OPINIÓN

La grieta del Tío Sam

Imaginaba una elección más masiva pero lo cierto es que ni Trump entusiasmaba enormemente a los republicanos ni Hillary generaba gran excitación en los demócratas. Votaron las bases y los que tenían o querían evitar que gane el otro, pero faltó entusiasmo.

Mariano Heller

Lamento anunciarles, estimados lectores, que no encontrarán gran originalidad en la temática elegida para la columna de hoy. La redacto mientras vuelo de Washington a Atlanta para encarar mi regreso final a Peronia y obviamente será dedicada a intentar, mientras escribo, entender qué pasó en las elecciones de Estados Unidos. Será una suerte de terapia escrita a ver si puedo salir del estado de shock. Y sí, seguramente hablaré sobre algunas aristas que muchos analistas “serios” ya desmenuzaron.

Dije varias veces que iba a ganar Trump, pero no soy ningún gurú, lo dije convencido de que no iba a suceder, medio en joda. Tenía algún miedito al respecto, asociado seguramente a mi habitual pesimismo, pero nada más que eso. Digo miedito porque me asustan un poco los cambios de este estilo.

Pasé el día de las elecciones recorriendo lugares de votación. Toda la zona del distrito de Columbia y sus alrededores (los Estados de Virginia y Maryland) están sumamente politizados así que la sensación era de mucha gente participado. Muchos carteles y parafernalia pero no se notaba un enorme entusiasmo.

Avanzaba el día y (aunque no tenía ningún dato concreto) se acrecentaba la incertidumbre. Decidí pasar por la embajada argentina donde había cientos de compatriotas que fueron con distintos programas a presenciar el acto electoral y finalmente nos juntamos con algunos amigos en la casa de uno de ellos a comer unas pizzas y seguir los resultados.

Aunque muchos éramos de distinta extracción política, respecto de aquella elección había unanimidad: todos queríamos que ganara Hillary. La desazón a medida que iban anunciando los resultados fue grande. Había sorpresa, perplejidad, incredulidad. Pensábamos que se daba vuelta en algún momento hasta que nos dimos por vencidos.

¿Qué pasó? No tengo idea. Ganó un candidato del sistema corriendo con una agenda anti sistema. Un hombre sin experiencia política que se cansó de denostar a las minorías, que tuvo un discurso xenófobo, que se defecó en la transparencia al no presentar sus datos impositivos. Alguien en Twitter puso que ganó Biff de Volver al futuro. Me pareció una buena descripción. Lo cierto es que ganó el outsider de Washington, quien justamente centró una parte de sus críticas en el establishment de la capital del imperio, algo que aparentemente a muchos les género simpatía.

Más allá de la sorpresa de los que estábamos de visita, los locales con los que estábamos la noche del recuento lo vivieron con angustia y algo de miedo. Luego ganó la tristeza y la incertidumbre.

También es cierto que al otro día, luego de una intensa lluvia, salió el sol. Y la vida en una democracia con el grado de consolidación que tiene la de Estados Unidos no tuvo enorme cambios. Por supuesto que lo importante será lo que viene luego de que asuma Trump y me animo a decir que será menos grave de lo que muchos creemos.

Y digo que será menos grave, no porque Trump se convertirá en un ser de luz maravilloso sino porque el sistema de frenos y contrapesos con el que funciona la lógica constitucional norteamericana se dedicará a poner límites cuando el presidente Trump se aleje demasiado de los cánones normales en los que oscila la política de Estados Unidos. Serán incluso los mismos republicanos los que lo frenarán en varias ocasiones.

Al margen de este ejercicio de futurología, vale la pena analizar también qué pasó en cuanto a la elección en sí misma aquello que mostraron las urnas. Con el diario del lunes es fácil pero hay puntos salientes que merecen ser mencionados. Ganó la elección el candidato que sacó menos votos. Tal como había sucedido en el año 2000 con la carrera entre Bueh y Gore, el colegio electoral no reflejó la voluntad popular de todo el país. En sistemas indirectos de elección esto es poco probable pero posible y los vimos dos veces en menos de 20 años. De hecho en aquella ocasión, la elección la terminó decidiendo la Corte Suprema. Por cierto vale recordar que salvo en los estados de Maine y Nebraska, Estados Unidos utiliza el poco democrático sistema del winner takes all, en el que las minorías carecen absolutamente de representación en el colegio electoral. Tal vez sería hora de revisar ese sistema.

En cuanto a los números concretos, hubo apatía. Imaginaba una elección más masiva pero lo cierto es que ni Trump entusiasmaba enormemente a los republicanos ni Hillary generaba gran excitación en los demócratas. Votaron las bases y los que tenían o querían evitar que gane el otro, pero faltó entusiasmo a pesar de los grandes esfuerzos de muchos por marcar la importancia extraordinaria de esta elección.

Y se dieron sin dudas en base a lo sucedido, situaciones para recordar. Por ejemplo, la primera reunión de transición entre el primer presidente negro de la historia y un presidente electo que fue abiertamente apoyado por el Ku Klux Klan. Notable, como marcó Stephen Colbert en una de sus recientes editoriales.

Por otro lado dan enormes ganas de pedirle a los encuestadores que se busquen un trabajo honesto. Es absolutamente increíble e inadmisible la manera en la que fallaron en esta elección, y en tantas otras por cierto. Un papelón supino. Irremontable.

Finalmente, podemos decir que no somos el único país con grieta. Estados Unidos ha demostrado que está partido al medio en casi todos los temas importantes y esta elección lo ha reflejado claramente. Ya sea que hablemos de aborto, pena de muerte, control de armas, inmigración, u otros tantos, estos muchachos viven una grieta que a veces parece insalvable. Y encima no tienen estadistas como los nuestros para solucionarla.   

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