FUEGO AL NEGRO II

Nos siguen pegando abajo

La semana pasada denunciaron una violenta represión contra 28 senegaleses por parte de la Policía de la Ciudad. Una persecución que se repite por su doble condición de migrantes y vendedores ambulantes. Un libro que ilumina el circuito de “arreglos” de la policía.

Werner Pertot


Volvió a ocurrir. Un grupo de senegaleses fue brutalmente reprimido en Flores en un operativo de la Policía de la Ciudad. Según denunció la organización Xango, fueron golpeados, insultados y detenidos por más de 36 horas. Durante ese tiempo, los tuvieron un largo rato sin agua ni poder ir al baño y esposados. Una docente –otro grupo predilecto a la hora de la represión PRO- intentó interceder y también fue golpeada por la policía. Se trata de una imagen repetida en la Ciudad desde que gobierna el macrismo y que suscita nuevas denuncias internacionales por discriminación y persecución. Lo que está de fondo es que los senegaleses no suelen entrar en el circuito de coimas. “Negro de mierda, por qué no te vas a vender a tu país”, denunciaron que les gritaban los policías mientras les pegaban.

La razzia fue en la calle Avellaneda en Flores, el fin de semana pasado. Allí la Policía de la Ciudad volvió a caer sobre un grupo de vendedores ambulantes, una actividad que el macrismo viene intentando erradicar. Unos 300 policías golpearon, insultaron y detuvieron a 28 senegaleses, cuatro peruanos y dos argentinos. Una de las argentinas es María Barreto, una docente de La Matanza que intentó intervenir para que no siguieran golpeando a los vendedores africanos. En respuesta, también fue golpeada y detenida. Todavía tiene los moretones en su cuerpo para probarlo. Los llevaron a la comisaría 50ª y a la alcaidía de la seccional 13ª. En prisión, los senegaleses fueron mantenidos con los precintos o esposas puestos y durante un largo rato no se les dio ni agua, ni comida ni se les permitió acceder a un baño.

Como suele ocurrir, el poder político brilla por su ausencia en estos casos. No se escuchó ninguna intervención del ministro de Seguridad, Martín Ocampo, sobre el accionar de su policía, que es avalado sistemáticamente del jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, para abajo. A veces, no solo con el silencio, sino con la justificación pura y dura.

La agrupación Xangó describió este hecho como parte del “el accionar represivo permanente” de la Policía de la Ciudad, que persigue a vendedores ambulantes y, según denuncian, tiene una especial inquina con aquellos de piel negra. Para esta agrupación, el trato fue “racista, xenófobo y violatorio de la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes”. Anunciaron que lo denunciaron ante Nils Melzer, relator especial sobre tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos y degradantes de la Organización de las Naciones Unidas y que también harán una denuncia ante el Comité Nacional contra la Tortura.

No es el primer caso que sufren los senegaleses. Recientemente, otros tres migrantes fueron salvajemente golpeados en Constitución. Uno de ellos terminó hospitalizado. Las situaciones de este tipo se han reiterado una y otra vez, y el caso más grave que denuncia la comunidad senegalesa es la muerte de su dirigente Massar Ba, que denunciaba constantemente a la ahora extinta Policía Metropolitana.

En un informe especial que hicimos en Nueva Ciudad sobre la situación de los senegaleses, recordaban las razzias que hace la policía (primero la Federal, luego la Metropolitana y ahora la de la Ciudad) en los que los sacaban desnudos de los hoteles en donde duermen. El más recordado es un operativo en el verano de 2014, en el que hubo situaciones ultrajantes, personas a las que se les ordenó desvestirse y se las sacó a un patio, madres a las que les impedían ver en qué condición estaban sus hijos menores de edad (a uno lo habían maniatado y encerrado en un baño) y hasta policías apuntando con sus armas a niños y niñas. En esa oportunidad, los senegaleses se negaron a firmar el acta que redactó la policía y fueron amenazados con armas para estampar su firma.

Este relato fue recuperado en el libro Territorios de control policial. Gestión de ilegalismos en la Ciudad de Buenos Aires que editaron las antropólogas María Victoria Pita y María Inés Pacecca, y que se presentó el viernes pasado en el espacio Mu. En ese trabajo, que va de la etnografía a los registros estadísticos, las autoras reconstruyen el entramado de represión invisible y de “arreglos” de las policías sobre todo el que trabaje en la calle, ya sea mantero, cuidacoches, limpiavidrios, etcétera. Allí se describe muy bien cómo se dan los circuitos de negociaciones, aprietes y coimas con las personas vulnerables que tienen como opción o bien pagar o bien ser perseguidos (la coima siempre es a cambio de hacer la vista gorda por un tiempo impreciso, todo es inestable y arbitrario). Y también deja en claro como el Ministerio Público Fiscal persiguió especialmente a aquellos grupos que se organizaron y dejaron de pagar, a los que el macrismo calificó de “mafias”.

Curiosamente, las verdaderas mafias eran las que menos sufrían y sufren la persecución, dado que contabilizan el pago a la policía dentro de sus costos de operación. Sobre el resto de los grupos, no sólo hay grandes operativos sino microviolencias: “Se trata de prácticas policiales que podrían ser definidas como de baja intensidad represiva –y por ello en gran medida invisibilizadas- y que en ocasiones resultan la antesala de casos de violencia policial”, señalan. Estas autoras señalaron cómo de los “arreglos” con la Federal se pasó a un régimen de violencia creciente con la Metropolitana y ahora con la Policía de la Ciudad.

Lo ocurrido en Flores podría explicarse por algunas de las observaciones que se hacen en este libro: por su distancia cultural al llegar al país y sus menores competencias lingüísticas, los senegaleses son los menos propensos a entrar en estos “arreglos” con la policía. Esta puede ser una de las claves de por qué son especialmente perseguidos. Esa investigación muestra también otra práctica de la policía: organizar a algunos vendedores ambulantes en contra de otros que se resisten a pagar, en una delegación de las funciones represivas. La policía está en ese sentido en todas partes y actuando de forma invisible. Como señala Michel Foucault –que es una cita recurrente en ese trabajo-: “El poder policíaco debe actuar sobre todo (…) los objetos que abarca son en cierto modo indefinidos, no puede percibírselos sino por un examen sumamente detallado; es lo infinitamente pequeño del poder político”. Por eso, como estas antropólogas, no hay que observar solo los momentos de represiones visibles y que llegan a la prensa, sino lo infinitamente pequeño de las represiones cotidianas sobre los migrantes y los vendedores ambulantes.

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