OPINIÓN

Los faraones y los otros

Como los antiguos faraones, nuestro establishment ha conseguido imponer dos religiones: la suya, que establece la necesidad de ventajas inmediatas a cambio de promesas de inversiones, y la otra, para las clases media y baja, que estipula la virtud de los sacrificios inmediatos para, tal vez, obtener algún beneficio en un futuro incierto.

Sebastián Fernández

A fines del siglo XVII, cuando estaba terminando el colegio secundario, tuve un profesor un poco excéntrico y muy querido. Se llamaba Pancho Azamor y enseñaba Historia del Arte de una manera muy personal. Recuerdo que el primer trabajo práctico consistió en hacernos escribir en una hoja “en el arte no hay progreso” y pedirnos que la pegáramos frente a nuestra cama, con la obligación de leerla cada mañana. Cuando estudiamos el antiguo Egipto nos enseñó que había dos religiones: la de los Faraones y la del pueblo. La religión de los gobernantes estipulaba que la vida continuaba después de la muerte y que no difería demasiado de la de este mundo: la riqueza y la opulencia seguirían así para siempre. La religión de los gobernados, al contrario, establecía que la vida después de la muerte no era de continuidad sino de ruptura. Quienes hubieran sufrido en este valle de lágrimas recibirían su recompensa en el más allá. “Es razonable”, explicaba Azamor, “mirá si los pobres tipos que se la pasaban arrastrando piedras para construir las pirámides iban a creer en una religión que los condenara a ser esclavos por la eternidad. Necesitaban un sueño diferente”. 

La semana pasada, consultada entre otras cosas sobre la fuerte caída del consumo de leche, Gabriela Michetti explicó con su habitual oratoria laberíntica: “Yo creo que la calidad de vida no solo tiene que ver con el consumo, porque… A ver, lo que yo llamo raíces para el crecimiento y el desarrollo, estoy hablando de un modelo también de crecimiento para las familias que tiene alguna diferencia con solo consumir los famosos bienes no durables”. También explicó que el gobierno busca incentivar “un poder adquisitivo que no vaya solo a ese tipo de productos, sino que esos productos se puedan, en todo caso, como hacen muchos países, exportar” y sostuvo que el poder adquisitivo de las familias debe dejar de gastarse “en cosas superficiales” para pasar a “ser un consumo que tenga que ver con la inversión en una casa”.

Si entendemos bien a nuestra vicepresidenta, el primer paso para que una familia pueda adquirir una casa consiste en que tenga menos recursos para la compra de productos básicos (y que, de paso, se pueden exportar). Quién sabe, tal vez Franco Macri, Gregorio Pérez Companc o Eduardo Costantini se hayan hecho millonarios apenas dejaron de poder comprarle leche a sus hijos.

En el mismo momento en el que Michetti explicaba las claves del desarrollo y del bienestar de las mayorías, el ineludible Javier González Fraga, opinó por su lado que "muchas veces hay que sacrificar conquistas laborales para crecer". Al parecer, para el presidente del Banco Nación, sin el aguinaldo, las vacaciones pagas, la jornada de 8 horas, la licencia por maternidad, las paritarias y quién sabe cuantas conquistas más, hoy seríamos Alemania.

Ocurre que para el pensamiento reaccionario siempre estamos a una pérdida de derechos del Paraíso. El problema es cuando no sólo escuchamos ese pensamiento sino que también lo creemos. Hace unos días, un amigo tuvo una larga charla con una chofer de Uber. Ella le contó que había tenido que cerrar la mercería que había adquirido hacía más de 10 años y que su marido había perdido su trabajo al quebrar la pyme en la que era gerente. Ambos habían votado a Macri y no lo lamentaban. “Es duro pero es el único camino. Lo de antes era irreal, era insostenible”, le comentó antes de dejarlo en su casa.

Como los antiguos faraones, nuestro establishment ha conseguido imponer dos religiones: la suya, que establece la necesidad de ventajas inmediatas a cambio de promesas de inversiones, y la otra, para las clases media y baja, que estipula la virtud de los sacrificios inmediatos para, tal vez, obtener algún beneficio en un futuro incierto. El mayor éxito de esas religiones consiste en haber convencido a muchos integrantes de las clases menos favorecidas que mejorar su presente es un proyecto insostenible que a largo plazo los llevaría a la ruina mientras que el incremento inmediato de la prosperidad de los más ricos es la clave del desarrollo.

Los famosos presentes calamitosos como garantía de futuros venturosos.  

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