DISCURSOS VARIOS

El otro yo del Dr Cambiemos

En estos, los últimos días que nos llevan hasta un ballotage que quedará, sin dudas, en los anales de la historia del país, se ha visto algo así como una emergencia del “Otro yo del Dr. Cambiemos”.

María Esperanza Casullo
Esta columna comenzará con una referencia a una al mismo tiempo famosa y seguramente hoy poco recordada historieta. (Vaya aquí mi homenaje al profesor Jorge Rivera, uno de los fundadores, junto a Oscar Landi, del campo de los estudios de la cultura mediática popular en Argentina y titular del Seminario de Cultura Popular y Masiva en la tan denostada facultad de Ciencias Sociales de la UBA; gracias a él y a su enciclopédico conocimiento de todo lo publicado o transmitido en Argentina desde el siglo 19 hasta mediados del siglo 20 cientos de alumnos/as tuvimos que bucear en las revistas e historietas de mediados del siglo pasado.)

Esta historieta es “El otro yo del Dr. Merengue”, del legendario Divito, el mismo de las “chicas de Divito.” El Dr. Merengue es un correcto ciudadano, al que se adivina de clase acomodada (usa traje y corbata, veranea en el mar), casado, burgués. El Dr. Merengue es más que servicial y formal; sin embargo, en la historieta vemos constantemente su fantasma o su subconsciente que nos informa sus pensamientos íntimos, los cuales son mezquinos, lujuriosos, sarcásticos.

La referencia al Dr. Merengue viene a cuento, como no, de la campaña electoral. (En estas semanas, todo viene a cuento de la campaña) En estos, los últimos días que nos llevan hasta un ballotage que quedará, sin dudas, en los anales de la historia del país, se ha visto algo así como una emergencia del “Otro yo del Dr. Cambiemos”.

Recapitulemos. Cambiemos disfruta hoy de una posición sin duda envidiable: derrotó al peronismo (¡nada más y nada menos!) en lo que se suponía era su territorio inexpugnable de la provincia de Buenos Aires, recortó la distancia con Daniel Scioli a sólo 3 puntos, y se dirige al ballotage con el sentimiento de que será el ganador. La vida parece sonreírle.

Central en estos buenos resultados ha sido el trabajo que, bajo los consejos de Jaime Durán Barba, ha hecho el partido todo y Mauricio Macri en particular sobre lo emocional y lo empático. Macri y el liderazgo del PRO lograron que Cambiemos sea percibido por una parte importante (¿tal vez mayoritaria? lo veremos en unos días) de la sociedad como un partido joven, cálido, solidario, humano. La clave en esta operación es, como bien lo explicó Federico Sturzenegger citando a Durán Barba no decir lo que uno quiere hacer en el poder, hablar de la familia: o sea, no hablar de políticas públicas que tienen ganadores y perdedores, sino proyectar empatía y cercanía.  

Mauricio Macri y, sobre todo, María Eugenia Vidal lograron ubicarse en el punto más dulce del espectro político-emocional: el centro emocional. Se ubicaron (o, mejor dicho, lograron que los votantes los ubiquen) en un lugar desde el cual aparecieron como reivindicando valores como el consenso, la juventud, la solidaridad, las soluciones colaborativas, la modernidad. El Frente para la Victoria (que había logrado esto en el 2011, de la mano de una Cristina Kirchner humanizada por la reciente muerte de Néstor Kirchner) quedó encerrado en una imagen de confrontación, ligado a figuras que hicieron de la polémica y el forcejeo discursivo constante su sello, como Aníbal Fernández. En cambio un Mauricio Macri “humanizado” por su esposa y su pequeña hija y dirigentes como Vidal y Gabriela Michetti disputaron con éxito los lazos emocionales positivos con el electorado.

En el inicio del tramo final hacia el ballotage, las promesas de campaña de Macri fueron claras: ahora se abriría un nuevo momento histórico, caracterizado por la unidad, la ausencia de confrontación, la “buena fe” (esto dice en una publicidad emitida hoy mmismo), la solidaridad, la colaboración “de todos los argentinos”. Esto es más que esperable, ¿por qué cambiar ahora lo que dio resultados  hasta ahora?

Sin embargo (y aquí entra Divito) en estas últimas semanas hemos visto también como la victoria parece haber sacado a la luz algunas ideas o impulsos de dirigentes de mayor o menor importancia que, como el Dr. Merengue, hablan de aspectos menos cálidos, cercanos y solidarios.

¿Cuál será, entonces, el espíritu de un posible gobierno futuro de Cambiemos? Estará decidido ya quién pagará los costos de una eventual devaluación rápida? ¿Hay acaso más de una fracción interna, con intereses y estrategias diferentes, hoy en pugna?


Carlos Melconian (quien fuera candidato del PRO en la ciudad de Buenos Aires) manifestó en la Bolsa de Comercio que “ya no pueden subirse más los sueldos y las jubilaciones”. Circuló un video (no reciente, es cierto) en donde Prat Gay se refería con frases sorprendentemente negativas sobre los dirigentes de las “provincias de pocos habitantes” del Norte y del Sur, cuyos caudillos “cooptan el poder” a pesar de que “no los conoce nadie” y “carecen totalmente de curriculum”. Martiniano Molina dijo que el municipio de Quilmes podría gobernarse con la mitad de sus empleados efectivos e insinuó que muchos de ellos son ñoquis. Ernesto Sanz afirmó que “no nos temblará la mano para gobernar con DNUs”, a contramano del espíritu consensualista muchas veces declamado. Gabriela Michetti prometió un plan de jubilaciones anticipadas y retiros voluntarios para hacer descender el número de empleados públicos y prometió suba de tarifas para la clase media. Finalmente, María Eugenia Vidal tomó protagonismo al dictaminar abruptamente sobre el asesinato de un joven en La Boca a manos de un agente de la Policía Metropolitana que el mismo había sido “un tema de violencia de género”, cuando la investigación está todavía en curso.

¿Cuál será, entonces, el espíritu de un posible gobierno futuro de Cambiemos? ¿Hay unanimidad al interior de la joven fuerza política acerca de cómo manejar lo que sería una compleja transición y la convivencia con un peronismo que aún conservará resortes de poder, como una mayoría en el Congreso? ¿Se priorizará el consenso o la necesidad de proyectar autoridad? ¿Estará decidido ya quién pagará los costos de una eventual devaluación rápida? ¿Hay acaso más de una fracción interna, con intereses y estrategias diferentes, hoy en pugna?

Mauricio Macri le envío una carta por Facebook a Diego Brancatelli prometiendo que no habrá revancha, sino unidad pero, luego de doce años de kirchnerismo, el deseo de hacer un gobierno refundacional debe ser más que fuerte dentro de su propia fuerza. ¿Cómo se dirimiría esa tensión?  

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