La nueva inmigración deja su huella cultural en los barrios

Colombianos en Palermo, dominicanos en Constitución y coreanos en Flores, como a principios del siglo XX, Buenos Aires crece incorporando las costumbres de los extranjeros que la eligen para vivir.

La Argentina y, en particular, la Ciudad de Buenos Aires tienen una historia receptiva de inmigrantes. El proceso de migración de finales de siglo XIX se enmarcaba en la necesidad del país de contar con una inmigración europea en el proceso de repoblamiento y nueva identidad nacional que se estaba desarrollando. La nueva inmigración, en cambio, se caracteriza por las complejidades de la globalización: multitud de orígenes y de propósitos.

Así es como Eduard Meléndez se prepara sopa, lentejas, mandioca frita, como si viviera en Colombia. Pero está en el barrio de Palermo. La dominicana María Isabel Berroa, una peluquera que también se dedica a esculpir uñas, escucha bachata desde temprano, como si estuviera en su país, pero está en el barrio de Constitución. La coreana Hye Hyun Son (Alexandra) organiza en un rincón de su restaurante una biblioteca con los clásicos de su país, algunos traducidos al inglés; su vecino, el empresario Song Hee Ho (Víctor) armó el club de amigos del cine coreano; así se sienten como en Corea, pero en el barrio de Flores.

Según el último censo nacional, en la Ciudad de Buenos Aires hay 381.778 extranjeros, lo que representa el 13% de la población. Los barrios más receptivos en la última década fueron el de Constitución, Monserrat, Puerto Madero, Retiro, San Nicolás, San Telmo (Comuna 1), donde residen 50.948 extranjeros; le siguen Villa Lugano, Villa Riachuelo, Villa Soldati (Comuna 8), con 43.742 y son 40.967 los que eligieron vivir en el barrio de Flores y Parque Chacabuco (Comuna 7).

El barrio de Palermo está entre los seis más elegidos: viven 23.399 extranjeros. El 40% de los migrantes de los últimos años son del “resto de América”; hay una fuerte presencia de mexicanos, brasileños, uruguayos y colombianos, estos últimos, los que más aumentaron recientemente.

Las verdulerías de Palermo, con diversidad de frutas típicas de Centroamérica, ofrecen una pista de esta tendencia. En la esquina de El Salvador y Salguero, Paco Pineda termina con una clienta y se pone a acomodar las frutas. “En el barrio hay una verdulería por cuadra”, dice a La Nación. “A la gente de por acá le gusta comer mucha fruta“. Habla de cómo fue incorporando variedad en los últimos cinco o seis años.

“Antes esto no se veía acá”, dice con un plátano en su mano; se parece a la banana pero no es dulce y se come frito. “Me lo piden mucho los colombianos y mexicanos“, comenta. Y también menciona frutas que sumó de tanto que se las nombraron: mango, papaya, maracuyá y guayabas. La mayor demanda proviene de extranjeros, pero con el tiempo los porteños también las incorporan.

La Comuna 7, de la que Flores forma parte junto con Parque Chacabuco, es la tercera receptora de extranjeros y la comunidad oriental tiene un peso preponderante. Lideran los inmigrantes bolivianos, peruanos y la tercera es la asiática.

“Llegué con mi padre en el año 77, con la época de Videla. Yo tenía 13 años”, dice a La Nación este empresario oriundo de Seúl que se dedica al comercio entre la Argentina y Corea. “En esa época mi país era más pobre que acá. Vinimos buscando una mejor situación para los hijos, ése era el principal objetivo“, agrega Song Hee Ho (Víctor). Se instalaron en la Villa 1-11-14, a pocas cuadras de donde viven ahora. “En esa época había muchos coreanos en esa villa; fuimos progresando y terminamos acá en Flores. Mi papá pudo comprar una casa en tres años en aquella época. El se dedicaba al textil, como muchos coreanos“.

La familia de Víctor, ya con dos hijos, históricamente se dedicó al bazar. En los últimos tiempos cambiaron de rubro. La madre de Víctor propuso hacerse cargo de la cocina si abrían un restaurante. Eso hicieron los Ho. “Se consiguen todos los insumos, a veces, mejor que en Corea“, dice, y aclara que no es una exageración. “Hace años el repollo oriental no se conseguía. Con eso se hace kimchi, que es como el asado para los argentinos. Ahora llamo y hago el pedido y a la mañana lo tengo acá“, dice, encantado con la logística. “La Argentina es un paraíso para nosotros“.

Aquí Víctor encontró un espacio para el arte: es cinéfilo y organizó un club de amigos del cine coreano. “Todos argentinos", aclara. Se juntan a ver películas en distintas casas y luego conversan. Víctor dice que lo que no puede hacer con argentinos es jugar al golf. "Nosotros somos muy machistas -sonríe al reconocerlo, y sigue-, en cambio los argentinos siempre tienen que preguntarle a la mujer si pueden ir, si no tienen ya otro compromiso. Y el juego tiene que ser algo constante".

Su vecina, Hye Hyun Son (Alexandra) concluye la tarea de acomodar libros. En su restaurante "Midam", que significa 'llego de sabores', armó una pequeña biblioteca con los clásicos coreanos y algunos traducidos al inglés. "Son libros de mi biblioteca. Preferí mudarlos acá, así los presto. Es un poco el encuentro entre dos mundos", dice a La Nación.

Alexandra, como su vecino Víctor, ya tiene una historia de apego con la Argentina. Llegó con sus padres a los 16 años, ahora tiene 43. Por una costumbre de su país a los 20 se fue a estudiar a la universidad a Corea: regresó hace cuatro años como licenciada en Ciencia Política y especialista en estudios de América Latina. "Decidí volver porque este barrio es nuestra casa. Me interesó la idea de servir acá como si fuera la mesa diaria de los coreanos, para que los que visitan se sientan como si estuvieran en una casa cualquiera de allá", dice.


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