MÁS DEMANDA EN LOS COMEDORES

"Las viandas que nos llegan no aumentaron, pero sí las personas que vienen"

Alrededor de 500 personas cenan todas las noches en el comedor María Mazzarello, en Almagro. Funciona hace más de 40 años y en los últimos meses recibe cada vez más gente. “No importa ni dónde, ni cómo, ni por qué venís: las puertas están abiertas para todos”.

Giuliana Fernández
 El comedor María Mazzarello está en el corazón del barrio porteño de Almagro, en la esquina de Quintino Bocayuva y Don Bosco. Funciona hace más de 40 años y hoy está a cargo de Cristian, un hombre de 43 que, según admite, encontró su lugar en el mundo con los que no tienen ni para una cena caliente en invierno. En su mesa, cada noche, hay que llenar cerca de 500 platos.

“Es un comedor diferente. No importa ni dónde, ni cómo, ni por qué venís: las puertas están abiertas para todos. Además, desde que cambiamos la comida es el paraíso, todos los días se cocina”, explica Cristian, que logró llenar los platos no sólo con polenta o arroz, sino también con carnes y verduras. Un grito de fondo lo confirma: “Hay milanesas con puré, están riquísimas. ¿Querés?”.

El comedor depende de un programa del Gobierno de la Ciudad que le otorga viandas, pero son las mismas cantidades que el año anterior y ya no les alcanza. Viven con las donaciones y todo lo que consigan día a día para no dejar a ninguno sin su plato de comida. “Las viandas que nos llegan no aumentaron, pero sí las personas que vienen. Trato de pensar en los 500, en donde hay 300 familias”, dice Cristian.

Muchos llegaron desde distintos puntos del Conurbano. Como Juan, de 21 años, que hace unos meses se quedó sin trabajo en Lomas de Zamora y llegó a la Ciudad a “cirujear”. “Después, vendo en la feria cerca de La Salada. Venía hace dos años pero ahora me quedé sin laburo. Trabajaba en la construcción y me dijeron que me iban a llamar. Veremos”, expresa. A contramano de los prejuicios, él no reclama un plan: quiere trabajar. “Hay que esforzarse, si no te quedás afuera”.

En la fila, a la espera de la comida, también están Tomás -de 18 años- y Ángel -de 16-. Los dos de Villa Fiorito, los dos cartoneros. Trabajan para la Cooperativa Amanecer de los Cartoneros y vienen de lunes a viernes a Capital Federal. Un colectivo los busca por su zona y se vienen a juntar cartones. De eso que recolectan, obtienen alrededor de $100 por carro. No les alcanza para mucho, pero “es más seguro” porque en definitiva tienen un sueldo fijo. Sin embargo, se quejan por el peligro que implica abrir las bolsas de basura. Porque pese a lo masificado que está el trabajo de los cartoneros, todavía los vidrios -entre otras cosas- se tiran sin protección.

Otro comensal se suma a la charla. Es más grande que Tomás y Ángel y carga una historia que se remonta a 2001. Desde entonces, sabe lo que es tener que salir a la calle, que los consumos se ajusten hasta lo mínimo para subsistir. Hoy, mientras espera su plato en el comedor, se pregunta: “¿Cuánto está un kilo de pan hoy? ¿Y la leche? Con un día acá te alcanza para eso y algo más”.


Pese a los análisis de la gestión de Cambiemos respecto a la baja de la inflación y a una posible reactivación de la economía, en los sectores más bajos esto no parece representarse y las dificultades para llegar a fin de mes se acrecientan. Eduardo es contemporáneo de Cristian, el director del comedor. Antes iba a pedir comida, ahora asiste todos los días para ayudar: “Yo estaba en la calle, me dieron una mano, vi el amor que tenían, empecé a venir y me enganché como voluntario. Cristian te da todo, no puedo dejar de venir, es mi familia”.

Aunque ya no está en la calle, su situación sigue siendo crítica. “Vivo en una pensión, me dan guita de la Ciudad pero no me alcanza. La habitación me sale $3800 y el Gobierno me da $1800 ¿Adónde voy con eso? A la villa. Si agarrás esa junta, no salís más”, asegura. “Me crié en la calle, yo era cartonero, nací en el 73 y desde que nací estuve en la calle. Es difícil, ves de todo y decís: ‘¡Mierda!’”, dice al repasar su historia. Cuando habla de la dirigencia política la indignación sube: “Ves que el Gobierno le da plata al Papa, ¿por qué no la deja acá? ¡Ladrones finos de guante blanco!”, grita. Sin embargo, mantiene la esperanza de que le pasen “cosas buenas”.

Son muchos los voluntarios que colaboran todos los días en el comedor María Mazzarello. Pueden llegar a ser diez y nunca hay menos de cuatro. Tomás, el “pendejo”, tiene 17 años y recuerda que cuando era más chico asistía al comedor para no pasar hambre. No sabe por qué su familia llegó a eso, pero sí sabe que en su casa no tenían un plato para darle. Hoy lo tienen, por eso él decidió seguir asistiendo, pero ahora para colaborar.

De repente, se escucha un grito. Es Caya, la cocinera, pidiendo colaboración, aunque lo cierto es que no le gusta que se metan demasiado en su tarea. Ella trabaja como voluntaria desde hace 15 años. Sin describir los procesos históricos, los cambios de presidentes y las devaluaciones, recuerda que en 2002 vinieron como 400 personas pero que antes iban menos. “De 100 que teníamos empezó a subir. Después volvió a bajar -compara- y ahora tenemos anotados como 500, pero vienen 400”.

Además de dar alimentos, en el comedor se festejan los cumpleaños, el Día del Niño y Navidad. También se entrega ropa. Especialmente, necesitan vestimenta de hombre. “El descarte viene para acá, pero necesitamos ropa que esté en condiciones. Es que un flaco puede estar en la calle, pero bien vestido sale para adelante”, destaca Cristian. “La ropa dignifica. En Navidad hacemos plan canje de zapatillas: traés las tuyas viejas y te llevás unas nuevas”. En ese marco, recuerda que a un hombre le dieron un traje y se desmayó, así, de una. No lo podía creer. A Cristian se le llenan los ojos de lágrimas.

María Mazzarello, un comedor en uno de los históricos barrios de la Ciudad más rica de la Argentina. Un lugar en donde las necesidades aumentan, pero que, además, para muchos es su lugar en el mundo. Un sitio en donde no importa el dónde, el cómo ni el por qué. Todos son bienvenidos.

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