ELECCIONES 2015

Nos merecemos más

Estamos viviendo momentos desopilantes de una campaña presidencial caracterizada por la pobreza de propuestas y la abundancia de sentimientos incandescentes.

Rafael Gentili
Estamos viviendo momentos desopilantes de una campaña presidencial caracterizada por la pobreza de propuestas y la abundancia de sentimientos incandescentes. El último de ellos fue el anuncio de Francisco de Narváez de que va a votar a Daniel Scioli, a quien denostaba hasta ayer nomás. Es probable que mucho kirchnerista de buena fe (y no tanto) se le haya fruncido el entrecejo con ese anuncio y su disimulada celebración en tiendas sciolistas. Como sea, lo que es seguro es que Scioli no está pensando reforzar su caudal electoral con los votos progresistas, lo cual es coherente con su trayectoria. Para los que profesamos una fe de izquierda democrática y laica es una buena noticia ya que nos libera de la incomodidad de tener que rechazar los intentos de seducción que pudieran venir de esa tienda de campaña. Nuestro proyecto no lo merece.

Agotada la paleta de sentimientos con que Jaime Duran Barba les deja expresar sus modestas utopías, desde la tienda macrista y aledaños, están dedicando las últimas horas en denigrar al votante que opta por una opción que no sea la suya ni la oficialista, particularmente a los que vamos a votar por Margarita Stolbizer. Paradójicamente quienes suelen escandalizarse y despotricar contra el autoritarismo de los demás, ejercen a rienda suelta su autoritarismo combativo, cumpliendo así la máxima de ver en el otro defectos propios.

Votar es, aun con todos los matices del mundo, expresar una preferencia ideológica y por lo tanto, para todo sistema democrático es saludable que sus ciudadanos tengan opciones de lo más variadas para elegir, aun cuando expresen opiniones minoritarias de la población. Máxime en un sistema de doble vuelta donde además del presidente se eligen representantes al Congreso Nacional, gobernadores, intendentes y representantes en las legislaturas distritales y municipales, para los que no hay doble vuelta.

En una sociedad plural y diversa, como lo es hoy la argentina, lo más lógico -y saludable- sería que el balotaje fuera la norma y no la excepción. De hecho, sacando los casos en que estuvo en juego la reelección del presidente en ejercicio (Carlos Menem en 1995 y Cristina Fernández de Kirchner en 2011), en ningún otro caso el ganador superó el 50% de los votos, con lo cual en un sistema puro de balotaje (como el que tenemos en la Ciudad de Buenos Aires para la elección de Jefe de Gobierno), en todos esos casos hubiera habido doble vuelta. Si no la hubo fue por el particular sistema de -no- mayoría que estipula nuestra Constitución.

Por otra parte, las PASO ya generan un primer nivel de agregación de voluntades y propuestas, que hace que lleguemos a la primera vuelta de la elección con la cancha más despejada. Por lo tanto, si hubiera balotaje los candidatos que lleguen a esa instancia tendrán que seguir esforzándose para sumar más voluntades a favor de su propuesta. Nada trágico, simplemente el saludable juego democrático en una sociedad pluralista y diversa.

Votar es, aun con todos los matices del mundo, expresar una preferencia ideológica y por lo tanto, para todo sistema democrático es saludable que sus ciudadanos tengan opciones de lo más variadas para elegir, aun cuando expresen opiniones minoritarias de la población.


Hay quienes creen que el país se juega su destino en esta elección y que la opción es entre mafiosidad (expresada en el Frente Para la Victoria) y República (expresada en Cambiemos). No compartimos esta visión. En el país preponderan los grises. Los buenos y los malos (si es que así se puede leer la política) están en todos lados, incluso en las opciones de izquierda o testimoniales. Cambiemos es una opción para cambiar las apariencias no la sustancia de lo que anda mal en el país. O, lo que es peor, para revertir el camino de recuperación del rol del Estado que con mucho esfuerzo se ha comenzado a transitar desde 2002 hasta acá. Por eso no puede presentar sus propuestas verdaderas y recurre a la versión siglo XXI de la “Revolución productiva” que prometía Menem en 1989.

Votar por el menos malo no es una opción, al menos no en esta instancia de primera vuelta. Si queremos que nuestros dirigentes sean mejores debemos empezar por ser más exigentes con nosotros mismos. “Acabar con el kirchnerismo” como argumento para votar a Mauricio Macri es una motivación muy liviana que empobrece el debate de ideas y de propuestas sobre lo que hay que hacer en este país. Y es un pasaporte falso a una Argentina mejor. Es como si nos hubiéramos tragado la trampa dicotómica de “6-7-8”. A veces, tengo la sensación de que si viviéramos más desenchufados de la espuma y nos concentráramos en los hechos relevantes de la realidad nacional nuestros espíritus enfrentarían esta encrucijada electoral como mayor sosiego y libres de extorsiones auto impuestas. Nos merecemos más. 

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