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- 28.10.2014
El difícil papel de la oposición en Sudamérica
El domingo que pasó triunfaron dos oficialismos sudamericanos, que prolongaron así la racha de victorias electorales de los gobiernos de centro izquierda inaugurados alrededor del cambio de siglo. El PT brasileño y el Frente Amplio uruguayo revalidaron sus títulos, en un año que vio además la muy amplia victoria de Evo Morales y el retorno al gobierno de Michele Bachelet. Si sumamos la imagen positiva de Rafael Correa, el “giro a la izquierda” latinoamericano parece estar vivito y coleando.
El domingo que pasó triunfaron dos oficialismos sudamericanos, que prolongaron así la racha de victorias electorales de los gobiernos de centro izquierda inaugurados alrededor del cambio de siglo. El PT brasileño y el Frente Amplio uruguayo revalidaron sus títulos, en un año que vio además la muy amplia victoria de Evo Morales y el retorno al gobierno de Michele Bachelet. Si sumamos la imagen positiva de Rafael Correa, el “giro a la izquierda” latinoamericano parece estar vivito y coleando.
Ninguno de los gobiernos de izquierda inaugurados a finales de los noventa ha sido, hasta ahora, derrotado en las urnas en una elección presidencial. La única fuerza de izquierda que ha entregado al gobierno a un presidente de signo opuesto es la Concertación chilena, pero hay que recordar que la Concertación gobernaba desde el año 90 y es de una matriz distinta. Fernando Lugo, por su parte, no fue derrotado en las urnas sino destituido en un juicio político de muy dudosa legitimidad. Ni siquiera la muerte de Hugo Chávez seguida de la acumulación de problemas económicos y un grado mayor de autoritarismo en el gobierno de Nicolás Maduro pudieron abrirle todavía una vía la victoria la oposición venezolana.
Lo cual pone a la Argentina, que elegirá a su próximo presidente o presidenta el año que viene, en la posición de ser el próximo país en decidirse por cambio o continuidad. Esta disyuntiva estará complicada por el factor de que, a diferencia de Evo Morales o Dilma Rousseff, Cristina Fernández de Kirchner no tiene posibilidad de reelección. (Hay que señalar, sin embargo, que tampoco tenía posibilidad de reelección José Mujica en Uruguay pero esto no fue obstáculo para un resultado positivo del FA en Uruguay el domingo pasado.) Pero no hablaremos aquí de los oficialismos, sino de las oposiciones sudamericanas (de las que Mauricio Macri aspira a formar parte importante).
Es, para decirlo suavemente, muy pero muy difícil ser opositor en Sudamérica hoy. A grandes rasgos, las figuras opositoras sudamericanas han oscilado y oscilan aún entre dos estrategias: rechazo total y absoluto bajo la figura de “este gobierno es ilegítimo” y la más moderada del “cambio con continuidad”.
En el caso de los gobiernos de Chávez, Morales y Correa, la primera estrategia fue la elección por default de sus oposiciones en los primeros momentos de sus gobiernos, una vez superado el shock original provocado por el ascenso de las nuevas fuerzas. En estos tres casos, la oposición acusó casi inmediatamente a los nuevos gobiernos de autoritarios, fraudulentos o dictatoriales; también en los tres casos la negación de legitimidad de origen se tradujo en amenazas concretas a su continuidad, en la forma de un golpe de estado luego abortado (Chávez), una casi sublevación regional secesionista (Morales) y un levantamiento policial con el apoyo de políticos y medios opositores (Correa). En el caso de los Kirchner, la estrategia de rechazo total se dio más bien en el inicio del segundo gobierno, o sea, durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, ya que Néstor Kirchner terminó con alta popularidad. En las postrimerías de la crisis del campo, el llamado entonces Grupo A decidió avanzar con una estrategia legislativa de total obstaculización que incluyó la no aprobación del presupuesto en el año 2010, la primera vez que esto sucedió desde 1983 hasta la fecha. (El caso brasileño fue distinto: nadie negó la legitimidad electoral original del PT, pero paulatinamente fueron apareciendo discursos que explican su continuo éxito electoral en términos del uso clientelar de los votantes más pobres, o de la compra lisa y llana de votos. Sin embargo, nadie en Brasil, hasta ahora, se ha referido al PT como un gobierno dictatorial. Falta saber si lo harán luego de la victoria de Dilma Rousseff; es llamativo ver que han aparecido ayer y hoy discursos que denuncian fraude liso y llano.)
Lo llamativo es que esta estrategia de denunciar falta de legitimidad total por el carácter autoritario, dictatorial o clientelar del gobierno no fue exitosa en ningún caso. Antes bien, en todos estos países la mayoría de los votantes no compartió los diagnósticos tremendistas y optó por ratificar los cursos de gobierno. Así, fueron reelectos Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa y Cristina Fernández de Kirchner y Lula Da Silva; asimismo, no se rompió la primacía electoral del Frente Amplio y Dilma pudo ser electa sin problemas.
Frente a esta evidencia, las oposiciones optaron en la segunda fase por una estrategia distinta. Abandonaron la denuncia de autoritarismo sistémico y comenzaron a prometer “abandonar lo malo y continuar lo bueno”. El discurso republicano de barricada cambió por un registro más moderado y tecnocrático que ponía énfasis en resaltar que las políticas populares de los gobiernos de izquierda serían continuadas. Esta fue el discurso de Henrique Capriles y el de Aécio Neves; asimismo, parece ser el discurso elegido por la que es hoy la figura más prometedora de la oposición ecuatoriana, el joven y popular alcalde de Quito, Mauricio Rodas así como también por el ex-funcionario kirchnerista hoy opositor Sergio Massa, quien ganara en 2013 con la frase “la ancha avenida del medio”. Por su parte, Mauricio Macri pasó por las dos tácticas: primero planteó que le pedían “tirar a los Kirchner por la ventana” para mostrarse recientemente mucho más moderado.
El problema, sin embargo, es que, a juzgar por los resultados de Venezuela en 2013 y los más recientes de Bolivia, Uruguay y Brasil esta estrategia no tiene tampoco el éxito seguro. Dilma Rousseff pudo convencer al electorado brasileño de que el PT, no el PSDB ni Marina Silva, era el más adecuado para, como decía su slogan, “cambiar más”. Si es posible para un opositor decir “yo sé lo que hay que mantener”, también es posible para un presidente decir “yo sé lo que hay que cambiar”; si le sumamos las ventajas que tienen lo oficialismos, veremos que esta estrategia es bastante exitosa.
¿Qué harán ahora las oposiciones de Brasil y Argentina, entre otros? ¿Continuarán por el camino de la crítica mesurada o, dado el fracaso de la tesis del “cambio con continuidad”, regresarán a la fase de “sacarlos a como dé lugar”? En Brasil, el desplome de la bolsa fue leído como un signo de que “los mercados” rechazan al nuevo gobierno de plano. En Argentina, el silencio de Massa y Macri tras los resultados del domingo hace pensar que estén, posiblemente, recalculando.
Ninguno de los gobiernos de izquierda inaugurados a finales de los noventa ha sido, hasta ahora, derrotado en las urnas en una elección presidencial. La única fuerza de izquierda que ha entregado al gobierno a un presidente de signo opuesto es la Concertación chilena, pero hay que recordar que la Concertación gobernaba desde el año 90 y es de una matriz distinta. Fernando Lugo, por su parte, no fue derrotado en las urnas sino destituido en un juicio político de muy dudosa legitimidad. Ni siquiera la muerte de Hugo Chávez seguida de la acumulación de problemas económicos y un grado mayor de autoritarismo en el gobierno de Nicolás Maduro pudieron abrirle todavía una vía la victoria la oposición venezolana.
Lo cual pone a la Argentina, que elegirá a su próximo presidente o presidenta el año que viene, en la posición de ser el próximo país en decidirse por cambio o continuidad. Esta disyuntiva estará complicada por el factor de que, a diferencia de Evo Morales o Dilma Rousseff, Cristina Fernández de Kirchner no tiene posibilidad de reelección. (Hay que señalar, sin embargo, que tampoco tenía posibilidad de reelección José Mujica en Uruguay pero esto no fue obstáculo para un resultado positivo del FA en Uruguay el domingo pasado.) Pero no hablaremos aquí de los oficialismos, sino de las oposiciones sudamericanas (de las que Mauricio Macri aspira a formar parte importante).
Es, para decirlo suavemente, muy pero muy difícil ser opositor en Sudamérica hoy. A grandes rasgos, las figuras opositoras sudamericanas han oscilado y oscilan aún entre dos estrategias: rechazo total y absoluto bajo la figura de “este gobierno es ilegítimo” y la más moderada del “cambio con continuidad”.
En el caso de los gobiernos de Chávez, Morales y Correa, la primera estrategia fue la elección por default de sus oposiciones en los primeros momentos de sus gobiernos, una vez superado el shock original provocado por el ascenso de las nuevas fuerzas. En estos tres casos, la oposición acusó casi inmediatamente a los nuevos gobiernos de autoritarios, fraudulentos o dictatoriales; también en los tres casos la negación de legitimidad de origen se tradujo en amenazas concretas a su continuidad, en la forma de un golpe de estado luego abortado (Chávez), una casi sublevación regional secesionista (Morales) y un levantamiento policial con el apoyo de políticos y medios opositores (Correa). En el caso de los Kirchner, la estrategia de rechazo total se dio más bien en el inicio del segundo gobierno, o sea, durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, ya que Néstor Kirchner terminó con alta popularidad. En las postrimerías de la crisis del campo, el llamado entonces Grupo A decidió avanzar con una estrategia legislativa de total obstaculización que incluyó la no aprobación del presupuesto en el año 2010, la primera vez que esto sucedió desde 1983 hasta la fecha. (El caso brasileño fue distinto: nadie negó la legitimidad electoral original del PT, pero paulatinamente fueron apareciendo discursos que explican su continuo éxito electoral en términos del uso clientelar de los votantes más pobres, o de la compra lisa y llana de votos. Sin embargo, nadie en Brasil, hasta ahora, se ha referido al PT como un gobierno dictatorial. Falta saber si lo harán luego de la victoria de Dilma Rousseff; es llamativo ver que han aparecido ayer y hoy discursos que denuncian fraude liso y llano.)
Lo llamativo es que esta estrategia de denunciar falta de legitimidad total por el carácter autoritario, dictatorial o clientelar del gobierno no fue exitosa en ningún caso. Antes bien, en todos estos países la mayoría de los votantes no compartió los diagnósticos tremendistas y optó por ratificar los cursos de gobierno. Así, fueron reelectos Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa y Cristina Fernández de Kirchner y Lula Da Silva; asimismo, no se rompió la primacía electoral del Frente Amplio y Dilma pudo ser electa sin problemas.
Frente a esta evidencia, las oposiciones optaron en la segunda fase por una estrategia distinta. Abandonaron la denuncia de autoritarismo sistémico y comenzaron a prometer “abandonar lo malo y continuar lo bueno”. El discurso republicano de barricada cambió por un registro más moderado y tecnocrático que ponía énfasis en resaltar que las políticas populares de los gobiernos de izquierda serían continuadas. Esta fue el discurso de Henrique Capriles y el de Aécio Neves; asimismo, parece ser el discurso elegido por la que es hoy la figura más prometedora de la oposición ecuatoriana, el joven y popular alcalde de Quito, Mauricio Rodas así como también por el ex-funcionario kirchnerista hoy opositor Sergio Massa, quien ganara en 2013 con la frase “la ancha avenida del medio”. Por su parte, Mauricio Macri pasó por las dos tácticas: primero planteó que le pedían “tirar a los Kirchner por la ventana” para mostrarse recientemente mucho más moderado.
El problema, sin embargo, es que, a juzgar por los resultados de Venezuela en 2013 y los más recientes de Bolivia, Uruguay y Brasil esta estrategia no tiene tampoco el éxito seguro. Dilma Rousseff pudo convencer al electorado brasileño de que el PT, no el PSDB ni Marina Silva, era el más adecuado para, como decía su slogan, “cambiar más”. Si es posible para un opositor decir “yo sé lo que hay que mantener”, también es posible para un presidente decir “yo sé lo que hay que cambiar”; si le sumamos las ventajas que tienen lo oficialismos, veremos que esta estrategia es bastante exitosa.
¿Qué harán ahora las oposiciones de Brasil y Argentina, entre otros? ¿Continuarán por el camino de la crítica mesurada o, dado el fracaso de la tesis del “cambio con continuidad”, regresarán a la fase de “sacarlos a como dé lugar”? En Brasil, el desplome de la bolsa fue leído como un signo de que “los mercados” rechazan al nuevo gobierno de plano. En Argentina, el silencio de Massa y Macri tras los resultados del domingo hace pensar que estén, posiblemente, recalculando.
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