Raly Barrionuevo: “Para mí el folklore es un modo de ver el mundo”

Por Sebastián Scigliano
Dentro de un rato, va a ensayar por skype con una cantante chilena, con la que va a tocar en pocos días. Mientras, se aferra a la música que le dio su tierra, seca y profunda, a la que hace volar, y que presta, generoso, para que otros músicos vuelen con él. En ese medio camino entre tradición e innovación se planta Raly Barrionuevo, una de las figuras centrales de la escena del folklore contemporáneo. Hijo dilecto de los festivales, a los que vuelve incansablemente, pero también buscador de nuevos sonidos, cuenta por qué el verdadero rock criollo sucede en esos encuentros festivos “llenos de gauchos con cuchillo tomando vino”.

Estás con un sonido nuevo. ¿Cómo te sentís con ese cambio?

Me siento bárbaro con ese sonido, es muy divertido. Lo más marcado son los vientos, claro. Es linda la historia porque es responsabilidad casi absoluta de Agustín Azubel, el saxofonista de Nonpalidece, porque en realidad fue una propuesta de él. Lo encontré en el festival Mastai el año pasado y se arrimó a decirme que le gustaba mi música, que su familia cuando viajaba, llevaba mis discos, que Rodar le gustaba mucho, y que siempre que me fue a ver le sonaban arreglos para hacerle a mi música. Para mí no pasaba de eso, de hacer algunos arreglos alguna vez; pero él fue más allá: se bajó las versiones en vivo de Youtube y empezó a trabajar con dos grande músicos, también, con Martino Gesualdi, que toca en muchas bandas, pero principalmente en Dancing Mood, y Nahuel Aschei, y me mandaron arreglos grabados y parecía que estábamos tocando juntos, era impresionante. Por eso hoy yo lo charlo con Agustín y le digo todo el tiempo que es gracias a él, porque yo me había imaginado alguna cosa, pero no se si hubiera concretado esto que hacemos hoy, que además fue un gesto de mucho cariño hacia esta propuesta, porque por lo general nosotros tenemos un filtro bastante jodido con gente que se arrima por un gusto musical o por una necesidad de trabajo. En ese sentido yo necesito que la gente que toque en esta banda realmente le guste esto, que le guste lo que hacemos de verdad.

¿Te sorprende que te propongan este tipo de cosas?

Me sorprendió que encare tanto Agustín, que lo concrete. Muchos chicos se me arriman a conversar, que quisieran cantar o tocar algo con nosotros, pero algo tan concreto nos sorprendió. La mía es una música abierta, igual. Me pasó también de una gente de Córdoba que hizo una versión electrónica de una canción mía que se llama Mujer caminante. Inclusive me pareció tan linda la versión que me pidieron si podía ir a cantar cosas sobre eso y fui chocho; grabé algunas percusiones, también. Me parece que es una música que, a la hora de gestarse, como sucedió con Rodar, está abierta, que le pasan cosas y uno no puede estar sordo con eso. Otra metodología es hacer un disco y salir a tocarlo tal cual se grabó. Yo no tengo ese modo de concebir la música, me parece que en vivo pasan cosas distintas y hay que respetar plenamente eso. Se ve que a Agustín le sonaba eso, y ahí fuimos. Fue realmente con amor para la propuesta.

A esos músicos nuevos que se incorporan desde otras movidas les dijiste que ahora iban a conocer, en los festivales, el verdadero “rock criollo”. ¿De verdad pensás eso?

Estoy convencido de eso, totalmente. Por ahí los que venimos del mundo del folklore nos hemos criado en eso, sin darnos cuenta, y llegamos a conocer y cruzarnos con músicos de rock, y cómplicemente miramos para abajo y nos reímos diciendo “¿estos creen que esto es el rock, romper cosas, o subirle el volumen a los instrumentos?”. De hecho una amiga mía, Jorgela Argañaras, que es agente de prens de muchos músicos, me decía que un año habían estado en el Quilmes rock y de ahí se fueron al Festival de Jesús María, en el que tocaba yo. Y decía que venían del festival de rock más importante, en el que no se podía tomar cerveza, y en Jesús María, de repente, veían tipos con cuchillo, chupando, con mucha música, lleno de fogones. Y ella decía que ese era el rock argentino.

¿Esos festivales son iguales ahora que cuando empezaste?

No, eran más heavy todavía. Yo me imagino en la primera época, cuando giraban todas las bandas juntas, en el mismo momento que en Estados Unidos giraban juntos Johnny Cash con Jerry Lee Lewis, o con Elvis, acá iban los Chalchaleros, Mercedes Sosa, Guarany, que iban todos juntos. De eso sobrevivieron, por ejemplo, Los Manseros Santiagueños, y hay que ver lo que mueven los tipos con tres guitarras criollas y un bombo. Yo fui al Festival del Bombo, el de mi pueblo, cuando era chico, y era estar todo el año esperando que pase el festival. Hemos crecido viendo esos festivales y a mí me marcó para siempre.

¿Qué te parece le agregó tu generación a esos festivales?

El quiebre lo marcó la generación de fines de los ´80, al menos en Santiago, que fue la vuelta de Jacinto Piedra y Peteco Carabajal, que habían estado en la movida de Músicos Populares Argentinos, con el Chango Farías Gómez, que nosotros no conocíamos. Ellos volvieron y armaron, con Juan Saavedra, un conjunto de dos guitarras y bombo, y para nosotros era The Police. Era una cosa tremenda, que nos voló la cabeza a todos, porque ya hicieron un cross over que, para nosotros, que escuchábamos una letra, ponele, de Charly, era lo que nos identificaba. Esa cosa de que encuentres en las letras cosas que te pasen, en tu realidad como joven, que ya nos sos un chango del campo, volvió a aparecer dentro de las chacareras con las letras de Jacinto y Peteco. Y ahí apareció nuestro rock, que no es el otro. Y nos dimos cuenta de que podíamos escribir nuestras realidades en nuestra propia música, si hay algo que ellos nos han enseñado, es eso.

¿Qué es el folklore para vos?

Es un modo de ver el mundo. Ser un músico de raíz folklórica es ver el mundo desde esa óptica distinta. Tengo amigos y amigas, que son de ciudades, que conocieron el folklore de grandes, pero que sí escucharon rock toda la vida, y yo veo que es gente que tiene un modo rockero de ver el mundo, y yo aprendo mucho de eso, también. Ven esa botella que está ahí, y ven un montón de cosas ligadas al mundo del rock, y nosotros vemos otras cosas. Yo vengo a la ciudad, por ejemplo, y veo que hay un barrio para arriba y que la gente no se conoce, y eso me impresiona, y para ellos es normal. Paso por una vidriera, veo una guitarra eléctrica, y yo escucho versiones de zambas con esa guitarra.

¿Cómo te llevás con la tradición?

Es nuestro cimiento, sin la tradición no hay nada. Yo juego con otras cosas, es cierto, pero siempre desde la tradición. Porque para innovar hay que conocer la historia. Si Piazzolla no hubiera podido tocar La Cumparsita como manda el código, no hubiera podido hacer después Adiós Nonino. En eso soy categórico, no hay medias tintas.

Y cuando te proponés innovar sobre esa tradición, ¿lo hacés a conciencia o te sale así, naturalmente?

No eso, ya es marketing, sería como estratégico, como ponerse a buscar a propósito. Me parece que las verdaderas innovaciones nacen sin que el tipo que las hace se dé cuenta. Las hace porque le sale así.

Pero cuando Peteco o el Chango Farías Gómez hacían lo que hacían, ¿te parece que no pensaban lo que hacían?

Me parece que sí estaban pensando, pero no eran conscientes, como no eran conscientes los hermanos Díaz, que para un rockero es como decirte Robert Johnson, de que estaban haciendo las canciones más hermosas del folklore. Y estaba bueno de que no fueran conscientes, me parece. Cuando hicieron MPA, por ejemplo, que era una caos, no se si el Chango, Peteco, Jacinto o Verónica Condomí eran conscientes de lo que nos iba a pasar con eso a los que vinimos después. Seguramente pensaban, pero Jacinto, por ejemplo, no tenía conciencia de nada, porque era un tipo totalmente inconsciente de lo que hacía, como una especie de Tanguito.

Tu propuesta artística tiene una búsqueda marcada de independencia de los circuitos más tradicionales. ¿Te parece que esa búsqueda es generacional?

Tiene que ver, es el camino que están llevando varios músicos, como Lisandro Aristimuño, por ejemplo, al que yo estoy mirando mucho. Igual, esta forma de trabajo tiene que ver mucho con el mundo al que uno pertenece. En el folklore, siempre hemos aspirado a que nos llamen de los festivales, y después te das cuenta de que eso también son decisiones, porque hay grupos que no van a los festivales, ni tampoco quieren ir, y está bien. Yo ni siquiera me di cuenta de en qué momento terminé tocando en treinta festivales en el verano, y no se si lo quiero seguir haciendo, vamos a ver.

De todas formas, no parece que tengas una actitud festivalera, aunque vayas a los festivales.

No, pero también yo provengo de ese mundo de las peñas, de vivir cómo la gente disfruta de una chacarera, y cuando vamos a los festivales y toco, ponele, Chacarera del exilio y la gente explota, me parece que está bien también. Está bien que el festival sea un lugar de fiesta, y cuando vamos, vamos a aportar a eso, también, no nos vamos a hacer los raros, para eso tenemos el Ópera (risas).

¿Qué va a pasar en el Ópera, entonces?

Vamos a tocar canciones que no hacemos siempre. Pero en los festivales es otra cosa. Tenés una hora, y después viene otro, y tenés que aportarle al festival, en el que hay mucha pasión, y hay que aportarle a eso, porque está bueno también.

Y en el teatro tenés un espacio más propio.

Sí, pero eso otro también yo lo siento como propio. De hecho, la vez anterior que hicimos un teatro acá, en el Coliseo, se armó bailongo y todo.


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