Nana e Nada, o el delicado encanto francés de la desfachatez porteña

Por Sebastián Scigliano

Como si Niní Marshall hubiese pasado por el Di Tella. O como si Ute Lemper fuera un 40 por ciento menos fossie. O como si Regina Spektor perdiera, un poco más, el juicio. O como si pinceladas de todos eso decoraran un cuadro del Barrio Latino de París por el que Myriam Henne – Adda, o Nana, se paseara durante un par de horas y no menos de veinte vestuarios diferentes. Así es el espectáculo en el que puede vérsela a ella al frente de Nana e Nada, show y banda que ya dieron disco, Volée, que, prometen, pasearán por Argentina durante el próximo año. Por lo pronto, como cada 14 de julio, este domingo Notorious los invita a celebrar el aniversario de la Revolución Francesa, donde volverán a recrear las apacibles travesuras que tan bien les salen. “Somos como una banda extranjera que vive acá”, dice Germán Tshudy, guitarrista y productor del disco.

¿De dónde venís?

Vengo de París, de dos padres que habían viajado de otros países, también, de Alemania y Tunez, y se encontraron ahí. Y yo me encontré con esa búsqueda de la identidad que me habían dado, y entonces empecé a viajar. Y en París me encontré con una música que me llamaba la atención, porque se bailaba, y porque generaba un círculo de gente que se iba a conocer. Eran el tango y la milonga. Entonces empecé a bailar tango y empecé a conocer argentinos. En esa época había en Francia una especie de moda con la "nouvelle vague" argentina, con el cine que llegaba a París, como el de Lucrecia Martel, hablo de principios de los 2000. En Francia siempre hay movimiento hacia culturas ajenas y dio la casualidad que en ese momento era Argentina. Viajé para acá en 2003 por primera vez y me encantó la gente y me encantó eso que se había perdido el Europa, cierto sentimiento de colectividad, de sentirse parte de un grupo, cosas esenciales. Ese viaje me marcó mucho. Me tomó dos años volver, hasta que en 2007 me instalé.


¿Ya cantabas, en ese entonces?


Ya cantaba, pero con todo ese peso de la autocrítica, de la crítica local…


Local, de allá.


Sí, claro. Del ambiente de allá. Ya hacía canciones, pero no me animaba mucho a mostrarlas. Actuaba en cosas más experimentales, que igual tenían que ver con la música.


¿A qué piensan  que se parece lo que hacen?


Myriam: Mi idea es como la de un cuento de hadas. No sé. Lo que pasa es que no vino de una inspiración en particular a la que seguir, sino de un conjunto de inspiraciones, que hacen como un coktail, como un chimichurri.

Germán: No se si hay un referente físico que exista. Lo que puedo rescatar son diferentes influencias que tiene cada músico. A ella le gustaba Paris Combo desde hace un tiempo.

M: Pero igual Paris Combo vino después, porque me asociaban, y entonces empecé a escuchar eso. Yo veo más referencias en las películas que en la música. Por ejemplo, para mí nos parecemos a La rosa púrpura del Cairo, de Woody Allen.


De hecho, lo que se ve en escena es una mezcla muy ecléctica.


M: Y eso son ganas, caprichos y viajes; esa podría ser una definición.

G. Myriam ya tiene una línea cosmopolita, por su naturaleza, por cómo está parada en este momento. Y por cómo funciona Nana e Nada, es así. Desde lo musical, sus composiciones son muy nocturnas.


M: Yo escuchaba mucha música clásica, mucho piano, y de ahí puede haber una cosa de trabajar más con imágenes, con cosa picturales, música siempre vinculada con algo visual. Eso ya, desde la composición, y desde los colores que venimos explorando, tiene que ver con algo visual. Antes de que esté la propuesta visual escénica, incluso. Para todos los músicos ese era el gran desafío, de que yo en el escenario diga cosas como “ahora salimos del túnel”, como una imagen, y ellos tengan que interpretar eso.

La puesta del espectáculo es casi tan importante como lo música. ¿Siempre fue así?


M: De hecho el disco apareció después de la puesta, que también fue mutando, por los espacios en donde estuvimos, por los músicos, también por caprichos, por experimentar, por tener esa libertad. Cuando empezamos, tocamos mucho en un restaurante francés, y era como un formato de café concert, por el lugar de donde viene la cosa, y cada mes era un show distinto. Era como ese desafío de decir hacemos tal tema, cualquiera, podía ser un título, como “Nana en Nueva York” y había que armar un espectáculo con eso. A partir de eso se contaba una historia. Desde hace dos o tres años que ya estamos con un formato más fijo, en lugares más grandes, más onda recital, que permitió fijar algunas cosas, con un vestuario más preciso, con alguien que colabora con el vestuario, que también aporta su impronta a cosas que ya teníamos.


¿Cómo te sentís en la escena local, sentís que lo que hacés es de acá?


Yo creo que es de acá, a pesar de que tiene cosas de muchos otros lugares, hay una parte del humor que es muy de acá. Yo me formé en el clown, acá, y tenemos muchos amigos que se dedican a eso, y hay muchos códigos que ya manejamos. De hecho, no sé cómo sería ahora volver a Francia con otro tipo de código. Yo juego también con eso de ser “la francesa”, pero no sé si es lo más importante de lo que hago. Es algo muy de acá, y a la vez de ningún lugar.

¿La viste a Nini Marshall alguna vez?


No, y me hablaron mucho de ella. Tengo que verla, a ella y Nacha Guevara, me dijeron, también. Pero es re loco: Niní, Nacha, Naná, debe haber alguna conexión. Lo que pasa es que acá hay un cariño tan grande por los que ya fueron, que para mí es muy lindo que me comparen, pero que al mismo tiempo es como si siempre hubiera alguien adelante tuyo. También me mostraron muchas cosas de Cha Cha Cha, por ejemplo. En shows anteriores trabajamos con la gente de Cualca, por ejemplo, que tienen también esas fuentes de inspiración.

Lo que aparece en voz de Niní Marshall es esa cosa de estar, a priori, fuera de contexto, y de golpe transformarse en el personaje más lúcido de la escena.


Hay algo de la figura del loco del rey ahí, o de todos los payasos, en realidad. Naná es un personaje que también tiene sus ganas de decir sus verdades. Alguien que vio el show lo asoció con el espacio del juego de una nena. Yo creo que tiene que ver con eso, pero también más con una temporalidad, con alguien que no tiene edad y que hace que nadie tenga edad.


¿Cómo es el futuro cercano?


G: Hoy le decía que quiero que pensemos una gira por Argentina. Porque lo que tiene de bueno Nana e Nada es que es como una banda extranjera, pero que vive acá. Es el exotismo puro. Y eso es lo que pasó en Francia, y fue siempre la vanguardia allá. Y encima juegan cosas que a mí me interesan mucho, como eso de que se pierda el lenguaje, por ejemplo, y venga la música, la melodía pura.

M: También estuvimos grabando cosas nuevas, y yo tengo ganas de algunas cosas más acústicas, también, más chiquitas, pero también el otro día hablamos de hacer reguetón, por ejemplo, el otro extremo. Lo que hacemos también tiene que ver mucho con el cadáver exquisito, es difícil saber a dónde vamos a terminar. Ese es un estado, como con la escritura automática, un estado en el que te tenés que dejar fluir. Hay algo que también genera el público de acá, que acepta eso.


¿De verdad te parece eso?


Sí, creo que el público del humor argentino me parece que tiene incorporado eso de dejar fluir, sin juzgar de golpe. Hay como un acondicionamiento para estar ahí y dejarse llevar, y eso permite también el juego. No sé si un público francés sería tan abierto a este tipo de humor.


¿Y con la música te parece que el público local tiene esa misma apertura?


No, pero es ahí donde yo saco la carta de “la francesa”. Por ejemplo con las cumbias, que hacemos en el show, yo digo que “la cumbia es francesa”, entonces listo, toda la desconfianza se va y salen a bailar.

 


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