OPINIÓN

Periodismo de guerra

El periodismo de guerra que menciona Julio Blanck no es una decisión individual, ni siquiera es un estilo de hacer periodismo, sino una estrategia empresarial, y la víctima es el lector.

Sebastián Fernández
“¿Hicimos periodismo de guerra? Sí, y eso es mal periodismo.”
Julio Blanck, editor jefe del diario Clarín, en entrevista publicada en julio 2016.

Hace unos años, en el diario La Nación, el periodista Gabriel Levinas hizo público un plan maquiavélico del por entonces gobierno kirchnerista para dominar al electorado. El plan, que le fue revelado por un informante anónimo, buscaba dividir a la sociedad “entre los domesticados de primera y los de segunda”. Los primeros, las capas medias y altas, serían amedrentados a través de un sofisticado sistema de control: “Denuncias policiales, movimientos de las tarjetas de crédito, las bases de datos de la tarjeta SUBE, los datos biométricos de las fronteras, todos los mails que se puedan conseguir y hackear, y por supuesto, la información de la AFIP”. Las clases bajas, más rudimentarias, serían mantenidas vivas “al menor costo, procurando que la falta de nutrientes siga causando estragos en sus mentes y sólo sobrevivan para las elecciones, en las que indudablemente votarán por el Gobierno”.

Finalmente, el plan falló ya que, según explicó el informante, los qom mostraron una resistencia inusitada que impidió que el mismo avanzara.

Hace unos días, el periodista Nicolás Wiñazki publicó una columna en Clarín en la que denuncia una serie de posibles intimidaciones del ex gobierno kirchnerista hacia políticos opositores. Una de ellas le habría sido informada a la propia víctima, Maria Eugenia Vidal, por su cartero: "Tenés que saberlo. Durante meses hubo gente que me paraba acá cerca (SIC) y me obligaba (SIC) a mostrarles las cartas que llevaban tu nombre: te leyeron todo”. La gobernadora de la provincia de Buenos Aires no supo quiénes estaban detrás del hecho pero, según el periodista, "intuye que en esta trama estuvieron involucrados los más poderosos funcionarios del Estado K, reconstruyó Clarín en base a fuentes oficiales."

No nos queda claro qué reconstruyó Clarín, pero imaginamos a "los más poderosos funcionarios K" esperando al cartero en la esquina, con una pava para despegar los sobres con vapor y una lata de engrudo para volverlos a pegar, y sentimos escalofríos. Gracias a esa hábil aunque deleznable maniobra, esos poderosos funcionarios pudieron averiguar que Vidal recibía la revista de Cablevisión, las facturas de luz y gas, promociones del ACA y los resúmenes del banco.

Lo más asombroso es que, de ser cierta la denuncia, significa que el cartero se autoinculpó del delito de apoderamiento ilegítimo de correspondencia, además de asociación ilícita. Temo que algún fiscal actúe de oficio.

En el futuro, algún investigador será víctima del asombro al conocer, a través de la lectura de nuestra prensa seria, que el gobierno kirchnerista tenía un sistema de espionaje centralizado y de una sofisticación digna de la CIA, que consolidaba datos de la tarjeta SUBE, de los bancos, de la AFIP, de la Policía Federal e incluso que rastreaba los mails de la ciudadanía; pero que, a la vez, inspirado por el Graham Greene de “Nuestro hombre en La Habana”, persistía en leer cartas que ya nadie escribía.

El periodismo de guerra que menciona Julio Blanck no es una decisión individual, ni siquiera es un estilo de hacer periodismo, sino una estrategia empresarial. Si el gobierno de CFK hubiese acordado con el Grupo Clarín, como lo hicieron todos sus predecesores, es posible que sólo encontráramos estas operaciones perezosas en portales de supuestos espías retirados.

De lo que no cabe duda alguna es que la primera víctima del periodismo de guerra es el lector.

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