OPINIÓN

La autoridad presidencial y Mirtha Legrand

Mauricio Macri ha decidido probar con un nuevo estilo de comunicación, basado en la intención de proyectar calidez familiar y al mismo tiempo cercanía y lejanía aspiracional. Sin embargo, la Señora de los Almuerzos se permitió dudar de la efectividad del nuevo formato y manifestó: "Le dije que tiene que hablar un poco más largo, que habla muy cortito”.

María Esperanza Casullo

Hace algunos días decía que Mauricio Macri había decidido romper con más de treinta años de homogeneidad en el manejo de la imagen presidencial para inaugurar un nuevo estilo. Hablaba de homogeneidad, por cierto, no en la totalidad de la imagen proyectada, sino en el estilo de poder que se deseaba proyectar.

Las imágenes personales de Alfonsín, Menem, De La Rúa, Duhalde, Kirchner y Fernández de Kirchner no podían ser más diferentes. Menem sorprendió al país con sus peinados a la Pompadour y sus trajes estilo italiano de tela “piel de tiburón” plateada, mientras que a Raúl Alfonsín casi no se le conoció su vida personal mientras fue presidente y sus trajes fueron una sucesión de ambos de tela azul, gris o marrón. De La Rúa era afecto a la campera de cuero de carpincho mientras que Néstor Kirchner volvió famoso el saco cruzado sin abotonar y los mocasines. Sin embargo, todos ellos, se vistieran como se vistieran, intentaban proyectar autoridad y mando. Alfonsín era un gran orador, tal vez el último gran orador de la historia argentina, que en momentos de crisis no temió salir al balcón de la Casa Rosada para dirigirse directamente al pueblo. Menem tenía otro estilo, que gustaba de aparecer más conciliador, pero también era él mismo  el que enunciaba las grandes directivas de su gobierno con frases como “ramal que para, ramal que cierra” o “hay que hacer cirugía mayor”. Lo mismo De La Rúa, quien en realidad hasta último momento eligió sobreactuar su propia autoridad, dando discursos por cadena nacional o decretando el estado de sitio aún cuando el país se prendía en llamas. Néstor Kirchner buscó recuperar la autoridad presidencial a través de frases improvisadas que luego quedaron en la historia como “No tengo miedo, y no les tengo miedo” (en un famoso acto con militares en donde un número de oficiales se dieron vuelta y le dieron la espalda al nuevo presidente) y “Por favor, proceda”. Cristina Fernández hizo de la centralidad comunicativa de su propia figura una clave de su gobierno, usando las cadenas informativas, hasta el punto ciertamente de saturar la eficacia del recurso.

Como decía en la columna anterior, Mauricio Macri ha decidido probar con un nuevo estilo de comunicación, basado en la intención de proyectar calidez familiar (soy una persona que quiere y se hace querer) y al mismo tiempo cercanía (“soy como vos, tengo una nena pequeña, juego a pintar con ella”) y lejanía aspiracional (“mi familia y yo celebramos nuestras navidades en una estancia propiedad de un millonario que tiene cabezas de antílopes africanos colgadas en las paredes”). Este estilo rompió con sus predecesores en el sentido de que Macri en las primeras semanas no aparecía preocupado por mostrar autoridad, poder, decisión. Estas cosas, como dijimos, recaen en miembros de su gabinete, sobre todo el “cuasi primer ministro” Marcos Peña.

En la columna anterior me preguntaba hasta qué momento sería posible para Mauricio Macri continuar esta estrategia comunicacional “jefe de estado-jefe de gobierno. En esta columna podemos decir que la misma duró hasta la semana pasada.

La semana pasada Mauricio Macri dio varias entrevistas a radios para aclarar las confusiones sobre las paritarias docentes. Además, realizó un acto en el que él fue el único orador para anunciar los cambios en Ganancias: este acto fue, en su estética y su puesta en escena, casi indistinguible de los actos en donde la presidenta Cristina Fernández de Kirchner anunciaba cosas similares: el presidente hablando en el atril, en las primeras fila sentados los gobernadores, ministros de la gestión y, en especial primer plano, líderes sindicales peronistas (¿peronistas?). No hubo, es cierto, las barras bullangueras que le gustaban a Cristina Fernández de Kirchner, pero la escenificación era clara: el presidente hablando, de pie en el atril y todos los demás abajo, sentados, aplaudiendo.

Este viraje, se puede aventurar, era esperable ya que la centralidad comunicacional presidencial no depende sólo de la voluntad o de la moralidad de la persona en cuestión sino que es casi un requerimiento estructural de la política argentina. No se trata de que “los anteriores presidentes no sabían delegar”, sino de que, simplemente, hay cosas que sólo el presidente puede decir. En un sistema presidencialista como la Argentina, sólo el presidente tiene la autoridad performativa última, sólo la palabra del presidente manifiesta una decisión de última instancia. Cualquier ministro, aunque sea alguien de íntima confianza del primer mandatario, no deja de ser un funcionario “a tiro de decreto” y, por lo tanto, vulnerable. (Recordemos que aún “superministros” como Domingo Cavallo o Alberto Fernández vieron terminados sus appointments en un momento u otro por decisión de los mismos presidentes que los habían mantenido hasta ese momento.

La necesidad de la autoridad presidencial no reside tanto en el presidente en sí sino en quienes lo miran: escuchar algo de la boca presidencial le da más credibilidad, o al menos toda la que se puede.

Hace unos pocos días Macri pareció inaugurar un formato mixto: para anunciar la modernización del sistema de manejo de expedientes en el estado, Macri dijo unas breves palabras y luego se retiró, dejando en cámara a  los ministros Marcos Peña y Andrés Ibarra, que explicaron la nueva política.

Sin embargo, puede dudarse de la efectividad de este nuevo formato. ¿Cómo sabemos que puede dudarse? Una evidencia vino hace poco de una fuente inesperada: Mirtha Legrand. En uno de sus ya clásicos almuerzos, la La Señora (así con mayúscula) manifestó que "Le dije que tiene que hablar un poco más largo, que habla muy cortito”; además, agregó que "cuando el Presidente anuncia que va a hacer una conferencia no puede hablar cinco minutos y que después hablen sus ministros. La gente quiere verlo y escucharlo a él" y que  “Peña me parece que maneja demasiado las cosas. Me gusta, pero me parece que por ahí se equivoca. Me parece que son muy técnicos y no tan políticos".

En un sistema presidencial, es muy difícil sino imposible reemplazar la palabra del presidente. Mirtha Legrand lo sabe.
 

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