OPINAR EN TWITTER

Hastío de redes

Opinar se ha vuelto, en muchos casos, una actividad de riesgo. ero igual la nueva onda es que te juzgan no solo por lo que decís sino también por tus silencios. Lo que fue un ámbito de intercambio rico, se convirtió en un lugar espantoso.

Mariano Heller
Me resulta difícil escribir en estos días. Hay muchos temas dando vueltas, algunos muy polémicos, otros un poco menos, pero opinar se ha vuelto en muchos casos una actividad de riesgo y les contaré lo que me viene pasando con el tema.

Suelo hablar sobre muchas de las cosas que suceden. A veces lo hago sabiendo bastante de lo que hablo, a veces sabiendo un poco y otras veces tocando totalmente de oído. No tengo claro si está bien, si está mal, si da lo mismo. Pero en principio me parece sano que los ciudadanos opinemos, nos expresemos sobre las cosas que pasan.

Está claro que cada uno puede tomar tu opinión como válida, inválida, inteligente, pelotuda, pero si sólo pudieran opinar los expertos en los distintos temas, creo que viviríamos rodeados de un elitismo bastante poco democrático. 

No soy famoso, no suelo salir en la radio o en la televisión, no escribo para medios de comunicación masivos, entonces mis opiniones suelo vertirlas en las redes sociales, principalmente en Twitter donde tengo una audiencia que, aunque pequeña, a veces se muestra interesada por lo que tengo para decir.

Lo que durante bastante tiempo fue un ámbito de intercambio muchas veces interesante y rico se convirtió en un lugar espantoso.



Me viene sucediendo que cada vez tengo menos ganas de opinar, de interactuar, de compartir mis ideas. De a poco las redes sociales se han convertido en ámbitos donde nos dedicamos, me incluyo porque sé que a veces caigo en eso, a juzgar al prójimo en forma terminante por cualquier cosa que diga con la que no estamos de acuerdo, por si habla o interactúa con uno u otro que nos cae mal o que nos parece una porquería, por la falta de esa abusiva corrección política que parece que estos tiempos requieren para para pasar el desafío de la blancura de las opiniones aceptables.

Esta ausencia de ganas muchas veces se traduce en autocensura. Me encuentro, cada vez más seguido, pensando para qué voy a decir tal o cual cosa si me van a saltar a la yugular, para qué me voy a meter en este tema que es demasiado polémico y la mitad de la gente que no tiene ni puta idea de quien soy me va a empezar a agredir gratuitamente.

Leo lo que vengo escribiendo y suena medio de cagón lo que digo. No soy de los que le huyen a los debates. Suelo debatir con cualquiera sobre casi cualquier cosa. Lo que no me banco es la falta de respeto, el juicio automático, la calificación instantánea, esa lógica que utilizan algunos para definir livianamente que si hablas con tal o cual persona sos igual a ella. Ese juicio constante es sumamente cansador, desgastante. Te saca las ganas de decir lo que pensás. Pero igual la nueva onda es que te juzgan no solo por lo que decís sino también por tus silencios, como si fueras un funcionario elegido por el pueblo que tiene que opinar de todo y ese fuera tu trabajo. Una genialidad. 

Quiero hablar de lo que tengo ganas cuando tengo ganas sin que venga algún o alguna idiota a exigir mis opiniones como si yo estuviera obligado a expresarme sobre los temas que a esa persona se le antojen y no sobre los que a mi se me canten. Y créanme que me pasa seguido. Viene algún poca vida a decirme “che no te leí opinar sobre tal o cual cosa” ¿Y? ¿Dónde firmé el contrato que dice que tengo que emitir juicio sobre el tema que a vos se te antoja? 

Quiero que la policía de las redes sociales se deje de romperme las pelotas si se me ocurre un día decir que estoy hecho concha por algo, diciéndome que estoy denostando al órgano sexual femenino.



Quiero que la policía de las redes sociales se deje de romperme las pelotas si se me ocurre un día decir que estoy hecho concha por algo diciéndome que estoy denostando al órgano sexual femenino.

Quiero dejar de encontrarme permanentemente con inútiles e idiotas supinos que no hicieron nada en su puta vida, pero que para críticar lo que hacen otros están siempre en primera fila.

Quiero decir lo que se me cante sin tener que pensar y repensar cada palabra para evitar que alguien decida explicarme que soy un sorete porque no pienso igual que ella/él. 

Quiero que, mientras digo algo, no tenga una runfla de seres sin vida diciéndome que tengo una agenda oculta o que lo que opino le hace el juego a alguien que no le cae simpático.

Quiero dejar de sentir que entro a Twitter a ver qué está pasando y me encuentro con una cloaca llena de gente juzgando a otra gente. Sin sentido del humor, con el detector de ironías apagado. Gente llena de odio y resentimiento. 

En definitiva creo que lo que quiero es cerrar todas las cuentas de redes sociales que tengo, porque lo que durante bastante tiempo fue un ámbito de intercambio muchas veces interesante y rico se convirtió en un lugar espantoso. 

Sino tal vez sea un buen momento para dedicarme a hablar de recetas culinarias y poner fotos de gatitos. No descarto que ese sea mi próximo paso. Aunque ahí seguramente aparecerán ofendidos los fundamentalistas de los perros que descargarán su ira sobre mi por haber elegido el animal equivocado para venerar. Y vos que te sentís tentado de juzgarme en forma terminante porque no te gustaron estas líneas hacé el favor de dejar de seguirme (si es que lo hacías) y no me rompas más las pelotas. La lógica de la red social convertida en circo romano me hartó. Vayan con sus juicios a otro lado. Y no dejen de condenar a uno que alguna vez habló o interactuó con otro, es lo que hacía la dictadura con las agendas de los terroristas. Bienvenido a esta nueva versión de fascismo. Disfrutala mucho. Pero a mi no te me acerques.

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