HITOS DE LA POLICÍA DE LA CIUDAD

Represión a la vuelta de tu casa

La Policía de la Ciudad se creó a comienzos de este año y ya consolidó un perfil represivo, con detenciones arbitrarias, uso desmedido de la fuerza y armado de causas a manifestantes o transeúntes. El costo político es para Horacio Rodríguez Larreta.

Werner Pertot
Se termina el año y la novel Policía de la Ciudad, que se creó a fines de 2016 y comenzó a funcionar en enero de este año, ya conjugó de todas las formas posibles el verbo “reprimir”. A no dudarlo: ya le pegaron a mujeres, docentes, cooperativistas, manteros (argentinos y extranjeros), trabajadores de la más variada pelambre y hasta a jubilados. Lejos quedó la discusión entre la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, y el jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, por quién era el que debía ocuparse de reprimir. Ganó largamente ella. Si bien en estas semanas debió desplegar a la Gendarmería, un tirón de orejas presidencial llevó a que Larreta se ocupara de la segunda jornada de represión, que no tuvo nada que envidiarle a las fuerzas federales.

Hagamos, una vez más, un repaso de lo ocurrido este año. Nacida de la fusión entre la Federal y la Metropolitana, dos policías con un historial represivo que, en el caso de la última, es sorprendente para su corta vida (Borda, Sala Alberdi, Parque Indoamericano), la Policía de la Ciudad fue creada, al menos en los papeles, como una fuerza vecinal, de proximidad, que –se suponía-no iba a terminar teniendo el rol de reprimir cuanta manifestación ocurriera en la Ciudad.

Durante todo 2016, se vivió esa puja entre Bullrich y Larreta. Ella redactaba un protocolo antipiquetes; él no lo aplicaba. Ella insistía en que la Ciudad debía desalojar los cortes, él indicaba que las manifestaciones eran todas por temas nacionales, y no del Gobierno porteño. La disputa se resolvió cuando finalmente intervino el presidente Macri y presionó públicamente a Larreta para que se ocupara de repartir los palos y pasar a cobrar el costo político por ventanilla.

Y Larreta, en el debut de la Policía de la Ciudad, cedió. Hay que aclarar que no eran cuestiones de principios las que lo llevaron a encarar esa resistencia, sino el peligro que percibe en estar a cargo de la represión y poder ver truncada su carrera política por algún asesinato. En el otro sector del macrismo, parecen creer que los muertos no traen costos políticos, y si no observen cómo Bullrich se comportó en el caso de Santiago Maldonado y en el de Rafael Nahuel. En el entorno de la ministra, aseguran que subió en las encuestas e imaginan un costo cero de las distintas acciones represivas que emprenden: la sociedad los va a acompañar siempre, o eso creen.

Se termina el año y la novel Policía de la Ciudad, que se creó a fines de 2016 y comenzó a funcionar en enero de este año, ya conjugó de todas las formas posibles el verbo “reprimir”.



Decíamos que Larreta cedió. Primero, casi como un ensayo, fue contra los manteros de Once. Como son un colectivo marginado y básicamente pobre, pudo aplicar sin mayores escándalos la prueba piloto de lo que luego sufrirían sobre sus espaldas otros manifestantes de clase media. Los manteros fueron expulsados de Once sin que muchas voces defendieran la economía informal o de subsistencia, luego debieron hacer un curso y se les concedió un lugar en un galpón, que hace poco comenzaron a abandonar por la falta de ventas.

A poco de avanzar este año comenzaron las cacerías, el retorno de las razzias que en ese momento nos llamó la atención, pero que ya empezamos a naturalizar a fines de este 2017 (que tuvo, en promedio, una represión por semana en el país, según datos de CEPA). El regreso de las cacerías empezó con las mujeres tras la marcha del 8M (y tuvo un connato previo con la detención de un grupo de militantes feministas). En esa razzia, hubo golpes, humillaciones, vejaciones, mujeres obligadas a desnudarse y fotografiadas por los uniformados y, según señaló en ese momento la Procuraduría contra la Violencia Institucional (PROCUVIN), todo estuvo cargado de una profunda lesbofobia.

Para continuar con un año a puro palo, la Policía de la Ciudad reprimió a un grupo de vecinos de la Boca que protestaba porque la Bonaerense acababa de protagonizar un tiroteo en el barrio que concluyó con dos habitantes que recibieron balas de plomo. Pero la actividad de la Policía de la Ciudad recién estaba empezando. Luego vino la represión a los docentes, que buscaban instalar una carpa (la Escuela Itinerante) frente al Congreso. Recordemos: reclamaban por la paritaria nacional docente, que el Gobierno nacional sepultó este año. Larreta, de paso, cerró la paritaria por decreto y nunca resolvió el conflicto por la vía del diálogo. Mientras justificaban la represión frente al Congreso, los macristas terminaron por autorizar la carpa docente ante el repudio generalizado por las imágenes de los policías reprimiendo a los guardapolvos.

Otro de los hitos represivos de este año fue contra un grupo de cooperativistas que en julio cortaron la 9 de Julio para reclamar por 40 mil despidos ante el Ministerio de Desarrollo Social. Las irregularidades que al principio llamaban la atención, aquí ya eran un modus operandi: hubo policías de civil, menores detenidos, y otra cacería de manifestantes por las calles porteñas.

Lejos quedó la discusión entre la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, y el jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, por quién era el que debía ocuparse de reprimir. Ganó largamente ella.



En estas últimas dos semana, volvimos a ver todo el repertorio represivo del año, solo que intensificado. Primero actuó la Gendarmería y otras fuerzas federales, ante la reticencia de Larreta a reprimir para permitir el ajuste a los jubilados, una tarea doblemente impopular para alguien que, como el actual jefe de Gobierno, sueña con ser presidente algún día.

Pero luego de que Gendarmería se cansó de pegar, vino el pase de factura de Macri al jefe de Gobierno y el lunes pasado la Policía de la Ciudad demostró que no tiene nada que envidiarle a las fuerzas federales en brutalidad policial: dejaron a tres personas sin un ojo, pisaron con una moto a un joven cartonero, gasearon el subte, por mencionar solo tres de una colección de barbaridades, que reiteró las detenciones arbitrarias de la marcha del 1 de septiembre por Santiago Maldonado, y la aparición de policías sin identificación, entre otras muchas irregularidades. Así como hubo lesbofobia en la del 8M, acá de volvió a ver la misoginia: “Contame, putita”, le espetó un policía a una de las mujeres detenidas. “Yegua, ahora vas a ver”, le dijo otro uniformado a una mujer mientras la esposaban en el piso y la pateaban.

En la represión del lunes, encima, pesaba una orden de una jueza, Patricia López Vergara, para que la Policía de la Ciudad cumpla con aquellas cosas básicas que figuran en la ley de su creación: a saber, no portar armas de fuego, no estar sin identificación (de civil) y usar la violencia como último recurso. Prácticamente, ninguna de estas directivas que ordenó la magistrada se cumplieron. Para peor: Macri felicitó a la policía y mandó a amenazar a la jueza con el juicio político en el Consejo de la Magistratura porteño. Quizás en el recientemente creado Departamento de Implementación del Lenguaje Claro de ese Consejo puedan aclarar si esto es o no un ataque a la división de poderes.

A todo esto, ya todos se olvidaron de que el primer jefe de la Policía de la Ciudad, José Potocar, terminó preso. Sí, preso. Por presunta corrupción: se lo acusa de haber participado de una asociación ilícita para recaudar dinero de cuidacoches y comercios de distinto tamaño en Saavedra y Núñez a cambio de que no les ocurriera nada a los que pagaban. Para colmo, Larreta lo designó sin pasar por el mecanismo previsto por la ley y usando una cláusula transitoria. Uno podría decir que el costo político para semejante escándalo fue bajo. En cambio, las represiones se empiezan a acumular sobre la espalda del jefe de Gobierno. Habrá que ver si logra frenar a tiempo.

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