OPINIÓN

Falacias conservadoras II: hoy no reparto, mañana sí

Uno de los más obstinados lugares comunes explica que para repartir, antes hay que crecer. La realidad lo desmiente: los países que lograron llevar la pobreza a los índices más bajos son aquellos que aplicaron durante décadas la “esclavitud impositiva” y un gasto público desenfrenado.

Sebastián Fernández

En una columna reciente, el economista José Luis Espert denunció la pobreza crónica del país y su “esclavitud impositiva”, un concepto asombroso aún para los estándares generosos del pensamiento reaccionario local. También lamentó que la Argentina se haya ido a pique en los últimos 100 años, dejando de ser la potencia que fue.

No hay nada nuevo en esta última aseveración, es una falacia clásica, como lo escribimos en esta misma columna, sobre todo porque considera que la Argentina empezó su decadencia con el sufragio universal y las leyes laborales. Es decir, apenas empezó a ampliar los derechos de las mayorías e intentó repartir un poco mejor la torta. Simplificando mucho podríamos decir que los 50 años de inestabilidad política que van de Uriburu a Alfonsín se deben al conflicto generado por ese intento.

En sintonía con esta falacia, uno de los más obstinados lugares comunes reaccionarios explica que para repartir, antes hay que crecer. La realidad lo desmiente: los países que lograron llevar la pobreza a los índices más bajos son aquellos que aplicaron durante décadas la “esclavitud impositiva” y un gasto público desenfrenado, esos instrumentos que tanto indignan a Espert. Son países que no esperaron a ser “más ricos” para repartir la riqueza de manera más equitativa. Y eso fue, entre otros factores, lo que les permitió llegar a serlo.

Francia implementó las vacaciones pagas en 1936, en plena crisis posterior al crack de 1929, con altos índices de desempleo y enorme conflictividad política. Ese sistema “no sustentable”, como lo calificó en aquel momento la furiosa derecha francesa, generó el turismo de masas, uno de los pilares de la economía francesa del que hoy nadie propone prescindir.

El Estado de Bienestar europeo no se implementó en naciones ricas sino en países devastados por la II Guerra Mundial. Fue una generosa máquina de fabricar clase media que no se detuvo en analizar el tamaño de la torta sino que se abocó a repartirla y, de esa forma, consiguió aumentarla.

Desde el 1974, año en el que se implementó su medición por el INDEC, el índice Gini (que mide la distribución del ingreso en una sociedad), empeoró en la Argentina de manera sostenida hasta el 2000. Durante casi tres décadas el país se hizo más injusto, a la par que aumentó la pobreza y el desempleo. Esto cambió recién con la implementación de políticas populistas, esas que no son sustentables y generan pobreza según nuestros economistas serios. A partir del 2003 el país creció pero sobre todo, se redujo la pobreza y el desempleo y mejoró dicho índice, aunque sin lograr llegar al nivel de 1974.

En el mencionado artículo, Espert denuncia que hoy se pagan sueldos demasiado altos. Hace 70 años los economistas serios denunciaban que el aguinaldo era impagable. Para el pensamiento reaccionario, la ampliación de derechos nunca es sustentable.

Lo que nos demuestran los países que lograron combatir con éxito la pobreza es que el reparto de la riqueza es un objetivo virtuoso que no depende de su tamaño, porque ocurre que la equidad es uno de los caminos más eficaces para generar desarrollo.

Creer, por el contrario, que la concentración de riqueza, la disminución de subsidios y la reducción de salarios pueden disminuir la pobreza es pensar que el hambre se soluciona con ayunos. Es otra idea zombie, como las llama el economista Paul Krugman, “una propuesta que ha sido refutada a fondo por el análisis y las pruebas, y debería estar muerta, pero no se queda muerta, ya que sirve a un propósito político”.    

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