MACRI EN LA RURAL

Rentista viene de renta

Luego de 15 años de ausencia presidencial, la Exposición Rural de Palermo recibió a Mauricio Macri con un entusiasmo contagioso.

Sebastián Fernández
“Un gallo aplaudía desde la ramada la cercana aurora. Dos o tres peones ensillaban caballos. Cerca del suyo, enjaezado ya, el patrón tomaba un mate que acababa de traerle, sumisa, la hija del capataz con la cual había dormido”
Leopoldo Lugones / El payador / 1913
Luego de 15 años de ausencia presidencial, la Exposición Rural de Palermo recibió a Mauricio Macri con un entusiasmo contagioso. El presidente de la Sociedad Rural Argentina (SRA), Luis Miguel Etchevehere, pidió un aplauso para los funcionarios presentes y dio un discurso plagado de buenas intenciones y anuncios de futuros promisorios. Llamó a “superar la palabra autoritaria a favor de la palabra del diálogo” y tras pedir “basta de grietas” exigió “desterrar para siempre el populismo, que es la negación del porvenir”. Tras defender el necesario respeto a las instituciones, explicó sin detectar contradicción alguna que "cuando el autoritarismo intentó privarnos de nuestros derechos, el campo supo salir a la calle”. Concluyó, previsiblemente, que “dónde el campo encuentre provecho, lo encontrará la Argentina”.

La habitual falacia transitiva de la SRA señala que los empresarios del campo son “el campo” y “el campo” es la Argentina. Por ende, cobrarles impuestos, por ejemplo, es ir en contra de los intereses de todos. Nada nuevo hay en ese viejo truco conceptual. Sarmiento escribió hace casi 140 años (pocos años después de la creación de la SRA): “Nuestros hacendados no quieren saber nada de derechos, de impuestos a la hacienda. Quieren que el gobierno, quieren que nosotros que no tenemos una vaca, contribuyamos a duplicarles o triplicarles su fortuna…”. Varias décadas más tarde, en una crítica al Estatuto del Peón establecido por Perón en 1944, que intentaba con descaro equiparar los derechos del trabajador rural con los del resto de los trabajadores, la SRA explicó que el trabajo en el campo establece una “camaradería de trato, que algunos pueden confundir con el que da el amo al esclavo, cuando en realidad se parece más bien al de un padre con sus hijos”. Tal vez esa sea la razón de la alta tasa de trabajo en negro en el campo (de aproximadamente 75%): no son relaciones laborales sino afectivas, por llamarlas de alguna manera, como la que señala la escalofriante cita de Lugones al inicio de esta columna. En la misma crítica al nuevo estatuto, la SRA explicaba que “en la fijación de los salarios es primordial determinar el estándar de vida del peón común. Son a veces tan limitadas sus necesidades materiales que un remanente trae destinos socialmente poco interesantes.” En otras palabras, si se le paga demasiado, esta gente se la gasta en vino o, como diría el notable senador Sanz, esa plata se va “por la canaleta del juego y la droga”.

“El campo es ejemplo de solidaridad, por eso gauchada viene de gaucho", explicó nuestro presidente durante la misma ceremonia. Lo más asombroso no es la mención a un personaje hoy imaginario como el gaucho, sino el hecho de trasladar sus supuestas virtudes a su patrón. Como si los accionistas de Techint estuvieran imbuídos de las virtudes del operario de un gran horno o la familia Blaquier, propietaria del ingenio Ledesma, compartiera las virtudes del trabajador de la zafra.

En realidad, los empresarios del campo pueden encontrar provecho y no por eso encontrarlo las mayorías. De eso trata la política, de repartir la renta, y es eso que genera exigencias de destierros perpetuos contra gobiernos considerados autoritarios por no responder a intereses particulares (en ese sentido debemos agradecer que ya no se exija hacerlos desaparecer).

Porque si gauchada viene de gaucho, rentista viene de renta.

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