COMUNA 4

Treinta artistas plásticos se instalaron en un edificio de Barracas

Un edificio de 60.000 metros cuadrados en el barrio de Barracas fue colonizado por artistas, que encontraron allí nuevos hábitos de trabajo y una vida comunitaria.


El edificio Central Park, California 2000, en el barrio de Barracas, es una gran manzana multicolor donde trabajan 30 artistas, en 60.000 metros cuadrados donde antaño fue la imprenta Fabril Financiera y hoy se acomodan escultores, pintores y afines, en su sector más rústico, donde antes estaban las calderas.
 
“Es la vecindad del Chavo”, como lo llaman en confianza a Gustavo Fernández, segunda generación de mecenas que da abrigo al talento local. Su padre, Bernardo, fue quien abrió las puertas a Pérez Celis, y éste le devolvió la gentileza con un diseño para la mole de hormigón que se volvió ícono en el barrio. Entre 130 oficinas y depósitos de empresas, artistas de varias generaciones conviven y se acompañan.
 
En el espacio central, los visitantes se pueden encontrar con una muestra de los Splash in Vitro, Ernesto Arellano y Manuel Ameztoy, que llegaron hace pocos meses: "Necesitábamos un lugar para guardar la muestra “Yeso” y hablamos con Gustavo. Nos dio uno, y nos fuimos quedando acá. Nos hicimos amigos de la casa", cuentan a La Nación.
 
Ahora ocupan una sala de exposición en la terraza, montaron una instalación en una de las salas principales y trabajan con los otros dos artistas del estudio, Luis Rodríguez e Iván Enquín, en un galpón del primer piso. "A veces todos trabajamos en la obra de uno, y después cada cual trabaja en lo suyo. Es muy fluido", dice Arellano. "Es bueno conocer la obra de los demás. El año pasado, cuando se hizo un simulacro de incendio, tomamos conciencia de dónde estamos: éramos miles en la calle", dice Ameztoy a La Nación.
 
Hace cinco años, Marino Santa María llegó a este lugar para separar su obra en dos talleres: en el de siempre, en la calle Lanín, sigue pintando. Pero en Central Park encontró el espacio para hacer los murales de mosaico que dan vida a varias estaciones de subte, como el de 470 metros cuadrados de la línea H. "Me halaga pertenecer a este grupo. No abundan los mecenas que permitan la vida en comunidad."
 
"El intercambio con artistas jóvenes te mantiene vivo", añade Santa María, que sin embargo se entiende muy bien con su contemporáneo Horacio Sánchez Fantino: comparten mates o cafés, pasillo de por medio. A Sánchez Fantino también lo trajo un mural. "En 2012 quería hacer uno de 9,5 x 4 metros para la Villa 21 con latitas de bebidas recicladas que compraba a cooperativas. En mi taller no podía, y Gustavo me encontró un lugar. Y me quedé. Éste es un espacio único. Todo te incita a trabajar."
 
"Este edificio es muy cómodo. Paso diez horas por día. Te malcrían y entienden las fobias de los pintores", dice Eduardo Hoffmann a La Nación, "Yo trabajo con el taller abierto pero a veces lo cierro: es como hacer el amor con la puerta abierta. ¿Hasta qué punto se puede ser interrumpido y no morir en el intento?". Hay besos y abrazos con los colegas en los cruces de la mañana o de la tarde. Es feliz con sus metros de taller caótico, donde despliega obras enormes.
 
Eugenio Cuttica cuenta que "me llevo muy bien con casi todos los artistas, aunque obviamente hay competencia, que entre artistas se acentúa y puede llegar a niveles insanos. Trato de no competir sino de colaborar, para beneficio de todos. La visita a la cocina del artista establece un contacto mucho más real con el público". 
 
El más reciente ocupante es Emilio Fatuzzo, "En los pasillos te encontrás con colegas limpiando pinceles como Daniel Corvino; le mostré un cuadro y me dio un consejo. Soy una esponja", dice Fatuzzo a La Nación. Coincide con Sara Stewart Brown, que llegó hace tres años, y divide sus días entre Central Park y su tienda Punto Kiwi: "Para mí, que empecé en las artes visuales hace relativamente poco, estar con gente de la talla de Cuttica, Hoffmann, Antonio Seguí... es un honor".
 
"Es otro mundo, te olvidás de la ciudad. Tienen mucha paz", cuenta Corvino, que comparte atelier con su mujer, Amalia Bonholzer. También tienen sus factorías Marcos López, Mónica Van Asperen, Ana Candioti, Monique Rozanez, Carlos Gómez Centurión, Hernán Dompé, Juan Lecuona, Jorge Roiger, Eliana Aromando, Milo Lockett y otros.
 
"Estamos muy orgullosos; cada vez se suman más artistas", dice Fernández a La Nación. En las áreas comunes hay piezas de arte de la colección familiar, que son retribuciones de los artistas, en su mayoría. 


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