César Lerner: “para sobrevivir en nosotros la música klezmer merecía una transformación”

Por Sebastián Scigliano

Junto con Marcelo Moguilevsky, han logrado darle a la música de tradición judía un sonido contemporáneo a la vez que respetuoso, que conecta tanto con el placer por escuchar como con eso extraño que sucede cuando se está frente a un acontecimiento ancestral, lleno de resonancias entrañables. César Lerner no sólo es perfectamente consciente de eso, sino que además procura que suceda cada vez que sube a un escenario. Prensentan "La experiencia Klezmer" este viernes y sábado, a las 21, en Café Vinilo.

Si tuvieras que explicarle a alguien qué es el klezmer, ¿qué le dirías?

De la manera más directa, es la música que yo escuchaba cuando era pibe, en las fiestas judías y que despertaba la euforia general para salir a bailar. Esos eran los últimos años en los que todavía, en las fiestas de la comunidad, había grandes orquestas. Esa es la explicación más visceral. Hay otra más histórica, según la cual la música klezmer es la música que proviene de una corriente religiosa, el jasidismo, que apareció en el siglo XVII en las aldeas judías, que era una corriente religiosa que conectaba con la divinidad a través del baile y del vino. Era una música absolutamente religiosa, que ya después en el siglo XIX, en las aldeas de Europa centro oriental se transformó en una música no sólo religiosa, sino también secular, es decir, que acompañaba al pueblo judío en las muertes, en las fiestas, en los nacimientos, en las alegrías y en las tristezas. En esa época el pueblo judío ya tenía éxodos y entonces se tocaba con instrumentos rodantes. De ahí que a veces se relaciona al judío con el gitano, porque había cierta gitanidad en el judaísmo por tener que escapar de una ciudad a la otra por los pogroms.

¿Cómo es recrear ahora esa música identificada tanto con tu infancia?

Hay como un instinto de sobrevivencia mío para con esa música, para con ese legado, que se relaciona con algo de toda la tradición y la cultura judía, que supo sobrevivir a persecuciones, al hecho de tener y no tener una tierra. En mi caso, cuando me junté con Marcelo Moguilevsky hace treinta años, tomamos esa música y, despuès de un tiempo de hacerla respetuosamente, como era, como la habíamos escuchado, y porque también teníamos que trabajar con eso, hubo un momento en el que sentimos que esa música, para sobrevivir en nosotros, merecía una transformación.

¿Cómo piensan esa tradición desde la innovación y desde la investigación, que es algo que los dos también hacen muy intensamente?

Tiene que ver con esa necesidad de que para que eso siga vivo en nosotros no solo había que repetirlo, sino que, al elegirlo, tenía que pasar por todo lo que hemos vivido y escuchado, desde Stravinsky y Bartok hasta Ray Charles y Egberto Gismonti. Teníamos que hacer que esa música heredada no muera en nosotros en una mera repetición, cosa que hacen muchos otros artistas en el mundo y que es valiosísimo, pero parece ser que no es la forma que tenía de seguir viva en nosotros. Igualmente, es delicado, porque en un momento en el que hay tanta fusión, yo no me referiría a nuestro proceso de esa manera, porque no creo que sea juntar una cosa con otra, sino que es un proceso de exorcisación de un legado para que siga con vida.

¿Qué significa el legado para los judíos? Uno tiene la sensación de que, aun sin proponérselo y sin ser necesariamente observantes de la religión o las costumbres, todos los judíos “son judíos” en algún momento de su vida.

No es algo que yo tuve que elegir, sino que es por fuerza mayor, no hay elección. Es un sentimiento enorme que, por supuesto, en cada judío se filtra qué sigue y qué no sigue. Hay gente que solo conserva el recuerdo del plato de comida de la abuela, que es una forma muy habitual en la que la tradición sigue. En mi caso, hay una cosa cultural, no religiosa, porque no soy observante, y necesito cada vez más para proyectarme a futuro, y a los cincuenta y pico, entender qué me pasó en el pasado. Es la clásica imagen del árbol que tiene raíces, y crece para abajo y para arriba al mismo tiempo. Hay una cuestión identitaria que es la que me permite a mí proyectarme. Hay judíos observante, hay judíos que atesoraron la cultura, el pensamiento, la filosofía, como diría Borges, ¿quiénes son los judíos? Todos lo somos.

El espectáculo que presentan se llama “La experiencia klezmer”. ¿Tiene ese nombre algo que ver con esto que contás?

La experiencia tiene que ver con todos estos años de subir al escenario y reinventarse, porque yo no re invento el klezmer cuando subo; yo me re invento a mí mismo. Y esperamos que la gente también pueda transformarse en un concierto. Me consta que a la gente le pasa lo mismo que nos pasa a nosotros como artistas. La experiencia del klezmer es un concierto del que no salís como entrás, pasás por algún lugar que te toca, y no porque seas judío. Es sabido que hay patrimonios ètnicos y tradiciones que no te tocan porque vos sos parte, sino porque hay algo de esa singularidad que lo hace universal.

Es lo que pasa con algunas manifestaciones artísticas, que aun sin pertenecer al universo cultural en el que se crearon, es posible reconocer en ellas una cantidad de elementos entrañables que hace que se vuelva, sin saber por qué, conmovedora.

Hay dos cosas claves en eso. el hecho de no saber por qué y el hecho de que son cosas entrañables. Cuando alguien se pone en contacto con lo entrañable, en cualquiera de las infinitas formas en las que en el cotidiano se presenta, uno sabe bien por qué le pasa algo del orden de lo extraordinario. Y no hablo de algo que rotule la experiencia extraordinaria, sino de algo que conecta con algo con lo que generalmente no puede conectar.

Y es imposible describir qué es lo que está pasando, pero es muy fácil de reconocer cuando pasa.

Y es una cosa maravillosa que todavía nos pase eso.

¿Cómo fue el viaje a Israel, acompañando la gira del Papa?

Lo más maravilloso fue estar el Jerusalem, que es la reunión de muchas tradiciones que, aparentemente, son muchas, porque en realidad es una. Lamentablemente, eso es difícil de ver ahora. Jerusalem es un misterio, y tambièn fue un misterio conocer a Jaime Torres y tocar con él en un mismo escenario, porque eso demuestra que los límites en la música son más mentales que de otra índole. Fue una experiencia en el mejor de los sentidos religiosa, por el hecho de re - ligar lo que a veces se separa.


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