en nuestro país al bautizar, por ejemplo, los paseos que llevan el nombre del ex presidente Raúl Alfonsín, de Ushuaia a Gualeguaychú, pasando por Mendoza o Vicente López. Tampoco fue respetado por el intendente Gustavo Posse al bautizar el Hospital Central de San Isidro con el nombre de su predecesor- casualmente su padre- apenas éste falleció. Al contrario, en un sentido discurso explicó que "el nombre de Melchor Posse debe dejar de ser el de una sola familia para convertirse en el nombre de todos los sanisidrenses y de todos los argentinos de bien”. Al parecer, hay apellidos vinculados con patologías populistas que es mejor prohibir y otros, más relacionados con los argentinos de bien, que conviene difundir.
 
Tampoco esperó ese lapso de tiempo republicano el propio presidente Alfonsín para bautizar una estación de tren con el nombre de Roque Carranza, uno de sus ministros recientemente fallecido, conocido por su participación en el atentado de la Plaza de Mayo de abril de 1953. Un pasado antidemocrático cuyo valor simbólico, para retomar las palabras de Lombardi, no pareció preocupar al gobierno de aquel entonces.
 
 Pero tal vez Hernán Lombardi tenga razón y debamos terminar de una vez con tanto populismo y tanta confrontación. En ese sentido, ¿qué mejor gesto republicano que rebautizar al CCK como Centro Cultural Almirante Rojas y dedicarlo a la reconciliación nacional? 

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