OPINIÓN

El genocidio de la lógica

El análisis político fue reemplazado por la furia moralista. Las denuncias de corrupción fueron la amalgama que logró dar una cierta coherencia a críticas muchas veces contradictorias.

Sebastián Fernández

En mayo del 2003, unos días antes de que Néstor Kirchner asumiera como presidente, Claudio Escribano escribió en La Nación “la Argentina ha resuelto darse gobierno por un año”. El vaticinio erró por once años pero el tono de la nota fue premonitorio. A partir de la primera presidencia de CFK, los medios opositores optaron por un periodismo de guerra con ese mismo enojo y desprecio y el mismo anuncio de apocalipsis inminentes, aunque siempre esquivos. Para Marcos Aguinis, por ejemplo, CFK era peor que Hitler; para otros era peor que Stalin, Mussolini o Pol Pot. Los diagnósticos podían divergir, por ejemplo que el exceso de Estado ahogaba la iniciativa privada o, al contrario, que su ausencia dejaba a la ciudadanía a la intemperie; pero la causa era la misma: el autoritarismo de un gobierno desbocado. El análisis político fue reemplazado por la furia moralista. Ya no importaban las iniciativas del gobierno y sus consecuencias sino sus intenciones, siempre satánicas. Las denuncias de corrupción fueron la amalgama que logró dar una cierta coherencia a críticas muchas veces contradictorias.

Los políticos opositores optaron o se vieron forzados a retomar ese tono apocalíptico a cambio de visibilidad mediática. Así, algunos que criticaron durante años el freno a los juicios por crímenes de lesa humanidad durante la Dictadura, no apoyaron su relanzamiento (“El kirchnerismo ensucia todo lo que toca” explicó el diputado Luis Zamora, quién votó en contra de las leyes de impunidad que siempre había denunciado para no votar junto a los kirchneristas). El radicalismo, que solía denunciar la estafa legal de las AFJP, se opuso a su eliminación por las malas intenciones que detectaba en CFK.

Luego de descubrir con asombro que Néstor Kirchner no era Camilo Cienfuegos, Libres del Sur se distanció del FPV y formó alianzas con la UCR y la Coalición Cívica, hoy socios de Cambiemos. El mínimo común denominador de esas miradas políticas divergentes era el antikirchnerismo y su corolario necesario: la bomba a punto de estallar. El modelo kirchnerista tal vez ofrecía un presente pasable pero no era sustentable en el tiempo y más temprano que tarde el país volaría por el aire, víctima de la corrupción y el autoritarismo.

Pero la bomba nunca estalló.

Con el kirchnerismo en la oposición la letanía tuvo que cambiar. Ya no se trata de anunciar un futuro calamitoso sino de explicar que el pasado fue en realidad atroz. La honestidad brutal de un González Fraga ("le hicieron creer a un empleado medio que su sueldo medio servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior. Eso era una ilusión. Eso no era normal") ya no alcanza. Margarita Stolbizer, una extraña diputada opositora que se opone más a la presidenta anterior que al actual, denunció el “genocidio social” que dejó el kirchnerismo. Al parecer, a la vez que ofrecía a las mayorías un poder adquisitivo tan alto como ilusorio, CFK las exterminaba.

Que ningún indicador social corrobore la afiebrada afirmación de la diputada no tiene importancia. El objetivo es apuntalar el enojo y el desprecio que ya desbordaban de la columna de Escribano, aunque sea a costa del genocidio de la lógica. Ese es el cemento del antikirchnerismo que permitió, por ejemplo, que el trotskista Néstor Pitrola criticara a CFK porque los sueldos bajaban y que Cristiano Rattazzi, presidente de Fiat, la denuciara porque subían, pero que ambos acordaran en lo esencial: CFK era lo peor. No hay nada nuevo en eso, el cemento del antiperonismo permitió que en un mismo frente convergieran los socialistas a quienes Perón les había “robado” las leyes laborales junto a los conservadores que las detestaban y que todos apoyaran un golpe para defender las instituciones.

Así como la primera víctima del periodismo de guerra es el lector la primera víctima del genocidio de la lógica es la política.
 

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