TRASPASO

Lás cárceles desde adentro

Nueva Ciudad entrevistó a Sebastián, el tenía 9 años la primera vez que estuvo en un lugar así. Hoy tiene 30 años y vive en la casa del Isauro Arancibia. Pasó por varias de estas instituciones y nos contó como fue vivir ahí en carne propia.

Werner Pertot
 A Sebastián todavía se le dibuja en los ojos el miedo cuando recuerda su paso por los institutos de menores. Tenía nueve años cuando lo llevaron por primera vez al San Martín. El miedo al llegar es lo primero que le viene a la mente. Uno de los celadores se lo dejó en claro de entrada: “Acá no hay papá, no hay mamá. Acá te tenés que arreglar solo”.  Y tuvo que aprender los códigos del lugar, que no difieren en nada con lo de una cárcel para adultos.  “Tuve que salir a pelear, a hacerme respetar con los otros. Porque era un pibe que no tenía maldad para nada. Entonces, uno de los pibes me dijo: ‘Loco, si no te parás, te van a hacer pelota. Y antes de que te hagan pelota, preferible pararte de manos’”, cuenta Sebastián, que hoy –con 30 años- está viviendo en la casa del Isauro Arancibia.

Sebastián tiene bronca y tristeza cuando recuerda cómo era el lugar. “Frío. Calabozos por todos lados. Celdas de dos por dos”. Humedad en las paredes. Oxido en los barrotes. Y la comida: “Si tenías hambre, báncatela. La comida de ahí era re resentida. Nosotros le decimos resentida mal. Aguachento de arroz, pura agua. Y si no comés te vas a cagar de hambre. Tenés que comer lo que te dan ahí adentro”.

-¿No podían comprar? ¿O que te trajera tu familia?

-Sí, la familia sí, pero primero tenía que pasar por el control de visitas. Ellos se fijan lo que les entregan y te entregan a vos. Paquetes de fideos, todo eso. Había un momento donde ellos se quedaban con una parte. Me traían, ponele, tres o cuatro paquetes de cigarro, se quedaban con tres paquetes y me entregaban uno. Si no tenes cigarros sos un fisura más para los pibes.
“Los celadores en ese tiempo eran muy malditos. En ese tiempo, llevaban a pibes, los sacaban de ahí y los llevaban a robar. Y los traían de vuelta. Hacían el hecho, subían a la camioneta y volvían de vuelta a instituto”, relata. La droga que circulaba también la vendían ellos. “Es como si fuera un penal, pero del menor”, indica. “Nos pegaban de abajo. Por ahí, nosotros no queríamos hacer nada y venían y te agarraban con la cachiporra”, cuenta. Todavía recuerda cómo a sus compañeros de encierro se los llevaban a la rastra a la celda de castigo y volvían con moretones y cicatrices en la cara.

Sebastián pasó por varios de los dispositivos penales desde los 9 hasta los 15 años y luego entre los 16 y los 17. Además del San Martín estuvo en el Rocca. “Lo que te hacían en el San Martín no es nada en comparación con lo que te hacen en el Rocca. En el Roca es más complicado. Imaginate: pibes más grandes. Ahí tenés que defenderte. Cuando salís a la canchita… yo la primera pelea que tuve fue en el Rocca fue con un chabón de Morón, Nahuel. Estaba jugando a la pelota y el loco vino y me dio un pelotazo y me agarré. Y me le fui al humo. Era el que supuestamente mandaba el pabellón. El que decía que tenía toda la onda”, relata. La opción era pelear o hacer de sirviente de los otros: lavarles la ropa, hacerles la comida, y un largo etcétera.   “Vos no podés contar lo que te pasa ahí adentro. Lo que pasa ahí adentro queda ahí adentro”, reitera uno de los códigos. Sebastián está en contacto con pibes que están institucionalizados hoy. Por lo que le cuentan, es poco lo que cambió. 

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