Los votos no son de nadie

La idea de que en una mesa de arena los referentes políticos negocian entre sí como si intercambiaran fichas de poker es más que aventurada.

Estos días la discusión política está consumida por especulaciones acerca del acuerdo entre Sergio Massa, José Manuel De La Sota y Mauricio Macri. Varias plumas se manifestaron sobre la conveniencia de que Sergio Massa baje su candidatura a presidente, para permitir que sus votos se dirijan a Mauricio Macri, lo que aseguraría así casi su victoria. Sin embargo, hay otros que señalan la posibilidad de que José Manuel De La Sota pacte con Daniel Scioli, pasándole así sus invalorables casi siete puntos. Otros señalan la posibilidad de que Scioli “arregle” con los hermanos Rodríguez Saá para tomar sus inexpugnables votos de la cuasi-república independiente puntana.

Todos estos análisis son comprensibles; después de todo, faltan meses hasta octubre y hay que escribir sobre algo. Pero los razonamientos por el estilo de “si Fulano arregla con Mengano y le pasa cinco puntos esto está liquidado” pecan de un voluntarismo optimista que ignora un dato fundamental de la política argentina: los votos no son de los dirigentes sino de los votantes. La idea de que en una mesa de arena los referentes políticos negocian entre sí como si intercambiaran fichas de poker es más que aventurada. El hecho de que un dirigente sea exitoso en convocar votos para una aventura electoral determinada no garantiza, ni mucho menos, que pueda direccionarlos a voluntad hacia otra.

Para mencionar sólo un par de ejemplos, miremos lo sucedido en la provincia de Río Negro. Allí, en el año 2013 resultó reelecto a su banca en el Senado el peronista Miguel Angel Pichetto con el 49,9 por ciento de los votos; su diferencia con el Frente Progresista fue de unos muy amplios 23 puntos. Mirando esos datos, y dado que en el 2013 el peronismo no tuvo un buen año, uno podría haber dicho que el senador Pichetto iba a ser electo gobernador este año sin problemas; pues bien, en las elecciones al ejecutivo provincial fue derrotado por el provincialista Alberto Weretilneck por 20 puntos; Weretilneck ganó con una cosecha de votos récord: 52 por ciento.

Entonces, al ver la derrota aplastante del PJ en Río Negro es posible que un observador pensara: “que mal le va a ir a Daniel Scioli en la provincia”. Sin embargo, Scioli resultó el candidato más votado en las PASO en Río Negro con el 45 por ciento del voto y 23 puntos de diferencia sobre Cambiemos. Y no sólo eso, sino que (aventuro) de presentarse Miguel Angel Pichetto a otra elección a senador es probable que ganase: para muchos rionegrinos, Pichetto resulta un excelente representante de la provincia en el Senado pero, por alguna razón, no resulta convocante como gobernador. Y, asimismo, un número considerable de rionegrinos que se negaron a votar a Pichetto no tuvieron ningún problema en hacerlo por Daniel Scioli.

Río Negro es un caso extremo, pero sintetiza bien las dificultades para pensar “pactos” de ese tipo: ni el kirchnerismo nacional pudo garantizar el trasvasamiento de sus votos a Miguel Ángel Pichetto ni tampoco podría, probablemente, Alberto Weretilneck obligar a sus votantes a elegir a Mauricio Macri en la contienda general.

Otro ejemplo de la autonomía de los y las votantes se vivió en la Ciudad de Buenos Aires, en donde los llamados de Mariano Recalde y de los dirigentes del FIT a votar en blanco fueron ignorados: la mayoría de los votos kirchneristas y de izquierda fueron en la segunda ronda se direccionaron a Martín Lousteau.

Eso para no mencionar la victoria de Aníbal Fernández en las PASO de Buenos Aires por sobre la fórmula de Julián Domínguez y Fernando Espinoza, a pesar de que esta última contaba con el apoyo de una mayoría de los intendentes “con aparato” en la provincia.

Frente a esto, ¿qué es, entonces, lo que sí pueden hacer los dirigentes? Lo primero que pueden hacer es influir a la demanda electoral mediante un recorte de la oferta: en este caso, Sergio Massa podría intentar influir en sus votantes mediante el hecho de retirarse de la competencia: en este caso, directamente los obligaría a optar por otro en su ausencia. Claro está, en este último caso cabe preguntarse si es automático que TODOS su votantes vayan a Macri, o una parte, de perfil más peronista, optarían por Daniel Scioli.

En segunda instancia, podrían también optar por hacer acuerdos directos, sabiendo en todo caso que la capacidad de incidir directamente en estos trasvasamientos sólo opera en los márgenes: el “aparato” no puede mover directamente en otra dirección más de un par de puntos porcentuales en cada elección. Es poco, pero en elecciones reñidas puede ser determinante.

Para decirlo de otra manera: muchos de los supuestos “pactos” que vemos se trata menos de casos de dirigentes con capacidad de decirles qué hacer a los y las votantes  que de dirigentes que, empáticamente (una cualidad que no le falta a ningún político/a que se precie) perciben en qué dirección se están moviendo los votantes y deciden seguirlos. Es que sería un suicidio electoral no hacerlo.


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