CANCIÓN DE AMOR

Una pequeña oda a la democracia argentina

Democracia imperfecta, taquicárdica, sui generis, innovadora, militante y con dudas. Bastante estable. Más resiliente de lo que muchos pensaban.

María Esperanza Casullo
En cuatro días elegiremos, ya esta vez sí definitivamente, al próximo presidente de la Argentina. Nuestro próximo presidente será Daniel Scioli o será Mauricio Macri, no hay otra. Dicen que a las diez de la noche del domingo estarán los resultados. Habrá acabado así la campaña más extensa, intensa y fascinante desde el año 2003.

La semana que viene seguramente hablaremos aquí de por qué ganó quien ganó, por qué perdió quien perdió, y lo que se viene en el próximo gobierno. Pero esta semana, en el fragor de los últimos e intensos días de una campaña que ya nadie casi recuerda como comenzó y que casi ni imaginamos realmente que está por terminar, hay que dejar un momento el análisis y hacer una pequeña oda a la democracia argentina.

Democracia imperfecta, taquicárdica, sui generis, innovadora, militante y con dudas. Bastante estable. Más resiliente de lo que muchos pensaban.

Este año se cumplen treinta y dos años desde que el país recuperó, y nosotros recuperamos, la democracia. Aunque hablar de “recuperación democrática” es engañoso, porque la Argentina conoció tan sólo momentos brevísimos de democracia real desde 1930 hasta 1983 (y antes de la Ley Sáenz Peña, por supuesto, el orden liberal distaba de ser una democracia con legitimidad universal). Hubo elecciones libres entre 1945 y 1955, pero ellas quedaron marcadas por el uso que hizo el primer peronismo de cuestiones como el control a la prensa; entre 1955 y 1972 las elecciones en donde se eligieron presidente tuvieron al principal partido del país proscripto  así que tampoco podría hablarse de democracia plena en estas décadas. Sólo luego de 1983 puede hablarse de una democracia sin asteriscos, en donde se realizaron elecciones limpias, libres y con voto universal y el congreso funcionó sin interrupciones. Más que recuperar la democracia, en 1983 la creamos.

Esta campaña y esta elección habrán probado que la democracia argentina es más fuerte y funciona mejor de lo que se cree.

Si contamos a l@s presidentes que asumieron mediante el voto popular, pasaron desde ese momento hasta ahora los siguientes: Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando De La Rúa, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. Cinco presidentes. Ya nuestra democracia es suficientemente vieja como para que existan argentin@s que votan y que no vivieron o eran demasiado pequeños para recordar los gobiernos de Raúl Alfonsín o Carlos Menem. Para los más jóvenes, eventos que en su momento fueron fundacionales, como el cierre de campaña de 1983, o la sublevación militar de Semana Santa, son algo desconocido o apenas escuchado. Los votantes de 16 año en este elección tenían dos años durante la crisis del 2001. Esta democracia actual es la única que conocen. Tal vez ellos no se emocionen cada vez que van a votar, pero creo que los demás todavía lo hacemos y lo haremos hasta el final.

Y esta campaña y esta elección habrán probado que la democracia argentina es más fuerte y funciona mejor de lo que se cree.

El kirchnerismo, que gobernó por más años que Carlos Menem y Juan Domingo Perón, no reformó la Constitución, como sí lo hicieron Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales. Nunca hubo un intento claro de este gobierno de iniciar un proceso de reforma constitucional; sin embargo, aún de haberlo habido tal cosa era imposible, justamente porque las instituciones no son tan débiles como se dice a veces sin pensar y porque--la clave--la densidad organizacional y política de la sociedad civil argentina es muy alta. El Congreso existe, los partidos políticos existen, la sociedad civil existe, la Corte Suprema existe (¡vaya si existe!), los movimientos sociales existen, las patronales existen, los cacerolazos existen, los militantes existen. Todo eso existe y da una resiliencia muy grande a nuestra democracia. A veces el torbellino de eventos políticos cotidianos genera una sensación de que todo es caos, pero los principios fundamentales son más sólidos de lo que pensamos. Para gobernar hay que obtener votos, y eso hay que repetirlo cada dos años, lo cual es más que difícil en una sociedad muy antihegemónica y que renueva sus dirigencias cada diez años. Cada diez años, más o menos, l@s votantes argentinos dicen “que pase el que sigue” y jubila a una generación de dirigentes políticos (a nivel nacional, a nivel provincial … duran un poco más.)

Sin ir más lejos, uno de los contendientes del ballottage próximo pertenece a un partido que no existía antes del 2003. Un partido que movilizó gente de las empresas, de las ONGs, gente que nunca se había metido en política y que ahora cuenta, emocionada, cómo fue a fiscalizar una elección un domingo en La Matanza o Hurlingham. Bienvenidos.

Cada diez años, más o menos, l@s votantes argentinos dicen “que pase el que sigue” y jubila a una generación de dirigentes políticos (a nivel nacional, a nivel provincial … duran un poco más.)

Y el otro contendiente es el gobernador de la provincia al mismo tiempo más rica (en relación al PBI que produce) y una de las más pobres (en recursos per capita) del país, que ganó su interna en el peronismo por desgaste y tesón (sin ser el candidato de nadie, como dice mi amiga Lorena Moscovich) y que ahora está dejando todo en una campaña hiperquinética, contra reloj, y sostenido por una increíble militancia de a pie que salió, autónomamente (y sin que, en muchos casos, la hayan llamado) a repartir volantes, pegar papelitos en los caños de las paradas del colectivo, tocar el timbre a los vecinos. Bienvenidos también.

A veces los pueblos sí se equivocan, y nuestra joven democracia tiene verrugas y lunares, pero esta increíble campaña demuestra una cosa: todos nosotros aún imaginamos que lo colectivo importa y que las soluciones a nuestros problemas vendrán de y por la política. No es poco, más bien es bastante.

A veces los pueblos sí se equivocan, y nuestra joven democracia tiene verrugas y lunares, pero esta increíble campaña demuestra una cosa: todos nosotros aún imaginamos que lo colectivo importa y que las soluciones a nuestros problemas vendrán de y por la política.

Y por eso, gane quien gane, a partir del 10 de diciembre tendrá que lidiar con protestas, con marchas, con críticas y con notas de la prensa en contra. Será aplaudido y criticado. Porque, después de todo, vivimos en una democracia. La que vamos, entre todos, construyendo.  

COMENTARIOS



UBICACIÓN