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- 15.04.2013
El Centro Monteagudo logró sacar a más de 70 personas de las calles para reintegrarlas en la sociedad
Unas 72 personas que vivieron en el Centro de Integración Monteagudo, un hogar ubicado en Parque Patricios para hombres en situación de calle, lograron alquilar sus propias viviendas durante estos últimos dos años en los que el espacio es gestionado por la organización Proyecto 7.
"Anoche justo dos compañeros se fueron porque alquilaron sus propias viviendas, y se suman a otros 70 que vienen sosteniendo sus hogares y que habían vivido aquí, lo que para nosotros es una muestra de que no equivocamos el camino", contó a Télam Horacio Ávila, referente de Proyecto 7 y actual director del centro.
El 3 de abril de 2011, esta organización conformada por personas que habían vivido en situación de calle, pusieron por primera vez sus pies en el Monteagudo, un hogar que hasta ese momento era gestionado por un grupo interparroquial.
"En ese entonces vivían sólo 38 personas sobre 100 camas que había. Hoy viven 118 compañeros, más unos 20 que vienen a comer al mediodía. A su vez tenemos una lista de espera de 60 personas", detalló el director.
Ávila, quien vivió un tiempo en situación de calle en la zona de Plaza Congreso y logró salir y sostener un hogar, aseguró que "las bases de todo lugar deben ser el respeto, la libertad y la dignidad, cosas que en muchas instituciones no se dan".
Al describir a grandes rasgos el Monteagudo hoy, el hombre señaló que "es un lugar de puertas abiertas hacia adentro y hacia afuera. Aquí no hay reglas carcelarias ni estrictas pero sí contamos con normas de convivencia que decidimos entre todos en las asambleas que tenemos todos los viernes".
“Lo primero que no queríamos reproducir de otras instituciones es la humillación y el sometimiento -indicó- muchas instituciones utilizan la humillación para someterte, para que no seas conflictivo, no opines, no preguntes ni te quejes”.
Como ejemplo, Horacio señaló “las colas que hay que hacer para ingresar, a la vista de todos” y, en contraposición con esto, el Monteagudo funciona literalmente a puertas abiertas: todos entran y salen cuando quieren.
A su vez, todos los que trabajan en el centro de integración, a excepción del equipo técnico, son integrantes del espacio y perciben un salario por desarrollar diferentes tareas como limpieza, mantenimiento, clasificación de donaciones, cocina, etc.
“La otra diferencia sustancial es que este espacio está manejado íntegramente por los compañeros que viven en el lugar, aquí no tenemos personas de seguridad, ni policía”, detalló. Horacio refirió que “esta forma de gestión era impensada, incluso para los propios residentes del Monteagudo quienes, al principio, cuando les planteamos nuestra idea nos dijeron: `están locos`”.
Daniel Franco era una de esas personas que vivían en el Monteagudo antes de que Proyecto 7 se hiciera cargo del espacio: “primero fue difícil la convivencia, hasta que nos conocimos y se generó una confianza mutua”.
“Si bien tenemos muchas carencias, la parte humana es fundamental y eso aquí es excepcional, desde los profesionales hasta los colaboradores”, contó. Al historiar su pasado, el hombre detalló que “por problemas familiares quedé en situación de calle, incluso como muchos compañeros tuve temas de adicciones”.
Y añadió: “Más allá de los proyectos individuales, todos trabajamos en pos de algo colectivo, y buscamos que nuestro trabajo trascienda nuestro lugar, y podamos dar el ejemplo a otras instituciones”.
Sentado a su lado, Daniel Giménez, quien actualmente es encargado del turno de 6 a 14hs, aseguró mientras exhibía una prominente pancita que “cuando llegué al Monteagudo estaba consumido, más allá del chiste, quiero decir que las mejoras están a la vista”. “Mientras estaba en la calle mis días pasaban entre drogas y alcohol y de eso no salía, lo único que quería era evadir la realidad”, recordó.
En un año y medio de residencia en el Monteagudo Giménez pudo abandonar sus adicciones, formó pareja, volvió a ver a su hijo (que hoy tiene cuatro años) y para fin de año planea irse a vivir con su compañera.
“No sólo es el techo, sino que es la contención que uno recibe, es encontrarse con compañeros que pasaron por la misma y ver que están mejor, que pudieron salir, te da ánimo; por supuesto que hay que poner voluntad”, sostuvo.
Antes de cebar otro mate, Franco lo interrumpió: “es verdad, pero la voluntad se hace muy cuesta arriba cuando estás en calle; la gente te rechaza y uno mismo se rechaza; pero cuando empezás a ver un poquito de luz, ahí es cuando podés recuperar algo de ganas y comenzás a mejorar”.
Más allá del trabajo que realiza el equipo técnico de asistentes sociales y psicólogas, el centro ofrece diferentes talleres y tiene dos proyectos que se autogestionan: el programa radial "La Voz de la Calle" y la revista "Nunca es Tarde".
Sin acudir a fórmulas hechas ni proponer soluciones mágicas, Horacio pone reparos en la expresión "salir de la calle" y prefiere hacer hincapié en el proceso más que en el resultado. "Desde el Monteagudo siempre decimos que no es lo que conseguimos, sino lo que sostenemos. Uno puede conseguir muchas cosas, ahora hay que ver cuán capacitados estamos para sostener y mantener una estabilidad social, económica, psicológica, sentimental y anímica que es lo que nos permite vivir más o menos normal", indicó.
Y en eso es donde el Monteagudo hace más la diferencia, en que sus habitantes recuperen la dignidad más allá de que el día de mañana, al decir de Horacio, "aparezca otro tipo que te firma un corralito u otro que se escapa en helicóptero y te vuelvas a quedar en pelotas".
"Anoche justo dos compañeros se fueron porque alquilaron sus propias viviendas, y se suman a otros 70 que vienen sosteniendo sus hogares y que habían vivido aquí, lo que para nosotros es una muestra de que no equivocamos el camino", contó a Télam Horacio Ávila, referente de Proyecto 7 y actual director del centro.
El 3 de abril de 2011, esta organización conformada por personas que habían vivido en situación de calle, pusieron por primera vez sus pies en el Monteagudo, un hogar que hasta ese momento era gestionado por un grupo interparroquial.
"En ese entonces vivían sólo 38 personas sobre 100 camas que había. Hoy viven 118 compañeros, más unos 20 que vienen a comer al mediodía. A su vez tenemos una lista de espera de 60 personas", detalló el director.
Ávila, quien vivió un tiempo en situación de calle en la zona de Plaza Congreso y logró salir y sostener un hogar, aseguró que "las bases de todo lugar deben ser el respeto, la libertad y la dignidad, cosas que en muchas instituciones no se dan".
Al describir a grandes rasgos el Monteagudo hoy, el hombre señaló que "es un lugar de puertas abiertas hacia adentro y hacia afuera. Aquí no hay reglas carcelarias ni estrictas pero sí contamos con normas de convivencia que decidimos entre todos en las asambleas que tenemos todos los viernes".
“Lo primero que no queríamos reproducir de otras instituciones es la humillación y el sometimiento -indicó- muchas instituciones utilizan la humillación para someterte, para que no seas conflictivo, no opines, no preguntes ni te quejes”.
Como ejemplo, Horacio señaló “las colas que hay que hacer para ingresar, a la vista de todos” y, en contraposición con esto, el Monteagudo funciona literalmente a puertas abiertas: todos entran y salen cuando quieren.
A su vez, todos los que trabajan en el centro de integración, a excepción del equipo técnico, son integrantes del espacio y perciben un salario por desarrollar diferentes tareas como limpieza, mantenimiento, clasificación de donaciones, cocina, etc.
“La otra diferencia sustancial es que este espacio está manejado íntegramente por los compañeros que viven en el lugar, aquí no tenemos personas de seguridad, ni policía”, detalló. Horacio refirió que “esta forma de gestión era impensada, incluso para los propios residentes del Monteagudo quienes, al principio, cuando les planteamos nuestra idea nos dijeron: `están locos`”.
Daniel Franco era una de esas personas que vivían en el Monteagudo antes de que Proyecto 7 se hiciera cargo del espacio: “primero fue difícil la convivencia, hasta que nos conocimos y se generó una confianza mutua”.
“Si bien tenemos muchas carencias, la parte humana es fundamental y eso aquí es excepcional, desde los profesionales hasta los colaboradores”, contó. Al historiar su pasado, el hombre detalló que “por problemas familiares quedé en situación de calle, incluso como muchos compañeros tuve temas de adicciones”.
Y añadió: “Más allá de los proyectos individuales, todos trabajamos en pos de algo colectivo, y buscamos que nuestro trabajo trascienda nuestro lugar, y podamos dar el ejemplo a otras instituciones”.
Sentado a su lado, Daniel Giménez, quien actualmente es encargado del turno de 6 a 14hs, aseguró mientras exhibía una prominente pancita que “cuando llegué al Monteagudo estaba consumido, más allá del chiste, quiero decir que las mejoras están a la vista”. “Mientras estaba en la calle mis días pasaban entre drogas y alcohol y de eso no salía, lo único que quería era evadir la realidad”, recordó.
En un año y medio de residencia en el Monteagudo Giménez pudo abandonar sus adicciones, formó pareja, volvió a ver a su hijo (que hoy tiene cuatro años) y para fin de año planea irse a vivir con su compañera.
“No sólo es el techo, sino que es la contención que uno recibe, es encontrarse con compañeros que pasaron por la misma y ver que están mejor, que pudieron salir, te da ánimo; por supuesto que hay que poner voluntad”, sostuvo.
Antes de cebar otro mate, Franco lo interrumpió: “es verdad, pero la voluntad se hace muy cuesta arriba cuando estás en calle; la gente te rechaza y uno mismo se rechaza; pero cuando empezás a ver un poquito de luz, ahí es cuando podés recuperar algo de ganas y comenzás a mejorar”.
Más allá del trabajo que realiza el equipo técnico de asistentes sociales y psicólogas, el centro ofrece diferentes talleres y tiene dos proyectos que se autogestionan: el programa radial "La Voz de la Calle" y la revista "Nunca es Tarde".
Sin acudir a fórmulas hechas ni proponer soluciones mágicas, Horacio pone reparos en la expresión "salir de la calle" y prefiere hacer hincapié en el proceso más que en el resultado. "Desde el Monteagudo siempre decimos que no es lo que conseguimos, sino lo que sostenemos. Uno puede conseguir muchas cosas, ahora hay que ver cuán capacitados estamos para sostener y mantener una estabilidad social, económica, psicológica, sentimental y anímica que es lo que nos permite vivir más o menos normal", indicó.
Y en eso es donde el Monteagudo hace más la diferencia, en que sus habitantes recuperen la dignidad más allá de que el día de mañana, al decir de Horacio, "aparezca otro tipo que te firma un corralito u otro que se escapa en helicóptero y te vuelvas a quedar en pelotas".
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