LAS DESVENTURAS DE MACRI EN CAMPAÑA

El león de Madagascar

El derrumbe de Macri frente a una campaña mediática no particularmente agresiva y comparable a tantas otras padecidas por el oficialismo fue asombroso.

Sebastián Fernández
Hace un año escribí en esta misma columna: “Macri es dueño de sus votos. Conoce a su electorado, sabe cómo hablarle, tiene un liderazgo indiscutido en su partido (…) No es seguro que esto alcance fuera de la General Paz, pero hoy está claro que es el dueño político de la Ciudad de Buenos Aires.”

A grandes rasgos, esa impresión no ha cambiado, Macri sigue siendo el dueño de la CABA, donde logró la continuidad política del PRO imponiendo la candidatura de su delfín Rodríguez Larreta por sobre la más incontrolable Michetti. La victoria estrecha, lejos de los márgenes confortables de la última elección, puede haberlo afectado políticamente aunque no impuso, al menos por ahora, un rival que lo pueda inquietar (el challenger Lousteau parece haber desaparecido del distrito).

De la misma forma, aquella duda sobre las virtudes del PRO y su líder fuera de la General Paz también persisten: la ausencia de victorias propias e incluso de candidaturas en las provincias y la ajustada victoria en su propio territorio aumentan la incertidumbre sobre su liderazgo nacional.

Pero lo más grave para la campaña del PRO no fue ese cuadro de situación ni la remontada de Massa en las encuestas sino la crisis autogenerada del affaire Niembro: el PRO tardó más de dos semanas en encontrar una respuesta, dejando a sus candidatos a merced de los medios como liebres encandiladas. El derrumbe de Macri frente a una campaña mediática no particularmente agresiva y comparable a tantas otras padecidas por el oficialismo fue asombroso.

Creo que la explicación tiene que ver con el enfrentamiento de Clarín con el gobierno. Desde hace más de ocho años, concluido el famoso “gobierno de la opinión pública” que tanto entusiasmaba al ex jefe de gabinete Alberto Fernández, el oficialismo ha aprendido a caminar sobre las brasas de los medios y a lidiar con acusaciones constantes y sospechas permanentes. El objetivo del gobierno ha sido evitar como el ébola la impresión de perder el control de la agenda política y para eso contó con stoppers, como Aníbal Fernández (o como lo fue Carlos Corach en la época de Menem). Por el contrario, esos mismos medios habituaron a los políticos opositores a un trato “entre algodones”, por el cual el entrevistador daba la impresión de ser un teleprompter, y el entrevistado, un periodista más. Esa especie de paraíso artificial derivó en un mal casi pandémico: el síndrome del león de Madagascar, la célebre película de animación de DreamWorks. 

Alex, el león de la película, nació en África pero fue criado en cautiverio en el zoológico de Nueva York, donde se convirtió en una estrella adorada por el público. Un día, siguiendo a sus amigos de cautiverio, decide volver a su reserva natal en la que debe enfrentar a otro león. Lo hace con entusiasmo, convencido de que la pelea es otro show más que ganará fácilmente gracias a sus dotes de bailarín. La realidad es más impiadosa y Alex, noqueado ante el primer golpe, es expulsado de la reserva.

Como el león de Madagascar, muchos políticos opositores creyeron que el show era la vida real. Pensaron que la empatía con los medios surgía de un talento propio y no de una decisión estratégica de esos mismos medios. Por eso, los candidatos opositores no cuentan con stoppers sino con enlaces, funcionarios con buena relación con los medios, que aportan información a sus investigaciones y las llevan luego con entusiasmo a los tribunales o al Congreso.

El síndrome Álex es, como el Bobismo y otras calamidades, el corolario de una de las decisiones opositoras más catastróficas: la adopción de la agenda mediática como propia.

Esperamos que el tan promocionado fin de ciclo sea el final de la oposición a lo Álex, y nos devuelva a la discusión de una agenda política que espera y requiere debate.

COMENTARIOS


RELACIONADAS