FIN DE AÑO

Qué año de Larreta

El jefe de Gobierno consiguió el traspaso de la policía, pero perdió la pulseada y debió usarla para reprimir. Los traspasos de la Justicia y el Puerto, en veremos, lo mismo que la promesa de urbanizar las villas. Carrió como factor disruptivo en la alianza con los radicales y Lousteau que todavía intenta destronarlo.

Werner Pertot
En el medio del camino de su mandato, Horacio Rodríguez Larreta se encontró con una decisión oscura, la de ceder a las presiones del presidente Mauricio Macri y utilizar la Policía de la Ciudad, que obtuvo producto de la sesión de parte de la Federal y de fondos millonarios del Gobierno nacional, para reprimir la protesta social. Y vaya que lo hizo. El jefe de Gobierno, no obstante, no pierde sus esperanzas de retomar el camino que se trazó al inicio: el de mantener un bajo perfil, esquivar los conflictos nacionales, y convertir la gestión exitosa en el sello que le permita llegar a la Rosada. Ese camino tiene varios escollos: además de sus competidores internos, los radicales siguen soñando con truncarle un segundo mandato, Elisa Carrió es siempre una tormenta a punto de estallar y el frente educativo en la Ciudad es cada vez más problemático. Pese a los excelentes resultados electorales de este año, Larreta camina por el filo del cuchillo.

Su estrategia fue siempre el bajo perfil y la gestión, algo que pareció conseguir durante 2016. Firmó el traspaso de la Federal, se ocupó de negociar con esa fuerza para que no le causara conflictos (cedió, mayormente, ante los reclamos policiales) y fortaleció con promesas el perfil social del Gobierno porteño, que no tuvo su antecesor. Pero en 2017 todo eso se terminó: lo sacaron del bajo perfil las peleas con la Nación que concluyeron en múltiples represiones en la Ciudad (se ha dicho: Patricia Bullrich le ganó largamente esa tenida a Larreta), el conflicto docente prolongado y luego el que tuvo con los estudiantes por las Secundarias del Futuro. Ninguno de estos últimos fue resuelto.

En el medio del camino de su mandato, Horacio Rodríguez Larreta se encontró con una decisión oscura, la de ceder a las presiones del presidente Mauricio Macri y utilizar la Policía de la Ciudad para reprimir la protesta social.



En el plano electoral, Larreta puede considerarse vencedor y candidato puesto a la reelección, si no fuera por el pequeño detalle de que los porcentajes siderales los obtuvo Elisa Carrió y porque los cacerolazos de fin de año prenden una luz de alarma en el bastión del macrismo. Ahora el jefe de Gobierno explora la creación, finalmente, de un Cambiemos porteño, lo que le implica una difícil negociación con los radicales. El pacto entre Daniel “El Tano” Angelici y Enrique “Coti” Nosiglia pareció abrirle una puerta a Larreta. El temor del jefe de Gobierno es que por esa puerta entre Martín Lousteau, que se afilió a la UCR con el firme propósito de competirle en internas, algo que no pudo hacer este año. El otro problema es Carrió, que rechaza visceralmente el pacto Angelici-Nosiglia. Otro conflicto que, hasta ahora, no tuvo resolución

Hay que decirlo: Larreta se manejó con extremada habilidad y diplomacia hasta ahora para conseguir que Carrió no se convierta en un factor de disputa. Lo ayuda que ella tenga poco interés en los temas municipales. Solo debió fingir brevemente durante la campaña que eso le importaba. Lo cierto es que pasó sin incidentes con Larreta (el jefe de Gobierno incluso se mantuvo impertérrito en un estudio televisivo mientras ella ofendía a la familia de Santiago Maldonado al comparar la forma en la que murió con Walt Disney). A cambio, consiguió que ella le entregue su bloque de legisladores para votar negocios inmobiliarios sin dudar. Larreta ahora tiene mayoría propia en la Legislatura, lo que le abre un mundo de posibilidades que Macri no tuvo.

En cuanto a Lousteau, quizás la principal victoria del jefe de Gobierno fue enviarlo al tercer lugar en las elecciones, y con la mitad de los votos que tuvo en 2015 cuando, para pavor de todo el PRO, estuvo a tres puntos de ganarle el ballotage. Lo cierto es que el ex embajador en Washington terminó muy devaluado tras la elección de este año. La venganza de Larreta no se hizo esperar. En silencio, echó a sus funcionarios de los distintos organismos descentralizados: por decreto y sin demasiadas explicaciones, fue separado de su cargo antes de tiempo (tenía mandato hasta 2020) Federico Saravia, que presidía el Consejo Económico y Social porteño. Se trata de uno de los alfiles de Lousteau. También echó de la Corporación del Sur al radical Luis Cabillón. El funcionario se enteró de su despido cuando llegó a trabajar y la seguridad le informó que no iba a poder ingresar. A la auditora de Lousteau en la Auditoría General de la Ciudad, Maria Coletta, no la tiene a tiro de decreto. Tampoco a Gastón Rossi, que es director del Banco Ciudad. Si no, queda claro que ya hubieran caído.

Prometió urbanizar las villas. Se hicieron algunas obras, pero todavía no se vio un cambio estructural en los barrios. A diez años de comenzado el ciclo macrista en la Ciudad, las diferencias sociales entre el sur y el norte persisten.

 

Pero no todas las dudas de Larreta están despejadas. El futuro de Lousteau no está claro: la decisión del ex candidato de dar quórum para el recorte a los jubilados no hizo más que corroborar el perfil que lo llevó hasta el lugar en que el está hoy: una suerte de aliado incómodo del oficialismo. Esto, obviamente, no justifica los intentos de linchamiento que sufrió Lousteau, que fueron repudiados por todos los sectores políticos.

Mientras tanto, Larreta se dedica a lo que pretende sea su sello: gestión, gestión, gestión. Hagamos un breve repaso: como decíamos, consiguió el traspaso de la Policía con los fondos, pero al minuto, empezaron a exigirle que la usara para reprimir. No consiguió hasta aquí el traspaso del Poder Judicial, por la resistencia de jueces y trabajadores nacionales. A dos años de haber comenzado su mandato, la discusión del traspaso del Puerto ni comenzó. Lanzó un recorte de cargos políticos y le puso un tope a los sueldos, para mostrar austeridad. Y en el Consejo de la Magistratura porteño sus dirigentes le multiplicaron los cargos

Prometió urbanizar las villas. Se hicieron algunas obras, pero todavía no se vio un cambio estructural en los barrios. En algunos, como al villa 20, denuncian que la ayuda estatal se frenó después de la campaña. Una de sus apuestas en Lugano es la Villa Olímpica. Este año que comienza será el de los Juegos Olímpicos de la Juventud. Las residencias las usarán los atletas y luego, promete Larreta, serán vendidas como viviendas sociales para revalorizar la zona sur. Hay que decir que, como ocurrió con otros gobiernos, a diez años de comenzado el ciclo macrista en la Ciudad, las diferencias sociales entre el sur y el norte persisten. Si el macrismo apuesta a cambiarlas con negocios inmobiliarios, está claro que no va a suceder.

En Educación, Larreta este año se fue a marzo. Generó un conflicto con los docentes como no existía desde hace ocho años, lo que provocó la pérdida de días de clase y, para colmo, clausuró por decreto la paritaria.



Hace poco, se recordó que hay una nueva terminal de micros en el sur de la Ciudad (la Dellepiane), que es enteramente privada. No tiene ni micros ni pasajeros. Y eso que uno de los caballitos de batalla de Larreta es el tránsito: para eso, sigue apostando al Metrobus, a megaobras como el Paseo del Bajo y postergando la ampliación de la red de subtes, que bate récord de mal servicio. Pese a eso, Larreta premió a Metrovías con un año más de concesión (la tiene desde 1994) y este año planea licitar el subte a un privado que probablemente lo usufructúe unos 17 años más, por la parte baja. Las propuestas opositoras de que el subte vuelva al Estado no fueron tenidas en cuenta. En materia de concesiones, hay que decir que Larreta no cambió la matriz de Macri: por dar un solo ejemplo contundente, luego de la tragedia de Time Warp, el Complejo Costa Salguero sigue pagando un canon irrisorio (el 8% de sus ingresos) y debe más de 57 millones de pesos de ABL.

En Educación, Larreta este año se fue a marzo. Generó un conflicto con los docentes como no existía desde hace ocho años, lo que provocó la pérdida de días de clase y, para colmo, clausuró por decreto la paritaria. Tampoco se manejó con diálogo al impulsar la eliminación de los institutos de formación docente, que luego serían reemplazados por una universidad. Luego se enfrascó innecesariamente en otro conflicto con los estudiantes, que redundó en la toma de decenas de secundarios a raíz de un proyecto por el que pretende que pasen la mitad de quinto año trabajando gratis para empresas. El jefe de Gobierno arrastra un conflicto extra con madres y padres por la falta de vacantes en el nivel inicial, que expulsa a diversos sectores de la escuela pública, ya sea hacia la privada o hacia la nada. Prácticamente, no hay sector de la comunidad educativa con el que no se haya peleado este año.

Así y todo, el jefe de Gobierno considera que la gestión será la marca para crecer políticamente y esperar su turno para probar con la Rosada, como lo hizo con la jefatura de Gobierno. Este objetivo tiene algunos escollos. La primera es la competencia sorda con Marcos Peña y María Eugenia Vidal por la sucesión, algo que en el entorno de Larreta se dedican a negar enfáticamente. Y la otra son las múltiples discusiones con Macri, que le viene reprochando a Larreta su buena relación con Sergio Massa, con el papa Jorge Bergoglio, e incluso con Víctor Santa María, el presidente del PJ capital y principal accionista de Página/12. Larreta, no obstante, sabe tejer relaciones, recomponer vínculos, tener paciencia y esperar que llegue su hora.

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