NOMENCLATURA URBANA

Cada vez más se coloca el nombre de víctimas de violencia a calles y paseos porteños

Las denominaciones de calles y espacios públicos variaron con los años; ahora se tiende a recordar a personas víctimas de violencia y no a los próceres.


Actualmente, existe una predisposición a elegir nombres de víctimas de violencia para nombrar calles y espacios públicos en la Ciudad. Además, también se están viendo muchos nombres de víctimas de la violencia de género, informa La Nación.
 
En diciembre de 2001, Gastón Riva murió de un disparo efectuado por la policía que lo alcanzó cerca de la Plaza de Mayo; desde el 4 de mayo de este año, por medio de la ley 5811, una calle en el barrio de Flores lleva su nombre. Lucila Yaconis tenía 16 años cuando fue sorprendida por un hombre que quiso violarla, la golpeó y asfixió hasta matarla; en 2016, la Legislatura porteña le dio su nombre a una plazoleta cercana al lugar del ataque, en Núñez.
 
En rigor, no sólo se trata de las víctimas de violencia de género, sino también de personas desaparecidas durante la última dictadura cívico militar y de otras que murieron por negligencia estatal. "La nomenclatura urbana es el reflejo de un clima de época, que no resulta ajeno a la realidad sociopolítica coyuntural. No es extraño que una sociedad que atravesó una etapa institucional dictatorial rinda homenaje a las víctimas del gobierno de facto. Más acá en el tiempo, una de las principales preocupaciones de los ciudadanos es la inseguridad; la nomenclatura también es el reflejo de ello", explicó a La Nación Daniel Paredes, subgerente de investigaciones de la Dirección General de Patrimonio, Museos y Casco Histórico de Buenos Aires.
 
La calle Miguel B. Sánchez (futbolista secuestrado y desaparecido) en Núñez, la plazoleta Ernesto Urfeig (desaparecido en 1977) en Chacarita, el parque Ezequiel Demonty (asesinado y arrojado al Riachuelo por la policía en 2002) en Nueva Pompeya, el espacio verde Máximo Mena (obrero del sindicato de mecánicos de Córdoba asesinado por la policía en 1969) también en Nueva Pompeya son sólo algunos de los nombres que se han registrado desde 2013.
 
En 2007, figura el antecedente de Marcela Iglesias. Cuando tenía sólo seis años, le sucedió algo impensado: murió aplastada por una estatua de 270 kilos que estaba en exposición en el Paseo de la Infanta, del barrio de Palermo. En julio de 2007, mediante la ley 2366 sancionada por la Legislatura, las veredas y las terrazas paralelas a los arcos del viaducto ferroviario que atraviesa la plaza Andrés Guacurari Artigas adquirió el nombre de la menor fallecida.
 
Para el licenciado Pedro Damián Orden, secretario general de la Asociación de Sociólogos de la República Argentina, la evolución de la nomenclatura en nuestro país está muy asociada a la capacidad de los argentinos de construir una historia colectiva en la que las atrocidades no pasen inadvertidas. "El fenómeno de nombrar y renombrar espacios públicos con nombres de víctimas o catástrofes plantea una profunda ligazón con la necesidad de construir la historia reciente de nuestro país, atravesada por diferentes violencias: político-económica, cultural o de género; en última instancia, todas tienen cierto patrón común. Al consagrar estos hechos, también los tornamos recordables para todos”, dijo a La Nación.
 
En 1893 una ordenanza estableció la necesidad de esperar 10 años tras la muerte de una persona para que se pudiera llevar su nombre dentro de la nomenclatura con el objetivo de "serenar el juicio y evitar pasiones". Esta decisión fue ratificada por la ley 865 en 2002.
 
Este año, el padre de Ángeles Rawson, la joven de 16 años que fue asesinada por el portero de su edificio en 2013, inició una petición en el sitio de firmas Change.org en la que pedía adhesiones para que el espacio verde situado en la intersección de la avenida Santa Fe y Ángel Carranza pasara a llamarse plaza Ángeles Rawson. Al no haber transcurrido 10 años del homicidio de la chica, la Legislatura no pudo dar lugar a la solicitud, pero aprobó la colocación de una placa en su memoria.
 
"El cambio en los nombres podría decirse que implican nuevas épocas, reconfiguraciones de la imaginería social que históricamente han construido nuestros espacios comunes. Estos nombres son los símbolos instituidos de momentos o personas significativos para un colectivo, en un momento determinado de la historia", afirmó el secretario general de la Asociación de Sociólogos de la República Argentina.
 
Por su parte, Alberto Gabriel Piñeiro, presidente del Museo Histórico Cornelio Saavedra y autor de los libros “Las calles de Buenos Aires: sus nombres desde la fundación hasta nuestros días” (2003) y “Barrios, calles y plazas de la ciudad de Buenos Aires: origen y razón de sus nombres” (1983), agregó a La Nación que "Los nombres de las calles y otros espacios siempre tuvieron mucho contenido político y, detrás de ellos, existió la idea de rendir un homenaje. Últimamente no hay muchos cambios de nombre en las calles de la Capital. Lo que sí se ve son los nombramientos de nuevos espacios públicos, como las plazoletas o las estaciones de subte".

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