ATENTADOS EN PARIS

Douce France

El apoyo de Francia a la catastrófica política norteamericana en Medio Oriente -que eliminó demonios como Sadam Husein, Gadafi o Bashar Al-Asad y los reemplazó por calamidades como ISIS o el Estado Islámico- agregó esa mecha: le dio una causa.

Sebastián Fernández
"Los poderes públicos mostraron energía. Se hicieron nuevas prisiones. Millares de mandamientos judiciales fueron lanzados contra los sospechosos."
La isla de los pingüinos / Anatole France / 1907



A mediados de los 80, Rachid Taha, cantante argelino que a los diez años emigró con sus padres a Francia, lanzó una versión exitosa del clásico de Charles Trenet “Douce France”, mezclando ritmos de rock y de raï. En medio del ascenso del fascista Frente Nacional -que ya entonces denunciaba a la inmigración árabe como la causa de todos los males- fue una manera de reivindicar con humor sus raíces francesas. Para finales de los 90, Taha volvió a utilizar la misma metodología pero esta vez con hits del cancionero árabe, entre los cuales se encontraba “Ya Rayah”, un alegato contra la emigración.

Sin querer, la evolución artística de Taha –un ferviente admirador de The Clash- ilustra bien el cambio de paradigma ocurrido en Francia en los últimos 30 años, dando cuenta de la nostalgia de una edad de oro francesa hasta la vuelta a las raíces árabes.

En 2005, a partir de la muerte de dos jóvenes de origen árabe que escapaban de la policía en los alrededores de París, Francia conoció unas de las peores revueltas de su historia. Durante casi un mes y en varias comunas, los jóvenes se enfrentaron con las fuerzas de seguridad incendiando patrulleros, escuelas, comisarías o cualquier edificio que detectaran como público. Hubo miles de arrestos y varios muertos. Las protestas no tuvieron líderes ni consignas claras. Tampoco hubieron proclamas religiosas ni políticas. El común denominador fue la juventud- mayoritariamente hijos de inmigrantes árabes y africanos- el desaliento y la pertenencia a zonas con altos índices de desempleo y graves problemas de inseguridad.

Paradójicamente, y pese a la destrucción que generaron, las revueltas no fueron antisistema. Los jóvenes que tiraban cócteles Molotov no soñaban con volver al país de sus padres ni buscaban cambiar el sistema político o implantar la Sharia, la ley islámica. Lo que pedían era exactamente lo contrario: entrar al sistema. Tener un trabajo fijo, una vivienda propia, un futuro un poco mejor al de sus padres. Ir a una discoteca o a una entrevista laboral sin ser discriminados por árabes o negros.

Todos esos jóvenes pasaron por la escuela pública francesa, que durante generaciones fue un sistema eficaz para asimilar a hijos de polacos, italianos, españoles o portugueses y transformarlos en fanáticos de Astérix, el héroe francés por antonomasia, creado justamente por el hijo de un inmigrante. Sin embargo, el drama con los hijos de la inmigración árabe es que, al salir de esa fábrica de ciudadanía llamada escuela, se toparon con otras instituciones que no funcionan con la misma eficacia a la hora de “consolidarlos” como franceses. Ahmed -hijo de trabajadores argelinos- y su compañero de escuela Manuel -hijo de un obrero español- no viven en la misma Francia, a pesar de ser franceses.

Ahmed (como muchos franceses de origen árabe) es rechazado por la policía, los patovicas de las discotecas y los eventuales empleadores. Es empujado al ghetto al tiempo que sufre la paradoja de ser denunciado por no “integrarse”.

Una “bomba” social en formación, a la que sólo le faltaba una mecha.

El apoyo de Francia a la catastrófica política norteamericana en Medio Oriente -que eliminó demonios como Sadam Husein, Gadafi o Bashar Al-Asad y los reemplazó por calamidades como ISIS o el Estado Islámico- agregó esa mecha: le dio una causa.

Hace 15 años que la Guerra contra el Terror lanzada por George W. Bush luego de los atentados a las Torres Gemelas está a un nuevo ataque de ganar la partida. Siempre estamos a un demonio de la paz y a un bombardeo de la seguridad. Mientras tanto, sólo logramos empeorar en ambos campos.

Quienes mataron a los dibujantes de Charlie Hebdo o a las 150 personas en París el viernes pasado no eran asesinos por naturaleza. Tampoco son parte del conflicto entre el Bien y el Mal del que nos hablaba Donald Rumsfeld en los albores de esa guerra que tanto ayudó a construir, sino entre halcones y palomas. Y desde al menos el 2001, los halcones como Rumsfeld, Abu Bakr al-Baghdadi (el nuevo líder del Estado Islámico) o quienes operan para seguir aumentando el gasto de defensa por sobre el gasto social vienen ganando la partida.

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