INCLUSIÓN VS. URBANISMO

La escuela de los chicos de la calle que el Gobierno quiere demoler para que pase el Metrobus

A la escuela concurren alrededor de 300 jóvenes, mayores de 14 años, que no terminaron el primario. En ese espacio, también participan de talleres de música, panadería y de costura. El Gobierno decidió que el Metrobus debe pasar por ahí.

Giuliana Fernández
 A minutos de la Casa Rosada, adolescentes en situación de calle estudian y aprenden oficios en la escuela Isauro Arancibia. Comenzó como un espacio de inclusión en un aula y llegó a tener un edificio propio y hasta una casa para los jóvenes que completan el ciclo. Pero el Gobierno porteño amenaza su continuidad: la prioridad oficial es que por allí pase el carril exclusivo para colectivos.

En un recorrido de menos de 20 cuadras por avenida Paseo Colón están la Casa Rosada, el ex centro clandestino Club Atlético y una escuela, la Isauro Arancibia. Concurren alrededor de 300 jóvenes con domicilio en Independencia y Paseo Colón –“la calle techada”, como le dicen–, en plazas o en cajeros automáticos.


Adolescentes en situación de calle. Fabián es uno de ellos. Asiste desde hace años y hoy asegura que es su sustento, su hogar. Su lugar para no “bardear” ni tener que lidiar con el personal de Espacio Público porteño, el mismo que hace poco le tiró todas las pertenencias que lo acompañaban en la calle, hasta el short que había confeccionado él mismo en el taller de la escuela, preparándose para los primeros calores.

“El Día de la Primavera fui a lo de mi hermano a festejar. Cuando volví, no tenía nada. Me quería morir, no sabés. ¡Tenía una bronca! Igual me ayudaron, fui pidiendo a los vecinos y conseguí algunas cosas. Hasta le conseguí un colchón al viejo que para ahí”, cuenta Fabián. “Es un viejo. No puede dormir sobre cartones”, sentencia.


Al Isauro asisten chicos y chicas que no terminaron el primario y son mayores de 14 años. Los motivos de sus deserciones son varios, pero hay uno que tienen en común y es el vivir en la calle. Se levantan sobre la vereda y, por las noches, vuelven a ella. Desde 2009 estudiantes y trabajadores de la institución comenzaron una larga lucha por conseguir un edificio propio. Dos años después pudieron instalarse en Paseo Colón 1318. Sin embargo, ahora corren peligro de desalojo: el Gobierno porteño decidió que el Metrobus tiene que pasar por ahí. Si bien el pasado 7 de octubre, en un recorrido por el lugar, autoridades porteñas se comprometieron a la construcción de un nuevo edificio, desde la escuela quieren hechos.

SU LUGAR EN EL MUNDO

“La escuela es su lugar de referencia. Les puede faltar de todo, los pueden sacar de donde están viviendo, pero la escuela está acá. Es su lugar seguro”, define Susana Reyes, directora de Isauro Arancibia. Hace 18 años que comenzó a dar clases a pibes en situación de calle. Primero fue en un aula, a pedido de la CTA Nacional, para que recibieran educación personas que formaban parte de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR) y del Movimiento de Ocupantes Inquilinos (MOI). “Las chicas de AMMAR, que trabajaban en Constitución, me comentaron que había jóvenes que eran grandes pero no que sabían leer ni escribir. Así que fuimos, les contamos sobre la escuela, y vinieron. Primero llegaron dos, y como se mueven en ranchada después empezaron a venir y venir. Esto fue durante el auge del neoliberalismo”, relata Susana.


Así fue que pibes y pibas comenzaron a llegar a ese pequeño lugar que la CTA les había brindado. Los docentes se reunían en los pasillos y pensaban diferentes estrategias, porque entendían que la lógica escolar sancionadora ahí no tenía sentido. “Con mis compañeros íbamos pensando cómo hacer para que vengan, para que se queden. Ellos tienen un tema con la temporalidad. Viven la inmediatez. Entonces no venían por dos semanas y después te decían ‘pero cómo, si yo vine ayer’. Ahí nos dimos cuenta que teníamos que trabajar la temporalidad. ¿Cómo les íbamos a explicar las ciencias sociales, los procesos históricos, si ellos no se veían en un devenir? Ellos son el hoy”, señala la directora.

Micaela tiene 19 años y asiste a la escuela desde hace poco, pero no sabe exactamente cuánto. Al principio mira desconfiada, no quiere hablar. Está preocupada por terminar las eco-bolsas que fabrica junto a sus compañeros en el taller de costura. Después de explicar su trabajo, se suelta y comenta sobre sus días en la calle, su adolescencia, cuando dejó la escuela. Automáticamente, se adjudica culpas: “Hice cualquiera. Viste que bardeás con la junta”. Sin embargo, ahora se muestra entusiasmada. Dejó la calle y está en “La Verdadera Casa para Vivir”, el hogar que el Isauro Arancibia pudo conseguir para que los chicos que hayan pasado por la institución educativa tengan un lugar para habitar hasta conseguir un trabajo y poder mantenerse solos.

Micaela, junto con Fabián, es una de las que mejor maneja la producción de eco-bolsas. Él tiene varios años más y desde que llegó a Isauro Arancibia no se aleja de la máquina de coser. Es que ya hay varios pedidos y no quiere defraudar a los clientes. Además, este es su sustento. Antes trabajaba en relación de dependencia. Pero, como tantos otros, ahora integra las listas de despedidos. “Estaba alquilando, estaba trabajando, pero todo se cortó. Se cortó el laburo. Para marzo me quedé sin trabajo”, cuenta. Tiene algunas changas, como la venta en la feria de San Telmo, pero no le alcanza para un hotel. Por eso, la calle.

“No sabés todas las que pasé. Es dura la calle, nadie se imagina. Igual, tengo esperanza. Ya voy a estar mejor. Mi hermano sí alquila. Se cortó solo, pero está bien, tiene que hacer su vida”, comenta Fabián. Para él, como para Micaela, la escuela es su lugar en el mundo.


MÚSICA, PANES Y ECO-BOLSAS

En la institución funcionan varios talleres. Quienes van a clase por la mañana, por la tarde pueden ir a alguno de los talleres. Si estudian a la tarde, al revés. La meta siempre es la inclusión. Hay talleres de música, de panadería y de costura, entre otros. El de panadería, por caso, les permitió inaugurar un servicio catering. Sí, un catering de pibes de la calle. Y desde el taller de costura comenzó la venta de eco-bolsas.

“Empezaron a coser, a arreglarse la ropa. Yo les hice un molde y arrancaron con las bolsas”, cuenta la profesora de costura. Tiene 69 años y viaja más de una hora para llegar a la escuela todas las semanas. “Me llevo bien, no son chicos malos. Tenés que saberlos llevar, no discriminarlos. A veces tuve problemas con otros. Hicieron cosas que un chico ‘bien’ no hace”, comenta. Y agrega: “A mí me robaron el celular tres veces. La última vez, ellos hicieron una fiesta y juntaron plata. Cuando se terminó la fiesta, me dieron el dinero para que me compre otro teléfono. ¿Qué chico hace eso? Y mirá que tienen necesidades, eh”.

Sin aviso previo entra Juanca, otro de los chicos que asiste al taller. Él parece de los viejos, de los que vienen hace rato. La docente le pregunta por qué estuvo faltando. “Estaba trabajando”, responde. Rápidamente, él es quien empieza a hacer preguntas. Quiere saber con quién habla su profesora. Después de escuchar la explicación sobre la producción de esta nota, se va con un “buenísimo, hacen faltan más que cuenten las cosas como son”. Los periodistas no le caen simpáticos.


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