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- 21.05.2013
La Bomba de Tiempo, ese extraño rito urbano de tambores
Por Sebastián Scigliano
A esta hora, la vieja aceitera de la calle Sarmiento, en el barrio de Abasto, retumba módicamente sacudida por unos tambores que anuncian el rito. Faltará un buen rato, y multiplicar por cuatro o cinco la cantidad de gente que circula por esos amplios solares de muros anchos para que la función principal de la celebración, como cada lunes, tenga lugar. A esa hora, la que vendrá en un rato, 15 expertos juguetones harán algo de lo que mejor les sale: poner a bailar y a saltar a los mil y pico que, entonces sí, se dan cita. Es la Bomba de Tiempo, como cada lunes, en el Konex, que ya va por su séptimo año y que, según ellos mismos admiten, podrá durar tantos más, o hasta que el cuerpo aguante.
Antes, un rato antes, el grupo se va reuniendo de a poco, a la espera del estallido de cada semana, en un camarín colectivo acondicionado en una de las viejas oficinas de lo que fue, hasta 1992, un depósito de aceites. “Es muy raro, porque es como un lugar de laburo, que es siempre el mismo, pero es como si esperáramos que siempre pasara algo distinto, no se por qué, porque los invitados son distintos, porque la gente que hay es diferente, siempre hay algo que te sorprende, que cambia, que se mueve”, cuenta Alejandro Oliva, percusionista, claro, y uno de los directores musicales de la Bomba desde finales del año pasado.
El reposo de los guerreros es más bien modesto. De a uno van llegando a esta, su guarida, después de una larga escalera que los lleva a las entraña del viejo edificio construido en la década del ´20, donde hoy funciona la Ciudad Cultural Konex. Es un espacio relativamente chico, pero acomodado al gusto de cada quien, según cuenta el propio Oliva. “Le fuimos poniendo cosas que nos gustaba a cada uno, hay comida que le gusta a cada uno, lo fuimos volviendo nuestro espacio con el tiempo”.
Lo único difícil de explicar, hasta para el propio Alejandro, es una gigantografía tamaño natural de Jorge Recalde, el malogrado piloto cordobés de rally, aportada, dicen, por una marca de Fernet que hace de sponsor, y que tiene con la provincia mediterránea una obvia relación de amor. Al lado de Recalde, también en tamaño natural, la célebre pose de la Coca Sarli, las piernas como queriéndose cerrar pero no, la rodilla izquierda levemente adelantada, y el beso armado en los labios carnosos. Un extraño matrimonio, tan ecléctico como el grupo que forma la Bomba. “Para mí, el gran hallazgo de Santiago – Vazquez, el mentor del grupo - , es haber elegido un grupo de gente tan distinta, que viene de lugares tan distintos, del jazz, de la música clásica, del candombe, de la música latina, de la música afroperuana. Por eso también resulta apasionante, no es solamente repetir una cosa, cada lunes aparece algo nuevo”, cuenta Gabriel Spiller, otro de los integrantes del grupo.
La Bomba de Tiempo está cumpliendo 7 años, que va a celebrar con dos fiestas, en el Konex, el viernes y el sábado próximos, tocando e invitando amigos a tocar. Pero eso que hoy es una de las fijas de la vida cultural porteña, no siempre lo fue. Spiller admite que “cuando arrancamos, yo pensé que íbamos a ser la misma cantidad de gente de un lado que del otro, unos tocando, otros mirando; pero ya la primera fecha había 400 personas, esa fue la primera sorpresa”. “No duramos ni un mes”, dice que dijo Oliva, entonces. “Necesitábamos 300 personas por lunes, para abrir la puerta del Konex, solamente. Ya desde el segundo mes la cosa era diferente. Me acuerdo que yo había dicho, medio en broma, “nos pagan por ensayar”, porque hacíamos una hora de ensayo, y dos de show, al principio. Fue una cosa paulatina, hasta convertirse en lo que es hoy; es como si te dijera que se nos iba dibujando una sonrisa a cada momento, diciendo ahora son 700, ahora son 1000”.
Es indudable que la Bomba introdujo una novedad en la escena cultural de Buenos Aires. Un espectáculo de improvisación con instrumentos de percusión, en una ciudad sin una tradición fuerte de tambores, y los lunes a la tarde, era toda una aventura. Sin embargo, extrañamente, el fenómeno Bomba de Tiempo hizo que, desde entonces, la escena de la percusión en la ciudad y en el país, creciera exponencialmente. Y ellos admiten esa paternidad. “Lamentablemente, somos los responsables, en gran medida”, bromea Oliva. “Sin dudas hubo una explosión de grupos de percusión con señas, que es un lenguaje que no existía, realmente. Algunos veníamos trabajando con algunas señas, de forma muy rudimentaria, pero el desarrollo que hizo Santiago del sistema, y la difusión que tuvo con la Bomba, hizo que haya un montón de grupos que ahora están haciendo algo parecido, o muchos grupos que buscan un camino a partir de ahí”. Lo que le interesa a Spiller al respecto es “cuando este lenguaje empieza a pasar a otros grupos, de repente, un cuarteto de cuerdas que empieza a usar estos recursos”. Bajo su influencia, admiten conocer grupos que hacen cosas parecidas en Buenos Aires, desde ya, pero también en Mendoza, en Chaco, en Tucumán, en Chile, en Brasil, y hasta en Bélgica. De hecho, el proyecto del grupo para el futuro inmediato es empezar a viajar por el país, cosa que no han hecho mucho todavía, pero que los entusiasma.
La Bomba de Tiempo, ese extraño rito urbano de tambores
Conforme se acerca la hora del show, la intensidad del murmullo creciente tanto adentro como afuera del colorido bunker, crece. Además de placentero, el paso por el escenario de los integrantes de la Bomba es ciertamente exigente. “Yo a veces me siento como un boxeador. Nos veo, a veces, antes de salir, y estamos poniéndonos aceites en invierno para el frío, hay como una preparación física, Cheikh – Gueye, el africano del grupo - da saltos de dos metros antes de salir”, cuenta Spiller.
Más allá de eso, sigue siendo una experiencia enormemente movilizante, tanto para quienes disfrutan saltando de la energía de cada lunes como para quienes la producen, desde arriba del escenario. Adminte Oliva: “Es muy exigente y muy estimulante. Y es una experiencia energética única. Para mí, además, es algo tremendamente sanador, desde lo integral y desde lo concreto. Yo he venido enfermo a la Bomba, y me subo al escenario, y me curo. Es un lugar en el que las cosas a mí me suceden con una realidad tremenda. Sobre todo, cuando dirijo; todo lo que me pasa ahí es de una verdad increíble, absoluta. Es de esos momentos en los que digo, bueno, está bien, existe algo que nos conecta a todos, y que trasciende mi propio ego, y mi personalidad”.
Ya el reguero de caminantes entre el patio, descubierto, que hace de enorme entrada al Konex y el espacio nutrido de columnas en el que se dispone el escenario es incesante, y hasta nervioso. Alguno, incluso, entran en calor, emulando desinteresadamente a quienes los a harán transpirar de lo lindo dentro de poco. Son ya algo más de las ocho. Un, dos, tres, cuá. Y la Bomba explota.
A esta hora, la vieja aceitera de la calle Sarmiento, en el barrio de Abasto, retumba módicamente sacudida por unos tambores que anuncian el rito. Faltará un buen rato, y multiplicar por cuatro o cinco la cantidad de gente que circula por esos amplios solares de muros anchos para que la función principal de la celebración, como cada lunes, tenga lugar. A esa hora, la que vendrá en un rato, 15 expertos juguetones harán algo de lo que mejor les sale: poner a bailar y a saltar a los mil y pico que, entonces sí, se dan cita. Es la Bomba de Tiempo, como cada lunes, en el Konex, que ya va por su séptimo año y que, según ellos mismos admiten, podrá durar tantos más, o hasta que el cuerpo aguante.
Antes, un rato antes, el grupo se va reuniendo de a poco, a la espera del estallido de cada semana, en un camarín colectivo acondicionado en una de las viejas oficinas de lo que fue, hasta 1992, un depósito de aceites. “Es muy raro, porque es como un lugar de laburo, que es siempre el mismo, pero es como si esperáramos que siempre pasara algo distinto, no se por qué, porque los invitados son distintos, porque la gente que hay es diferente, siempre hay algo que te sorprende, que cambia, que se mueve”, cuenta Alejandro Oliva, percusionista, claro, y uno de los directores musicales de la Bomba desde finales del año pasado.
El reposo de los guerreros es más bien modesto. De a uno van llegando a esta, su guarida, después de una larga escalera que los lleva a las entraña del viejo edificio construido en la década del ´20, donde hoy funciona la Ciudad Cultural Konex. Es un espacio relativamente chico, pero acomodado al gusto de cada quien, según cuenta el propio Oliva. “Le fuimos poniendo cosas que nos gustaba a cada uno, hay comida que le gusta a cada uno, lo fuimos volviendo nuestro espacio con el tiempo”.
Lo único difícil de explicar, hasta para el propio Alejandro, es una gigantografía tamaño natural de Jorge Recalde, el malogrado piloto cordobés de rally, aportada, dicen, por una marca de Fernet que hace de sponsor, y que tiene con la provincia mediterránea una obvia relación de amor. Al lado de Recalde, también en tamaño natural, la célebre pose de la Coca Sarli, las piernas como queriéndose cerrar pero no, la rodilla izquierda levemente adelantada, y el beso armado en los labios carnosos. Un extraño matrimonio, tan ecléctico como el grupo que forma la Bomba. “Para mí, el gran hallazgo de Santiago – Vazquez, el mentor del grupo - , es haber elegido un grupo de gente tan distinta, que viene de lugares tan distintos, del jazz, de la música clásica, del candombe, de la música latina, de la música afroperuana. Por eso también resulta apasionante, no es solamente repetir una cosa, cada lunes aparece algo nuevo”, cuenta Gabriel Spiller, otro de los integrantes del grupo.
La Bomba de Tiempo está cumpliendo 7 años, que va a celebrar con dos fiestas, en el Konex, el viernes y el sábado próximos, tocando e invitando amigos a tocar. Pero eso que hoy es una de las fijas de la vida cultural porteña, no siempre lo fue. Spiller admite que “cuando arrancamos, yo pensé que íbamos a ser la misma cantidad de gente de un lado que del otro, unos tocando, otros mirando; pero ya la primera fecha había 400 personas, esa fue la primera sorpresa”. “No duramos ni un mes”, dice que dijo Oliva, entonces. “Necesitábamos 300 personas por lunes, para abrir la puerta del Konex, solamente. Ya desde el segundo mes la cosa era diferente. Me acuerdo que yo había dicho, medio en broma, “nos pagan por ensayar”, porque hacíamos una hora de ensayo, y dos de show, al principio. Fue una cosa paulatina, hasta convertirse en lo que es hoy; es como si te dijera que se nos iba dibujando una sonrisa a cada momento, diciendo ahora son 700, ahora son 1000”.
Es indudable que la Bomba introdujo una novedad en la escena cultural de Buenos Aires. Un espectáculo de improvisación con instrumentos de percusión, en una ciudad sin una tradición fuerte de tambores, y los lunes a la tarde, era toda una aventura. Sin embargo, extrañamente, el fenómeno Bomba de Tiempo hizo que, desde entonces, la escena de la percusión en la ciudad y en el país, creciera exponencialmente. Y ellos admiten esa paternidad. “Lamentablemente, somos los responsables, en gran medida”, bromea Oliva. “Sin dudas hubo una explosión de grupos de percusión con señas, que es un lenguaje que no existía, realmente. Algunos veníamos trabajando con algunas señas, de forma muy rudimentaria, pero el desarrollo que hizo Santiago del sistema, y la difusión que tuvo con la Bomba, hizo que haya un montón de grupos que ahora están haciendo algo parecido, o muchos grupos que buscan un camino a partir de ahí”. Lo que le interesa a Spiller al respecto es “cuando este lenguaje empieza a pasar a otros grupos, de repente, un cuarteto de cuerdas que empieza a usar estos recursos”. Bajo su influencia, admiten conocer grupos que hacen cosas parecidas en Buenos Aires, desde ya, pero también en Mendoza, en Chaco, en Tucumán, en Chile, en Brasil, y hasta en Bélgica. De hecho, el proyecto del grupo para el futuro inmediato es empezar a viajar por el país, cosa que no han hecho mucho todavía, pero que los entusiasma.
La Bomba de Tiempo, ese extraño rito urbano de tambores
Conforme se acerca la hora del show, la intensidad del murmullo creciente tanto adentro como afuera del colorido bunker, crece. Además de placentero, el paso por el escenario de los integrantes de la Bomba es ciertamente exigente. “Yo a veces me siento como un boxeador. Nos veo, a veces, antes de salir, y estamos poniéndonos aceites en invierno para el frío, hay como una preparación física, Cheikh – Gueye, el africano del grupo - da saltos de dos metros antes de salir”, cuenta Spiller.
Más allá de eso, sigue siendo una experiencia enormemente movilizante, tanto para quienes disfrutan saltando de la energía de cada lunes como para quienes la producen, desde arriba del escenario. Adminte Oliva: “Es muy exigente y muy estimulante. Y es una experiencia energética única. Para mí, además, es algo tremendamente sanador, desde lo integral y desde lo concreto. Yo he venido enfermo a la Bomba, y me subo al escenario, y me curo. Es un lugar en el que las cosas a mí me suceden con una realidad tremenda. Sobre todo, cuando dirijo; todo lo que me pasa ahí es de una verdad increíble, absoluta. Es de esos momentos en los que digo, bueno, está bien, existe algo que nos conecta a todos, y que trasciende mi propio ego, y mi personalidad”.
Ya el reguero de caminantes entre el patio, descubierto, que hace de enorme entrada al Konex y el espacio nutrido de columnas en el que se dispone el escenario es incesante, y hasta nervioso. Alguno, incluso, entran en calor, emulando desinteresadamente a quienes los a harán transpirar de lo lindo dentro de poco. Son ya algo más de las ocho. Un, dos, tres, cuá. Y la Bomba explota.
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