DESALOJO DE MANTEROS EN ONCE

Bautismo de fuego

La Policía de la Ciudad tuvo sus primeras dos represiones a menos de dos semanas de haber sido creada. Fueron contra los manteros, un sector especialmente perseguido por el macrismo.

Werner Pertot
La represión con palos y gases lacrimógenos sobre un grupo de manifestantes que incluía niños de dos años y personas en sillas de rueda no parece ser el mejor de los comienzos para la Policía de la Ciudad, que fusionó a la Metropolitana y a la Federal traspasada al Gobierno porteño. El hecho de que fueran manteros no hizo más que enardecer a determinados sectores sociales, pero no cambia la esencia de lo ocurrido: una nueva política hacia los cortes de calle tuvo su bautismo de fuego esta semana. El macrismo promete que se irá endureciendo con el paso del tiempo. El jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta, espera que no le traiga ningún costo político.

Si se repasan las declaraciones de Larreta previas a la represión a los manteros, se puede ver cuál será el eje de la actuación de la Policía de la Ciudad. ¿Qué dijo el jefe de Gobierno? "Una cosa es una manifestación masiva de miles de personas que te cortan la calle, acá, en París, en Nueva York, en cualquier lado. Y otra es el piquete, el corte por el corte mismo, cuando se juntan 20 personas para cortar una calle donde lo único que buscan es cortar. Tenemos que ir reduciendo esos casos”, indicó. Primer dato: habrá una política diferenciada según la masividad de la manifestación. La idea del jefe de Gobierno es comenzar a desalojar los cortes más pequeños y luego ir in crescendo hacia los más grandes. Los que sean realmente masivos no serían objeto del accionar policial.

Una nueva política hacia los cortes de calle tuvo su bautismo de fuego esta semana: la represión a los manteros. El macrismo promete que se irá endureciendo con el paso del tiempo.



"Muchos de esos casos, como cuando son cien personas, lo primero que hay que hacer es no dejar que corten. Hay que hablar con ellos para evitar los cortes. Tiene que haber diálogo y presencia policial. Tenemos que ir reduciendo los cortes equilibrando el derecho a manifestarse con el derecho a transitar", aseguró Larreta, que puso como ejemplo el desalojo sin violencia de un grupo de trabajadores despedidos de Bimbo y otro de vecinos que protestaban en Caballito por un corte de luz. Segundo dato: Larreta no quiere muertos en la represión, algo que podría cargarse su carrera política.No se puede generalizar. Es caso por caso. La legitimidad a manifestar es constitucional, respetando el derecho a circular”, aseguró.

Larreta intentó esquivar la polémica que mantuvo todo el año pasado sotto vocce con la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, y que se zanjó luego de una fuerte presión mediática cuando Macri le ordenó empezar a reprimir los piquetes. "No me gusta eso de la mano dura. La mano justa es hacer lo que dice la ley. Ya no se necesita un protocolo en la Ciudad porque la ley ya dice lo que se puede hacer y lo que no", indicó.

Si nos guiamos por la secuencia de hechos de esta semana, faltó un protocolo que le diga a la policía qué hacer y qué no. En el primer intento de desalojo, los agentes cayeron a las dos de la mañana en Once y desarmaron los puestos en los que trabajaban más de dos mil personas. Para esto, recurrieron a cortar con sierras los candados, desarmar todo, requisar la mercadería y el resto fue a parar a camiones compactadores preparados para la ocasión, como se puede ver en un video que le entregaron a un medio amigo. La idea, según indic an fuentes porteñas, era saturar de policías como ocurrió ya en Avenida Avellaneda y que los manteros debieran desistir e irse.

Se puso en escena una suerte de vandorismo estatal: primero golpear y después negociar.



El problema es que ya habían terminado concentrando allí a manteros de otras zonas de la Ciudad que fueron desalojando. Este es uno de los problemas básicos: para las personas para las que esta es una actividad de subsistencia, no hay posibilidad de irse a hacer otra cosa. Salvo que los funcionarios crean que quienes trabajan en la venta callejera tienen la oportunidad de ser CEOs de alguna empresa, pero la desaprovechan para vivir trabajando a la intemperie.

Cerca de las 9 de la mañana, llegaron los manteros y cortaron primero Pueyrredón y luego también Rivadavia. Allí se puso en escena una suerte de vandorismo estatal: primero golpear y después negociar. La represión pareció desordenada y sólo provocó una situación de mayor violencia. Las imágenes de los seis contenedores incendiados y la humareda que se levantó desde Once parecía indicar más la pérdida del control total que un operativo de desalojo. Se llevaron detenidas a cuatro personas. Según informaron desde la Defensoría General porteña, les iniciaron una causa por daño agravado y resistencia a la autoridad, que estaría floja de pruebas.

En medio del intento de desalojo, se pudo ver la reacción social hacia los trabajadores informales: la imagen de personas desde las ventanas tirándole agua a quienes acababan de perder su (ya precaria) fuente de trabajo nos habla de una anomia social y también del trabajo eficiente que hicieron algunos de los principales medios de comunicación en estigmatizar a estos grupos.

Sin ir muy lejos, en la misma semana hubo una andanada de notas pidiendo más represión para los manteros. Una de ellas se titulaba: “Once concentraba la cuarta parte de la venta ilegal” y sostenía que en diciembre pasado “se movieron 544 millones de pesos”, un dato que si uno busca en la nota no tiene fuente alguna. El tratamiento hacia los manteros se podría resumir en una frase que los pinta como subhumanos: “Los desperdicios, la basura y los roedores eran el registro más fiel de su permanencia 24 horas sobre las veredas de avenida Pueyrredón”. Tratar a las personas que están en el eslabón más bajo de una cadena como desperdicios nos habla de un clima de época, en el cual algunos funcionarios se animan a comparar el acto de despedir con el de defecar.

La problemática de los manteros es compleja y nadie niega que existen organizaciones que explotan personas. Más interesante sería ahondar en esas organizaciones y en el involucramiento de la policía en su existencia. “El fiscal general Luis Cevasco denuncia que es una mafia. La única que puede asegurar su existencia en el territorio es la policía", advertía el defensor general adjunto Luis Duacastella. Para el que quisiera escucharlo, un mantero contaba el primer día de la represión que tenía que pagar 500 pesos por día a los policías como “peaje” para poder trabajar. El periodista Franco Spinetta recordó que a fines del año pasado se procesó a dos comisarios de la séptima (con injerencia en Once) por un aumento inexplicable de su patrimonio. En la causa se investiga el sistema de recaudación que pesaba sobre manteros, comerciantes y vendedores de celulares. También alcanzaba a los “senegaleses, los cocacoleros, los cafeteros, el que vende garrapiñadas”, es decir, a todos los que trabajaban en la calle. También sería interesante, en lugar de cortar el hilo por lo más delgado, buscar los talleres clandestinos a los que hizo alusión el fiscal general y de los que proviene la mercadería. ¿Estamos seguros que sólo los manteros son los que comercializan sus productos?

Los manteros fueron los conejillos de indias de la nueva política de represión de los piquetes de la Policía de la Ciudad. La clase media no parece haberse preocupado demasiado por este cambio. Hasta que le toque a ella.



La CAME, en nombre de los comerciantes que denuncian competencia desleal, fue socia en el operativo de desalojo, pese a que algunos relevamientos indican que podría haber cierta sinergia entre los vendedores. La CAME incluso aceptó pagar un subsidio de 11 mil pesos por dos meses a los manteros que aceptaron censarse y dejar sus puestos. Los que aceptaron el acuerdo con el Gobierno porteño deberán pasar por un “curso de capacitación de técnicas de venta y emprendedurismo” que dictarán profesores del ministerio de Modernización (si de técnicas de venta se trata, es dudoso quién le enseñará a quién) durante dos meses. Se buscará registrarlos en el monotributo social, que abran una caja de ahorro y luego desarrollen la actividad. De todo esto se quedaron afuera, entre otros, los senegaleses que están indocumentados (para entender su realidad, vuelvo a recomendar el informe especial que hicimos en Nueva Ciudad).

La segunda represión a este grupo de los manteros, el viernes, fue en línea con lo que plantea Larreta: los grupos pequeños no tendrán más posibilidad de manifestarse. En este caso, además, eran extranjeros que fueron a ser censados para recibir un subsidio y el Gobierno porteño les cerró la puerta en la cara. “El censo terminó ayer”, fue la respuesta burocrática del Ministerio de Espacio Público.

Además de ser el eslabón más débil de una cadena, los manteros fueron los conejillos de indias de la nueva política de represión de los piquetes de la Policía de la Ciudad. La clase media no parece haberse preocupado demasiado por este cambio. Hasta que le toque a ella.

COMENTARIOS